La Iglesia tiene el deber de mantener bien visible la luz de la esperanza, para que pueda iluminar a toda la humanidad el camino que lleva al encuentro con el rostro misericordioso de Dios
(J. M. Bausset).- El 21 de noviembre se cumplieron 50 años de la clausura de la III Etapa del Concilio Vaticano II. Les sesiones correspondientes a esta etapa empezaron el 14 de septiembre con una Eucaristía de obertura, concelebrada, y un discurso del papa Pablo VI.
Durante los dos meses largos que duró esta etapa conciliar, se celebraron 48 Congregaciones Generales, 618 discursos y 147 votaciones. Esta etapa fue muy fecunda, debido a la cantidad de debates y de discusiones sobre la Eclesiología y la Virgen María, el oficio pastoral de los obispos, la libertad religiosa, los judíos y las religiones no cristianas, la revelación, el apostolado de los laicos, los sacerdotes, las Iglesias Orientales, la Iglesia y el mundo moderno, las misiones, los religiosos, los seminarios, la educación cristiana y los sacramentos.
La clausura de esta III Etapa Conciliar tuvo lugar el 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de María en el templo, con el voto final y la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia (Lumen gentium), los decretos sobre el ecumenismo (Unitatis redintregatio) y las Iglesias Orientales (Orientalium ecclesiarum) y la proclamación por parte del papa Pablo VI, de María como «Madre de la Iglesia».
De les cuatro grandes Constituciones del Vaticano II, la Lumen gentium fue aprobada en esta etapa conciliar, con una gran mayoría progresista. Del total de 2156 obispos que participaron en esta votación, hubo 2151 votos afirmativos y solo 5 negativos. Por lo que respecta al Decreto sobre las Iglesias Orientales, 2110 padres conciliares votaron a favor i únicamente 39 lo hicieron en contra. Y finalmente, en relación al Decreto sobre el Ecumenismo, este texto fue aprobado con 2137 votos favorables y 11 votos desfavorables.
De una particular importancia fue la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium, un texto que consta de 8 capítulos. El primer de ellos se refiere al misterio de la Iglesia, «sacramento de unidad del género humano», y «rebaño, campo y viña del Señor, edificio y templo de Dios». El segundo capítulo trata de la Iglesia como Pueblo de Dios, «pueblo real y sacerdotal», donde se remarca «el sacerdocio común de los fieles». El tercer capítulo hace referencia a la «Constitución jerárquica de la Iglesia» y en particular del episcopado. El cuarto trata de los laicos, «aquellos fieles que consagrados a Cristo con el bautismo, constituyen el Pueblo de Dios». El capítulo V se refiere a la «universal vocación a la santidad en la Iglesia». El VI trata de los religiosos, que «consagran su vida en bien de toda la Iglesia». El capítulo VII desarrolla el tema de la «índole escatológica de la Iglesia peregrina i su unión con la Iglesia celestial», y el último de los capítulos de la Lumen gentium presenta «a la Virgen María en el misterio de Cristo i de la Iglesia».
Hicieron falta diversas redacciones de la Lumen gentium para que fuese estudiada (con las enmiendas correspondientes) entre el 15 de septiembre y el 29 de octubre de 1964.
Gracias a la Lumen gentium, como ha dicho el dominico valenciano P. Vicente Botella, se pasó de una Iglesia con una «fuerte uniformidad», en la que dominaba un único modelo (occidental, latino y romano) a una Iglesia de unidad «abierta» y de «comunión diferenciada», más colegial y más universal. Una Iglesia como la quiere el papa Francisco, que nos ha dicho: «El Concilio fue una hermosa obra del Espíritu. ¿Pero después de 50 años, qué hemos hecho de todo aquello que el Espíritu Santo nos dijo en el Concilio, cuando hay gente que quiere dar marcha atrás?».
A los 50 años de la aprobación de la Lumen gentium, hoy resuenan con más fuerza las palabras del papa Francisco, cuando el pasado14 de octubre decía: «La Iglesia tiene el deber de mantener bien visible la luz de la esperanza, para que pueda iluminar a toda la humanidad el camino que lleva al encuentro con el rostro misericordioso de Dios».