Ahora que don Carlos es nombrado arzobispo de Madrid, me viene a la memoria su imagen, de rodillas ante Josué, mi niño quemado de El Salvador
(Padre Ángel, presidente y fundador de Mensajeros de la Paz).- Es para mí una bendición poder decir que el nuevo arzobispo de Madrid, la diócesis en la que vivo y donde se encuentra la sede de Mensajeros de la Paz es un amigo. Don Carlos Osoro ha sido el obispo de Mensajeros de la Paz, pero sobre todo es un hombre de Dios. Y un hombre de los niños y de los ancianos.
En Mensajeros de la Paz decimos que sólo ante Dios, ante un niño y ante un anciano hay que ponerse de rodillas. Y don Carlos Osoro es un obispo de los que se arrodilla ante esos niños Jesús rotos, como los que acabamos de traer de la maldita guerra de Gaza, o los que no tienen que comer, o los que sufren.
Hace un año y medio, cuando Francisco salió elegido, me preguntaron si había algún obispo que pudiera parecérsele. Mi respuesta fue inmediata: don Carlos Osoro. Y es que son como dos gotas de agua. Se parecen en todo. En lo físico, en lo humano, en lo espiritual y en los pastoral. Tanto es así que hasta los niños lo paran por las calles de Valencia para decírselo: ‘¡Señor obispo, cómo se parece al nuevo Papa!’ Ahora lo harán también por las calles de Madrid.
Don Carlos fue arzobispo de Oviedo, como también lo fue el cardenal Tarancón, con quien nació Mensajeros de la Paz. Estoy seguro que así como el cardenal Tarancón fue el obispo que consiguió llevar a la Iglesia española al sitio que le correspondía durante la Transición, el arzobispo Osoro sabrá colocar a la Iglesia española en el lugar que le corresponde en este siglo XXI.
Don Carlos es un pastor afable, preocupado por los niños y por los más desfavorecidos, en los que ve el rostro de Dios. Es un gran párroco, que cree en Dios y en los hombres, y que lo demuestra cada día. Horas antes de su nombramiento me escribía para agradecerme, en nombre de Mensajeros de la Paz, el trabajo que miles de hombres y mujeres llevan a cabo en Gaza, en Irak, en tantos lugares donde se sufre. «Esos niños mutilados de Gaza son el rostro de Dios -me dijo-, pero también son el abrazo de Dios que se inclina desde la cruz, mostrándoles que es el arma de su Amor quien nos hace hermanos a los hombres».
Ahora que don Carlos es nombrado arzobispo de Madrid, me viene a la memoria su imagen, de rodillas ante Josué, mi niño quemado de El Salvador. O cómo acogió en su casa a un gran imán iraquí y al arzobispo caldeo que después fue secuestrado y asesinado. Este es el obispo con olor a oveja del que habla Francisco, y que ahora llega para presidir la Iglesia de Madrid.