No se trata por lo tanto de la lucha de la vida contra la muerte, sino de la lucha de la vida con la muerte: la lucha de la vida a través de la muerte, atravesando la muerte
(Andrés Ortiz-Osés).- El teólogo Andrés Torres Queiruga ha realizado una buena síntesis de su posición teológica en su obra «Esperanza a pesar del mal» (Sal Terrae), en el que abre cristianamente nuestra existencia en este mundo a la esperanza de la resurrección.
Leyendo esta obra llama la atención la ortodoxia de nuestro teólogo, que sin embargo recibió algún varapalo de cierta Iglesia tradicional injustificadamente. La situación del teólogo es sin duda más complicada que la del filósofo, ya que los filósofos tenemos la libertad de hablar y escribir desde la razón o racionalidad compartida por creyentes y no creyentes.
En este comentario ejerceré en consecuencia de filósofo hermeneuta, y haré en cierto modo de «abogado del diablo» frente a la ortodoxia teológica tradicionalista.
1 (Saudade y esperanza)
La espera se refiere a cosas y personas en el mundo de lo real, mientras que la esperanza se refiere a realidades que nos trascienden. La espera es de alguien o algo real y tangible, cercano, la esperanza es de alguien o algo surreal e intangible, lejano. La espera es más espesa que la esperanza, la cual es ya una añoranza que se abre a un futuro que reflota en un presente transeúnte. La espera es externa y requiere paciencia, la esperanza es una vivencia interior de apertura vital, una promesa de realidad o realización existencial. La esperanza es la espera confiada; su base o basamento, como afirma Laín Entralgo, es la apertura del hombre, su protensión y futurición.
La inteligencia de A.T.Queiruga en el libro concitado consiste en reinterpretar la vivencia de la esperanza desde la convivencia de la saudade. La saudade galaico-portuguesa es un anhelo indefinido y flotante, dulce y amargo a la vez, basado en el sentimiento simultáneo de la presencia y de la ausencia respecto a su objeto, el cual funge como sujeto o sujeción. Se trata por lo tanto de un sentimiento ambivalente, que fluctúa entre la esperanza y la angustia, la apertura y la clausura anímica, la alegría y la tristeza, a modo de nostalgia suspendida y melancolía blanca. Nuestro teólogo concita a P. Ricoeur, el cual recoge la idea heideggeriana de la afección o tono existencial -Stimmung-, que se sitúa anímicamente en la brecha o diferencia ontológica entre el ser y los entes, el sentido y la realidad opaca, lo humano abierto y lo cósico cerrado, entre el sí y el no.
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