Gregorio Delgado

Más libres pero más impotentes

"El ejercicio del contrapoder tiene también sus reglas y sus límites"

Más libres pero más impotentes
Gregorio Delgado

Nos envuelve una cierta conciencia en la ciudadanía respecto de la necesidad de cambiar radicalmente el sistema

(Gregorio Delgado, abogado).- A pesar de todo, parece que la crisis, que aún padecemos, ha podido tener un primer efecto positivo. Se vislumbra -en medio de tanta oscuridad como nos envuelve- una cierta conciencia en la ciudadanía respecto de la necesidad de cambiar radicalmente el sistema. ¡Ojalá el atisbo de tal esperanza se convierta en gran luminaria!

Un segundo efecto positivo de la crisis -y, probablemente, más importante- consistiría, en mi opinión, en que se ha vuelto a hacer evidente que esta sociedad, como diría Zygmunt Bauman, es definitivamente ‘líquida’, esto es, las realidades y valores de nuestros abuelos ya no existen. Todo se ha vuelto ilusorio y es mucho más precario y provisional. La vida, la justicia, el trabajo, las relaciones personales y sociales, la solidaridad, la libertad, los derechos, el respeto y la tolerancia, etc., etc., ya no son seguros, sólidos, definitivos. Todo está en constante cambio y nos da miedo. Nos cuesta adaptarnos y sufrimos. Todo se ha vuelto precario y se desperdician ingentes energías.

Aunque no lo parezca, puede que estemos protagonizando una revolución silenciosa -más o menos lenta- que afectará, sin duda, al mundo de la política y de la religión, de las relaciones personales, políticas y sociales. Me malicio que nos está siendo impuesta y que -aunque ahora no se vea o no se quiera ver- no tendremos más remedio que adaptarnos a ella y tratar de conocer sus entresijos. En ese nuevo mundo cambiante, que se avecina o que está ya ante nuestras narices, hemos de tratar de sobrevivir y encontrar nuestro sitio. No resta otra opción, salvo el aniquilamiento personal.

Si el anterior análisis fuese cierto -y creo que lo es-, surgen algunas preguntas esenciales: ¿Por qué hemos de ser tan tozudamente inconscientes de lo que estamos protagonizando? ¿Por qué hemos de estar propiciando la negación misma de todo cuanto ahora nos molesta que no esté garantizado? ¿Por qué no somos más críticos con nosotros mismos? ¿Por qué aceptamos como criterio seguro de futuro las opciones -muchas veces estúpidas y absolutamente utópicas- que a diario nos sirven interesadamente los medios de comunicación? ¿Por qué exhibimos tanta inseguridad respecto de lo que realmente buscamos y queremos en el futuro, esto es, por qué no nos aclaramos acerca de si queremos la destrucción del sistema político, social y religioso o su regeneración? ¿Acaso somos conscientes de lo que esas opciones conllevan y de lo que repercutirá en nuestra propia vida personal y colectiva?

En esta línea de reflexión, Luís María Anson denunciaba en las páginas de ‘El cultural’ que «en España hemos creado en los últimos años al periodista omnicompetente que escribe o habla, entre sombras chinescas o platónicas, y que contribuye a deformar las corrientes de opinión pública. No se informa primero y enjuicia después, sino que define ex cátedra y luego adorna su juicio con una información sesgada o voluntarista». Si a la realidad innegable de este fenómeno, añadimos el impacto -en términos de formación de la opinión pública- de lo que significan las ‘redes sociales’ y el vociferante ‘tertulianismo’, la situación es más que preocupante. Es perfectamente entendible la siguientes descripción del mismo Anson: «La ignorancia se hace día a día más supina, el desconocimiento más atroz, la osadía más significativa». ¿Cómo vamos a cambiar en positivo la realidad social y política de este país con semejante estado de cosas?

¡Qué curioso! Pocas veces, en los medios y en las tertulias, se llama a la responsabilidad del ciudadano. Todo -qué fácil es- se reduce a excitar sentimientos que, a la postre, llevan a la activación de lo peor que anida en el corazón humano. El problema no radica en que se desacredite al político de turno. Lo tiene ganado a pulso. El problema, a mi entender, radica en que se opta por lo fácil, por lo que impone la corrección política y social, por lo que exige la previa adscripción ideológica de quien opina, por lo que sugiere la inquina y la venganza personales, por lo que deriva de una muy falsa actitud ética. ¡Qué pocas veces se ofrecen alternativas viables, razonables, argumentadas! Se olvida con frecuencia que el político es, en muchos casos, la basura que generamos todos. Se olvida que, a veces, quien opina ha servido al poder que ahora critica porque le ha retirado la prebenda. Se olvida que …… El relato sería interminable.

Desde mi personal perspectiva, creo que, en este inmenso lío que entre todos hemos originado, estamos jugando con fuego. No todo vale en medio de la tempestad que nos azota. Los errores pueden ser irreparables. Aunque sea necesaria la crítica al poder -ahora con más razón que nunca-, no debemos perder el norte y propiciar una mayor confusión de la ya existente. Está en juego el futuro democrático de este país. Está en juego la seguridad y el bienestar futuro de todos nosotros y de nuestros descendientes. ¡Responsabilidad!

Aparentemente somos más libres que nunca pero es más que dudoso que seamos más capaces para construir nuestro futuro. El ejercicio del contrapoder tiene también sus reglas y sus límites. Por este motivo, quienes ostentan medios de comunicación o los utilizan para orientar a los demás están llamados en esta hora a ser más vigilantes y rigurosos. Más responsables.

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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