Idolatraron a Juan Pablo II, cuyo triste mérito fue congelar la aplicación del II Concilio Vaticano, pero no se privaron de denigrar al inolvidable Juan XXIIl
(Ramón Baltar)- El reciente Sínodo de Obispos ha servido, entre cosas de mayor enjundia y alcance, para que salieran de la madriguera los cabecillas de la resistencia a las reformas que trata de impulsar Francisco, de los cuales se esperaría que las apoyaran con entusiasmo. Su incoherencia y deslealtad son un escándalo.
La verdad es que resulta incoherente a no poder más que unos jerarcas que piden a los fieles veneración incondicional al papa cuando éste es de su cordada mental, se la niegan ellos mismos cuando les sale rana. Idolatraron a Juan Pablo II, cuyo triste mérito fue congelar la aplicación del II Concilio Vaticano, pero no se privaron de denigrar al inolvidable Juan XXIIl, que tuvo la inspiración y la valentía de convocarlo con la noble idea de poner a la iglesia en la modernidad. Así entienden esos farsantes con solideo la comunión de los miembros con la cabeza: los inferiores obedecen a los superiores si les conviene.
Expresar en público opiniones distintas a las que sostenga el papa no puede tildarse sin más de acto de deslealtad, porque la tiara no anula la condición falible del juicio humano y la discrepancia enriquece (y hasta puede alabarse como una muestra de libertad de espíritu, virtud que por humana es muy cristiana). Pero sí semeja deslealtad cuando los discrepantes abandonan el silencio y dejan ver lo que realmente les importa, que no es la fidelidad al evangelio sino el temor a la pérdida del poder eclesial. Los tales equivocaron la carrera: de políticos hacían menos daño.
Desde el principio se vio que la oposición curial al argentino no era invención de los enemigos de la iglesia, lo certificaban: la fría acogida, las zancadillas, los embolados, y filtraciones a la prensa. El Sínodo era su oportunidad de echarle un pulso y hasta intentaron que el papa emérito les echara una mano. Pretensión disparatada que demuestra su catadura moral y las torcidas intenciones que les mueven.
Ya que los torpedistas no tienen la gallardía de colaborar con Francisco o pedir la jubilación anticipada, no le queda a Francisco otro remedio que invitarlos a pasar por recursos humanos para firmar el finiquito. No tiene sentido esperar a que se conviertan.