Rouco, para bien y para mal, ha sido uno de los prelados españoles más políticos del siglo veinte
(Víctor Márquez, monje de Silos).- Ha escrito José Manuel Vidal, periodista independiente de la religión, una biografía «no autorizada» del cardenal Rouco. Y suponemos que su biografiado la habrá desautorizado del todo, tal como hiciera una vez, según nos revela el autor, con el esbozo de sus primeras páginas.
Uno sabe por experiencia lo difícil que es encontrar un espejo a gusto de quien se mire en él, tanto que acaba retirando el que se le ofrece por no retirarse él mismo de su propia vista. No hay espejo como el amor. Pero el amor no sabe mentir. Por eso no sirve como espejo sino como lo que es, amor. Si te miras en él tal como eres, vale. Si quieres, en cambio, verte como te gustaría ser, no vale.
Pues bien, José Manuel Vidal ha elegido lo primero, el amor, espejo de la persona en su concreta realidad y no del personaje en su fingida idealidad. Y, como amor, lo que es amor, solo de Dios sabemos, por el evangelista Juan, que lo es, ¿no es vano intento el de un mortal contar por amor la vida de otro, tan humano como él? Es loco, pienso yo, y no vano, porque es locura de amor. Así que retire, si quiere, el personaje el espejo que le ofrece tan osado periodista y quedará, a la vista de todos, el retrato de un hombre que aún no ha pasado a la historia aunque haya dejado de hacerla.
Ante un personaje vivo, ante alguien que ha hecho lo suyo para que los demás pasemos lo nuestro, no es fácil situarse. O demasiado cerca o demasiado lejos. O el panegírico o el libelo. Vidal ha escogido, como buen gallego, el camino del medio. El panegírico se lo prohíbe su amor y respeto por la persona del biografiado. El amor, repetimos, no sabe mentir. Y, en cuanto al libelo, quien quiera verlo en este libro será mejor que lo busque en sí mismo.
Es lo que sale de dentro lo que contamina al hombre, decía Jesús. Yo creo que José Manuel Vidal ha intentado que en su biografía aparecieran personas y vivencias que no podrían dejar de aparecer en una posible autobiografía del cardenal ¿Cómo no habrá de ofrecernos el amor el espejo de nuestros mejores días, de aquellos en que fuimos para los demás más hondamente humanos?
A mi memoria vienen ahora algunos pasajes de la biografía como los referidos a la infancia de Rouco, cuando sus seres queridos le llamaban Tucho, a la vida y muerte prematura de sus padres, a la influencia de sus primeros maestros y, en particular, de Don Gabriel, a su entrañable y duradera amistad con Xosé Chao Rego, a su afecto por los emigrantes gallegos en Alemania, a su encuentro con los parroquianos de Vallecas, cuando empezaba su etapa de prelado madrileño…unidos al testimonio de quienes le conocieron y le trataron durante años.
No todo, sin embargo, es humanidad en el ser humano y en la biografía no autorizada se da sobrada cuenta de ello. Seguramente desde la experiencia de una antigua amistad herida y muerta sin remedio. Y es que en el libro de José Manuel Vidal se agradece la sinceridad del autor. Hasta le vemos llorar entre sus páginas, como uno más entre las «víctimas» de una historia eclesiástica marcada por la figura del cardenal Rouco durante los últimos años.
Porque Rouco, para bien y para mal, ha sido uno de los prelados españoles más políticos del siglo veinte. Azote de una sociedad materialista, alejada de Dios, olvidó, tal vez, como podemos olvidar todos, lo fácil que es caer en aquello mismo que se critica y acabar formando parte del mundo que se condena. Sueño con el día en que algunos, al menos, de cuantos fueron silenciados por deslealtad a la sana doctrina puedan encontrarse lealmente con él, cara a cara, sin báculo entre las manos ni ornato en la cabeza. Seguro que éste será también el secreto anhelo de su biógrafo, gallego y fino como el biografiado, José Manuel Vidal.