Me repito a menudo que el mundo está devorado por el tedio. Los hombres conocen bien ese contagio del tedio, esa lepra
(Xosé María Pin).- Xosé Alvilares vuelve sobre problemas que ya había tocado en 2011 en «Penitencia Pública.¿Rebaño episcopal o Pueblo de Reyes?» El autor pone letra y música a la situación de Iglesia diocesana de Lugo, realidad, que en gran medida, comparte toda la institución eclesiástica española.
La preocupación por las cuestiones religiosas de Xosé Alvilares viene de lejos, autor, entre otras obras, del libro «Dios en los límites», calificado por el P. José Mª Díez Alegría como uno de los libros más interesantes que ha leído en su vida.
El libro que acaba de aparecer consta de 108 páginas en las que analiza la Iglesia de Lugo, el difícil desarrollo de una leve urbanización rural con el consiguiente avance en la conquista de los derechos civiles y religiosos de la mano del Concilio Vaticano II, pese a la renuencia del poder civil y eclesiástico.
Una constante en el pensamiento de Alvilares es la denuncia de la apropiación de lo público y privatización de lo común, se «toma posesión de la Diócesis» como describieron las crónicas la llegada de don Alfonso Carrasco Rouco, sobrino del cardenal Rouco Varela como obispo de Lugo, se hace carrera eclesiástica, oportunamente el Papa Francisco recomendaba que los que quieran ascender hagan escalada, pues, en la Iglesia no tienen cabida. La Iglesia más que Sociedad, es Comunidad. «La sociedad, dice, une a sus miembros en la consecución de objetivos comunes y se apoya en relaciones frías. La competencia, la rivalidad, la indiferencia entre personas son sus notas. La comunidad se apoya, en cambio, en relaciones cálidas, fuertemente impregnadas de afectividad, en vínculos naturales. A la misma idea de comunidad pertenece la de participación y comunicación entre sus miembros, su igualdad sin reservas, la crítica interna», porque «la Iglesia es una corporación viva y faltaría algo de su vida si careciera de opinión pública» advertía Pío XII en 1950.
La situación actual de la diócesis de Lugo no anima a la esperanza, su horizonte, como paisaje en día de niebla, se muestra cerrado bajo el tedio, afirma el autor.
El Decreto Conciliar sobre la función pastoral de los obispos, Christus Dominus, recuerda que los obispos tienen el deber primordial de llegar a las personas y buscar promover el diálogo con ellos, que se distingan por la claridad del lenguaje, por la humildad y la delicadeza. Para verificar si esto se cumple, el autor pone a disposición de los lectores algunos textos que reflejan la teología que maneja don Alfonso Carrasco Rouco y que ellos valoren si suscitan ilusión o tedio.
Concluye el autor recordando que la Iglesia es históricamente el instrumento y el espacio-el sacramento- en los que la herencia de Jesús, su Evangelio se ha hecho y se hace presente a los hombres.
Indiferencia, pasividad, hastío, conformismo, derrota, fracaso es, con frecuencia, la imagen que percibimos de nuestra sociedad y de nuestras comunidades religiosas, sería necesario rebelarse, no para convertirnos en un rebaño de bravos toros de lidia. Pero tampoco en un rebaño de carneros soporíferos, como remata el autor citando a Julio Camba.
La lectura de El contagio del tedio puede ser una invitación a una reflexión serena y sincera para evitar aquello que Bernanos reflejaba en las palabras del cura rural: «Me repito a menudo que el mundo está devorado por el tedio. Los hombres conocen bien ese contagio del tedio, esa lepra. Es ésta una desesperación abortada, una forma vil de la desesperación, algo así como el fermento de un cristianismo descompuesto». Claro que el futuro será de aquellos que sean capaces de crear ilusión y esperanza.