Tenemos un imperativo en la Iglesia: hacer en estos momentos una reflexión teológica pastoral seria y profunda, realizada sobre la vida diaria de la Iglesia, con la fuerza del Espíritu, a través de la historia
(Carlos Osoro).- ¡Qué alegría vivir conociendo y dando a conocer a Jesucristo! Sintamos la alegría de vivir, conscientes siempre, como miembros vivos de la Iglesia que somos, de que sabemos por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe que solamente Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a todas las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida, el sentido de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza.
Estas preguntas están en el corazón y en la vida de todos los hombres, en todas las latitudes de la tierra, unas veces conscientes en la vida de los hombres y otras no. Pero el no tener respuestas para las mismas, o pasar de hacernos tales preguntas, es síntoma de una grave enfermedad, como es «la falta de alegría».
Algo sucede en el corazón del hombre, pero de una manera especial lo experimentamos y constatamos en nuestra realidad histórica, pues esas preguntas a las cuales aludía están en el corazón de todo ser humano, están arraigadas y laten en lo más humano de todas las culturas.
Es cierto que a veces unos ni se las hacen, otros no tienen respuesta, pero cuando no hay alegría en lo profundo del corazón del hombre, hay desesperanza, desilusión, miedos, cerrazón, exclusiones, no deseos de encuentro. Por eso, sabiendo esto y viendo cómo queda el ser humano cuando padece «la falta de alegría, ¡cómo no vamos los cristianos a salir a anunciar a quien cura, alienta, abre el corazón, nos abre a la vida, nos abre a los otros, a todos sin excepción! Jesucristo es la alegría, por ello, «la alegría de una evangelización misionera».
Para leer el artículo completo, pincha aquí: