Terminó proclamando una bienaventuranza: "Benditos los que trabajáis por un mundo mejor"
(José Manuel Vidal, Oviedo).- Profeta en su tierra. Ayer, Asturias se volvió a rendir a la bondad de uno de sus hijos más universales: el Padre Ángel, fundador y presidente de Mensajeros de la Paz. Y le tributó otro homenaje. Ya era Hijo predilecto y Premio Príncipe de Asturias. Ayer recibió la medalla de oro de Asturias, el más importante galardón del Principado, de manos de su presiente, Javier Fernández, que lo santificó con estas palabras: «Estamos orgullosos de este hombre incansable, de este cura de Mieres que lucha a diario contra la desgracia».
En el magnífico auditorio de Oviedo, el todo Asturias. No faltaba nadie. Desde las autoridades civiles, encabezadas por el presidente Fernández, a las religiosas. Allí estaban los tres obispos de la diócesis asturiana: Su titular, Jesús Sanz, felizmente recuperado de una intervención; su obispo auxiliar, monseñor Menéndez, y el arzobispo emérito, el siempre querido Gabino Díaz Merchán.
Autoridades, amigos, miembros de Mensajeros de la Paz de toda España y hasta Antón, el gitano, uno de los primeros a los que acogió el Padre en sus hogares, hace ahora unos 52 años.
Los premiados (seis medallas de plata y una de oro) recibieron diploma, medalla y ovación. Una de las más cerradas y largas, la del Padre Ángel, que pronunció el discurso en nombre de los premiados. Con su corbata roja de siempre y un traje de estreno, elegido por Josué, para el que tuvo un recuerdo especial. «Mi hijo, mi niño, Josué, que ha elegido mi traje y que es un regalo y lo mejor que Dios me ha podido conceder para los últimos años de mi vida. Me llama papá y sus besos, al salir y al llegar a casa, me llegan al corazón».
«Estoy feliz -continuaba un emocionado Padre Ángel-. Y se me nota en la cara. No sólo por este reconocimiento de mi tierra, de Asturias, que es el paraíso, sino también porque, tras tantos años de brega, puedo asegurar que, a pesar de los pesares, es posible un mundo mejor». Y para lograrlo, aprovechó la ocasión para pedir «buenos políticos». Y recordó que el Papa suele decir que «la política es una de las formas más hermosas de hacer el bien a los hombres».
Como siempre que habla en público, se refirió a Francisco y a su visita a Lampedusa y alabó «al Papa que clama por la paz y la concordia, al Papa que grita ‘basta ya’ ante las guerras de Gaza, Siria e Irak». Y al aludir a las hogueras del Oriente Medio recordó especialmente a su amigo, el Padre Carlos Jaar, el sacerdote presidente de Mensajeros de la Paz de Jordania, que acoge a decenas de refugiados, setenta de los cuales conviven con él en su propia casa.
Y contó la siguiente anécdota: «En su reciente visita a Jordania, el Padre Carlos le preparó la habitación del Papa y, en el desayuno, el Nuncio le dijo: ‘Santidad, el Padre Carlos nació en Belén’. Y el Papa con su humor repentino habitual contesto:
-¿Ah sí? Yo también conocí a uno que nació en Belén y que no lo tuvo nada fácil».
En su discurso, el Padre Ángel se remontó a los orígenes de su obra y recordó a Jesús Silva y a los compañeros del inició. O a Tinín, el niño de 7 años que, cuando lo acogió en su hogar, le dijo: «Lo que más me gusta es que me des besos, porque nadie me ha besado».
También hizo un guiño especial a sus obispos preferidos: el cardenal Tarancón, monseñor Díaz Merchán y monseñor Osoro. Del anciano arzobispo emérito de Oviedo, allí presente, dijo: «De él aprendí a querer a Dios y a los hombres». Y para él pidió un aplauso, que sonó rotundo en la sala. Recordó que Tarancón le dio el primer espaldarazo y de Osoro dijo que «asi como el cardenal de la Transición lideró la Iglesia del siglo XX, Don Carlos Osoro liderará la del siglo XXI».
Y el Padre Ángel, al que algunos llaman verso suelto o payaso, reivindicó su ser «payaso del Señor» y aseguró que seguirá siendo siempre un hombre de Iglesia.
Y entre sus recuerdos no podían faltar las alusiones a su tierra. «Asturias no es sólo bella, es acogedora y tiene raíces solidarias». Y rezó a la Santina que «no nos olvide y que mueva la voluntad de los hijos de esta tierra para que cambien las cosas y eviten el dolor de los más vulnerables». Pidió la bendición de la Virgen para todos «los que creen y los que no creen». Y terminó proclamando una bienaventuranza: «Benditos los que trabajáis por un mundo mejor».
Tras el discurso del Padre Ángel, intervino el presidente del Principado. Javier Fernández glosó las figuras de los premiados y alabó especialmente al fundador de Mensajeros de la Paz por no haberse rendido nunca. «Si se hubiese rendido, el Padre Ángel, de autorretrato ‘un guaje de La Rebollada’, hoy no habría 45.000 niños de 40 países con un techo en los hogares de Mensajeros de la Paz».