Es también posible que los hijos que tantos disgustos le han dado dejen de ser unos tarambanas que usaron a Catalunya como un taparrabos de sus vergüenzas
(José Ignacio González Faus).- Quisiera valerme de aquellas palabras ya lejanas, para tenderle una mano amiga y fraterna en estas horas negras. No pretendo escribir a ningún «honorable» sino al hombre caído, que explicaba que es mayor la responsabilidad de quienes están más arriba y que comparte mi misma fe cristiana en un Dios perdonador.
Por eso, aunque en todos mis artículos-carta suelo tutear al interlocutor para conversar en una relación de fraternidad, aquí mantendré el usted para no dar la sensación de que del árbol caído todos hacen leña.
Ud. sabrá de sobra que su confesión pública no ha convencido demasiado: unos la tachan de imprecisa por no detallar la cifra, a otros les parece sospechoso eso de que su hermana no tuviera ninguna noticia de la herencia paterna, y otros no acaban de tragarse eso de «no haber encontrado el momento para cumplir con su deber«, cuando, tras la primera denuncia que hizo Pedro J. en El Mundo, Ud. declaró que «rotundamente no».
En fin: ataques y acusaciones no le van a faltar, unos hechos desde cierta nobleza ética y otros desde las ganas de ensañarse con Ud y con esa Catalunya que ha pretendido encarnar. Yo no quiero entrar en esos temas sino desearle fuerza para arrostrarlos y acercarme a aquel ciudadano que se despidió de su hermana diciendo «estic molt ensorrat» (La Vanguardia, 27.07).
1. Posibilidades nuevas para usted.-
Dice la Biblia que «aunque vuestros pecados sean rojos como la grana se volverán blancos como la nieve». Es una manera de anunciar que los hombres tenemos siempre abierta la posibilidad de convertir nuestros mayores errores en plataformas para un futuro mejor.
Mi labor pastoral me ha enseñado algo muy humano y muy serio: cuando alguien verdaderamente contrito te entrega lo peor de sí (en la confesión, por ejemplo) te está entregando también, sin saberlo, lo mejor de sí mismo. Y eso mejor de sí impide al receptor cualquier mirada de superioridad o de menosprecio. Es como si se palpara aquello de A. Camus: que «en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio». Aunque para eso hace falta que la contrición sea sincera y plena, y que la confesión brote de esa contrición y no de otros cálculos interesados. Aquí es cuando comienza a transformarse hasta la situación más desesperada. ¿Cómo y por qué?
Pues, mi querido señor Pujol, porque ahora se le abre a Ud la posibilidad de vivir con otra conciencia de honorabilidad: la que brota de la condición de ser hijo de Dios y perdonado. Y de comprobar que esa dignidad es superior a todas las honorabilidades humanas derivadas de la buena fama o de un título de presidente.
A partir de aquí es también posible que los hijos que tantos disgustos le han dado dejen de ser unos tarambanas que usaron a Catalunya como un taparrabos de sus vergüenzas. Es posible también que su querida Catalunya quede redimida de una manera nueva que no se apoya en mentiras como la citada del «rotundamente no» o la de que «todo ataque a mi persona es un ataque a Catalunya». Por supuesto, muchos le habrán atacado queriendo sólo atacar a Catalunya (porque también cabe la maldad en los acusadores y en los pseudoprofetas), pero el problema ya no está ahora en la intención del acusador sino en la veracidad o falsedad de la acusación.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: