Son los mismos "lobos" que denunció el Papa Benedicto XVI antes de renunciar al pontificado
(Gregorio Delgado)- La suerte está echada. El órdago y mus ha resonado en el Vaticano y en la Iglesia toda. El Papa Francisco y con él la propia Iglesia se la juegan. Desde el pasado domingo se celebra en Roma un nunca visto Sínodo sobre la familia, que está poniendo a prueba cosas muy importantes -algunas ya cortocircuitadas por Pablo VI y la Curia romana en los debates del Vaticano II y, con posterioridad, especialmente selladas por Juan Pablo II- acerca del modo mismo de entender la Iglesia y su función en el mundo actual así como las relaciones internas entre Jerarquía, sacerdotes y fieles. Un modo más rico de entender la colegialidad y la sinodalidad, que tendrá, sin duda, su derivada en el modo de entender el gobierno pastoral de la Iglesia en el futuro. ¡Una verdadera lucha de poder! ¡Un órdago al juego!
Desde un principio, el Sínodo sobre la familia se concibió de modo muy diferente a la habitual praxis curial. En efecto, el Sínodo se quería, en primer lugar, con total apertura, sin límite alguno, sin el control de la Curia, sin miedos, sin controles previos, sin reservas. Se quería que contemplase la más que preocupante situación actual de la familia en la Iglesia y en el mundo: divorciados vueltos a casar, anticonceptivos, matrimonios gay, parejas interreligiosas, aborto, relaciones fuera del matrimonio, violencia doméstica, abusos a menores en el seno de la familia, inmigración y globalización, etcétera. Se quería, en segundo lugar, que, como ha subrayado su Secretario general, Card Baldiserri, el Sínodo, por expreso deseo del Papa, estuviese abierto a todo el pueblo de Dios y que éste dijese lo que pensaba sobre cuestiones que tan directamente le atañen en su vida. Una puerta que ahora se abre, que ha permitido la participación de los laicos, que busca introducir aire fresco que sane las estancias oscuras de la Iglesia, que apuesta por la misericordia y el perdón en vez de la condena y la exclusión.
Es más, a lo insólito del planteamiento anterior, el papa Francisco ha realizado, en la sesión de apertura, un llamamiento no menos sorprendente en los usos eclesiásticos: «Condición general de base es ésta: hablar claro. Que nadie diga esto no se puede decir. Hay que decir todo lo que se siente con parresía. Algunos cardenales no se atrevieron a decir cosas por respeto al Papa… Esto no está bien. Esto no es sinodalidad. Sin respeto humano. Y escuchar con humildad y acoger con corazón abierto lo que dicen lo hermanos. Con estas dos actitudes se ejercita la sinodalidad. Hablar con parresía y escuchar con humildad. Con tranquilidad y con paz, porque la presencia del Papa es garantía para todos de custodia de la fe. Que se afirme con claridad la dinámica de la sinodalidad». Palabras inusuales en los ambientes vaticanos.
A nadie se le puede ocultar la trascendencia del envite papal. Su significación va mucho más allá de la concreta celebración de este Sínodo y de la solución que se otorgue a los temas que se traten en él. El modo como el Papa ha entendido y querido celebrar este Sínodo representa un gesto de hondo calado para el futuro.
No ha de extrañar, en consecuencia, la dura contestación y oposición que ha recibido -otro órdago sobre la mesa- de los sectores más fundamentalistas y conservadores. Por fin, la ‘silenciosa oposición’ ha asomado la oreja. No es casualidad que, en estos días, se haya puesto en entredicho la legitimidad misma del Papa Francisco, «aduciendo, como cuenta J. Bastante, a una supuesta duplicidad de votos en una de las elecciones del cónclave y, sobre todo, a una ‘pérdida de legitimidad’ por sus actuaciones, desde su decisión de abandonar el Palacio y vivir en Casa Santa Marta hasta su cercanía a los inmigrantes, el hecho de que lavara los pies en Jueves Santo a mujeres, una de ellas musulmanas -el rito exigía que sólo fueran hombres, como los doce Apóstoles-, o se mostrara a favor de una mayor presencia de mujeres en puestos de responsabilidad en la Iglesia».
Además de los Cards Müller, Burke, Brandmüller, Caffarra, De Paolis, Rodé, entre otros -que se han pronunciado públicamente-, en la oposición silenciosa están los imaginables: los conocidos grupos católicos ultraconservadores y tradicionalistas; los que no les ha gustado el criterio inflexible del Papa contra la pederastia, sobre todo cuando se ha aplicado incluso a miembros de la Jerarquía; los que llevan años enjaulando el espíritu y sembrando división y exclusión; los repartidores de identidades y fidelidades en la Iglesia; los que están muy dolidos por la declaración de Francisco para quien el celibato ‘no es un dogma de fe’; los que se muestran contrarios a la acogida a los divorciados; los que no ven con buenos ojos la reforma de la Curia y la llamada de todos a la participación en el gobierno; los que no quieren oír hablar de sinodalidad ni colegialidad: etcétera. Son los mismos «lobos» que denunció el Papa Benedicto XVI antes de renunciar al pontificado.
Esperemos el triunfo del sentido común. De momento, la Iglesia, con este Sínodo, aparece ante el mundo como más accesible, como más abierta a la escucha de los fieles, como más sensible a la opinión del pueblo de Dios, como más acogedora, como más dispuesta que nunca a adaptar sus normas y sus actitudes al Evangelio de la misericordia y del perdón, en expresión del gran canonista y jesuita Díaz Moreno. Estoy seguro que la suerte se va inclinar del lado del Papa Francisco. Ganará el órdago y el mus. Saldrá fortalecido de este Sínodo.