No siempre salimos voluntariamente al monte para ponernos en contacto con Dios. Quizá son más las veces que nos empujan las circunstancias a situaciones de inseguridad
(Ángel Moreno, de Buenafuente).- Uno de los beneficios del tiempo de vacaciones es que se suele salir del lugar habitual donde se vive o trabaja. Este distanciamiento hace más fácil la convivencia y ayuda a valorar más y mejor lo que se tiene.
Pero salir no solo significa un movimiento físico, como puede parecer que se le manda al profeta Elías: «Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar» (1Re 19, 11). Principalmente, la Palabra de Dios de este día nos impulsa a afrontar la intemperie, a dejar el refugio, la cueva donde nos defendemos y escondemos, para poder encontrarnos con el Tú divino, como señala el salmista: «Voy a escuchar lo que dice el Señor» (Sal 84).
Cuando vivimos pertrechados en nuestros feudos ideológicos, seguros de nosotros mismos porque dominamos el ambiente, nos exponemos a perder la posibilidad de percibir la acción del Señor, y con ello, perder la experiencia de su paso.
El ejemplo de Jesús, quien «después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar» (Mt 14, 23), coincide con el de Elías en el monte, que se nos presenta como lugar abierto, sin defensa. Tanto en el caso de Elías como en el de Jesús, será en el espacio abierto del monte donde se encuentren con Dios.
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