Nada hay más importante que la persona. Nada obliga más que un rostro humano, especialmente si es de un pobre, un enfermo, una persona con discapacidad, o un niño, mejor todavía si es un recién nacido
(José Alfredo Peris, rector de la Universidad Católica de Valencia).- Creo que esta expresión sintética se ajusta bastante bien al modo de ser y de hacer que don Carlos ha tenido en Valencia desde su llegada en abril del 2009.
Como Arzobispo y como Gran Canciller de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir sus palabras y sus gestos parecen haberse puesto completamente al servicio de esta manera de vivir. Consciente del regalo recibido, no se lo ha guardado para sí. Allí por donde ha pasado no ha dejado de proponerlo como el programa de vida en el que reside la verdadera felicidad.
La alegría de don Carlos a nadie ha pasado desapercibida. Las dificultades y problemas propios del gobierno de un Arzobispo, máxime en una archidiócesis tan extensa, rica y compleja como la de Valencia, no lehan arrebatado un estilo de comunicación que siempr eencuentra motivos para la ilusión, la esperanza y el agradecimiento. Y para actuar así creo que se ha producido, como es habitual en la vida cristiana, una estrecha colaboración entre la naturaleza y la gracia, entre su modo de ser personal y la acción de la Palabra de Dios y la Eucaristía en su vida.
Recuerdo que en una de las primeras ocasiones que despaché con él, de vez en cuando se paraba y me pedía opinión sobre una canción que estaba preparando para la vigilia con los jóvenes que iba a tener lugar la noche delviernes siguiente. No pude dejar de asociar este hecho con algo que había aprendido de los estudios de Tad Gallagher sobre la obra del cineasta Leo McCarey: cuando los personajes cantan de modo integrado en el ritmo de la trama, dan ocasión a transparentar el alma humana, un estilo de comunión al que los meros conceptos no alcanzan.
Don Carlos, en sus cartas, homilía y discursos, ha insistido con frecuencia en que » nos encontramos ante una nueva época. Que no es un mero retoque de decorado, que se está cambiando todo el escenario». Y que «ante ella no caben recetas del pasado«. A esta convicción no sólo ha llegado a través del estudio y de la meditación. Ha sido crucial su continua cercanía con los jóvenes, la que que le ha suministrado los datos más relevantes, la que le ha conducido a esta conclusión: si queremos decir algo que llegue a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo es necesario desarrollar una nueva sensibilidad, una resonancia nueva que dé autoridad a nuestras palabras. La alegría garantiza que se habla con intención de verdadero reconocimiento del valor y la dignidad del otro. El sello del amor no rima ni con la severidad, ni con la rigidez, ni con la intransigencia, sino con algo que los de menos edad captan muy bien y expresan con frases directas: «está por nosotros».
Incansablemente también nuestro Arzobispo ha testimoniado que la fuente de esta alegría es el encuentro con Dios tal y como se nos ha revelado en Jesucristo,como se nos da diariamente en su Palabra y en su presencia real en la Eucaristía. La cultura del encuentro se verifica principalmente en la apertura a Dios, en la acogida de la Vida que Él nos da. «¿Cómo nos vamos a encontrarverdadera y radicalmente los seres humanos entre nosotros si nos cerramos a Dios? ¿Cómo vamos a saber quién es el otro, cuáles son sus auténticas medidas si nos olvidamos de quien ha hecho que sea así, depositando en él todo su amor?»
La cultura del encuentro abre los callejones sin salida a los que conducen los modos de entender la relación de la Iglesia con el mundo tan frecuentes entre nosotros y que pueden ser calificados de «escenarios de disolución» o «escenarios de confrontación». En los primeros, la Iglesia ha de renunciar a su identidad propia para dejarse llevar por la corriente dominante de lo que la sociedad hoy entiende por progreso, sin emplazar a un juicio moral del mismo. Con ello se pretende creer que será mejor valorada por la opinión pública dominante.
En los segundos, la Iglesia pretende ser tan plenamente consciente de ser depositaria de la verdad que sólo se considera auténtica cuando juzga y condena los errores de sus contemporáneos. Con frecuencia, el temor a una reacción negativa genera la tentación de buscar posturas de aparente fortaleza o de labrar alianzas que permitan sostener las tesis discordantes con ciertas garantías de permanencia social.
En la cultura del encuentro, la Iglesia recorre otro camino más acorde con su ser y su misión, el camino de Emaús: acompaña, escucha, encaja los reproches con paciencia, conversa, aprende, corrige, abre los ojos del entendimiento y caldea el corazón, pero sobre todo entiende que la lógica del verdadero amor está indisolublemente unida a la lógica del misterio pascual, pasión, muerte en cruz y resurrección. Deja que a través suyo el Señor resucitado se haga presente a cada hombre y a cada mujer, a cada pueblo y a cada cultura del modo que necesita para su bien y su salvación. Cuántas veces he podido escuchar a don Carlos transmitir este método de evangelización que él descubrió de manera luminosa con los escritos de San Pedro Poveda.
La cultura del encuentro invita a vivir la identidad como servicio, a vivir en total desposesión de uno mismo para ser de Dios y de los demás, a poner en la misericordia la clave para tratarse a uno mismo y al prójimo. Hace casi un año, un grupo reivindicativo boicoteó la apertura de curso en una universidad pública. La comitivaa cadémica no llegó a acceder al salón de actos, pero las autoridades sí llegaron a tomar asiento. Entre ellos estaba don Carlos: vestido como Arzobispo no pasó desapercibido. Recibió no pocos improperios. Incluso una joven de las que insultaba llegó a reconocerlo: «éste es el que me confirmó». A pesar de ello, el prelado no perdió la calma, ni dejó de mirarles con atención, respeto y serenidad, indagando las razones más profundas de lo que allí se estaba escenificando. Un miembro de seguridad leyó bien la situación e invitó a don Carlos para que abandonara el salón de actos. Le condujo al despacho del rector, donde ya se había tomado la decisión de suspender el acto. Todas las autoridades políticas y académicas estaban impresionadas por la entereza con la que el Sr. Arzobispo había vivido la difícil situación.
No es una anécdota aislada. En su manera de gobernar, don Carlos siempre ha propuesto un saludo de paz como primer gesto ante cualquier conflicto. A los miembros del Consejo de Dirección de la Universidad Católica de Valencia nos decía: «antes soy Arzobispo que Gran Canciller». He aprendido a traducirlo bien: «antes confío en los medios de la gracia, en la fuerza del Evangelio, que en las actuaciones jurídicas, que en las dinámicas institucionales; sólo llegaré a las segundas a través de las primeras». Identidad como servicio.
La cultura del encuentro invita a vivir desposeído de uno mismo, con los ojos y el tiempo puestos en Dios y el servicio a los demás. Hasta los menos afines a don Carlos no dejan de ver en él un trabajador incansable, alguien que no busca con avidez momentos para sí mismo, sino que todo lo ofrece con generosidad y buen ánimo. Cuando descansa, no desconecta, sino que lo deja todo en manos de Dios. «Antes de dormir pongo la cruz pectoral delante del sagrario y le digo: Señor he hecho cuanto he podido, ahora ocúpate Tú mientras descanso. Y duermo de lo más bien».
El espíritu alegre del que sirve. Sin perfeccionismos, ni heroicidades. Con naturalidad. Un día de la festividad de la familia reza el rosario con los niños y niñas en el presbiterio de la Catedral de Valencia. Son más o menos las cuatro de la tarde. Se le nota fatigado y parece que va repetir un misterio. Cae en la cuenta y sonríe con naturalidad: «Ya os dais cuenta, vuestro Arzobispo también se equivoca, pero el Señor y su Madre siempre ven nuestra buena voluntad». Y sigue el rezo con todo fervor.
Don Álvaro Almenar, su secretario, sufre para que cumpla con puntualidad con su apretada agenda. Alejado hasta el extremo del gesto popularizado por los «yuppies» -correr por los pasillos sin saludar, presumiendo de hiperactividad- don Carlos parece poder detener el reloj para saludar a las personas con las que se encuentra, dando tanta o más importancia a estos encuentros ocasionales que a otros actos revestidos de oficialidad. Nada hay más importante que la persona. Nada obliga más que un rostro humano, especialmente si es de un pobre, un enfermo, una persona con discapacidad, o un niño, mejor todavía si es un recién nacido … Detrás de ese rostro nuestro Arzobispo sabe que está nuestro Señor y con Él mantiene esa conversación que le sostiene activo y vigilante a lo largo del día.
La cultura del encuentro se nutre de la misericordia. Deja que Dios nos perdone para tener fuerzas para hacer el bien a los demás. Don Carlos no pierde ocasión en presentarse como alguien que necesita del perdón de Dios,que lo pide, lo recibe, lo comunica. Así lo compartía con los jóvenes en las vigilias de los primeros viernes de mes. En la plaza de la Virgen, en el corazón de Valencia, en un acto multitudinario de veneración de la imagen original de la Patrona, Nuestra Señor de los Desamparados, eligió decidido recibir el sacramento de la penitencia de manos de uno de sus sacerdotes. ¿Cómo comunicar la alegría del hijo pródigo reencontrado si uno no está dispuesto a vivir con gozo ese mismo reencuentro en primera persona?
En la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir don Carlos ha buscado que la excelencia universitaria se verifique con la verdadera preocupación por el más vulnerable y necesitado. A través del Campus Capacitas ha impulsado que en la docencia, en la investigación y en la trasferencia, tanto en las ciencias de la salud, de la educación, sociales y medioambientales,como en las artes y en las humanidades, la creación del conocimiento se pusiera al servicio de las personas con discapacidad. El Proyecto Persona y Economía de Comunión, promovido por él a partir de una homilía del día de Corpus Christi, abrió todos los recursos de empleabilidad de la Universidad al servicio de universitarios que en la actualidad experimentan paro de largo duración. Si los universitarios son los que en el mañana ocuparán los espacios más influyentes de una sociedad, nada más importante que aprendan a servir al bien común en el rostro concreto de la persona que necesita más ayuda.
Creo que don Carlos ha vivido feliz en Valencia. Aquí hemos sido felices con él. Con estas líneas sólo he podido recoger apresuradamente algunas pinceladas, lamentablemente del todo insuficientes para hacer justicia.Seguro que otros que lean lo escrito y que conozcan a don Carlos lo podrán enriquecer y ampliar mejor.
Muchos de sus gestos y acciones se ven muy en la línea del Santo Padre Francisco. Pero puedo asegurar que don Carlos ya obraba así antes que el cardenal Jorge Mario Bergoglio se sentara en la cátedra de San Pedro. Son emblema de que la Iglesia que se renueva diariamente en el Corazón de Cristo renace joven y nueva, luminosa y creativa para seguir abriendo en nuestro mundo la cultura del encuentro, alegría del Evangelio, oportunidades para crecer como persona, lazos de inclusión de las periferias, comienzo esperanzado de una nueva época que necesita imperiosamente «hombres y mujeres cuyo corazón tenga el mismo latido del Corazón de Dios».