Lo ideal, para conseguir el máximo eco es que lo haga la CEE. Desde uno de sus máximos órganos: El Comité Ejecutivo, que se celebra la próxima semana. O, como muy tarde, desde la Plenaria, que comienza el 17
(J. M. Vidal).- Tras tantos años recluidos en la sacristía, asomando sólo por las ventanas para arrear mamparrazos, a los obispos españoles les cuesta soltar el lastre de la era Rouco y de su Iglesia-aduana, para lanzarse, con armas y bagajes, hacia la Iglesia hospital de campaña que quiere Francisco. Y eso significa estar atentos al latir de la calle. E intervenir en el debate público no para condenar (como hasta ahora), sino para ofrecer consuelo.
Este país lleva años sufriendo. Y mucho. Tiene las costuras desgarradas y el alma rota por la desesperanza. Este país, indignado por la galopante corrupción, espera de la Iglesia una palabra de esperanza. Espera que a los católicos les duela el alma. Espera que sus pastores salgan a las plazas públicas y a los púlpitos para ejercer su oficio de «pontífices» (puentes) y su doble misión de anunciar y denunciar.
Alejado Rouco de los puestos de (ordeno y) mando, a la cúpula eclesial actual ya no le quedan disculpas. Ya no puede ocultarse detrás de la sombra (por muy alargada que sea) del cardenal destronado. Blázquez, Osoro y Gil Tamayo tienen que dar la cara. Y partírsela por los españoles que ya no tienen lágrimas que derramar de tanto sufrir y penar.
Estar al tanto del latido de la calle significa escuchar el grito de socorro del pueblo. Y denunciar su situación de opresión y de abandono de su clase dirigente. Desde las máximas instancias, es decir desde la CEE o desde el magisterio de los prelados más significativos y más conocidos. Es decir, más mediáticos.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: