Hay que hacer un esfuerzo de comprensión e intentar responder a las personas más allá de la ley. Las oficinas de la Iglesia no son una máquina sin vida, sino un lugar dónde se respiran aires evangélicos
(Martín Gelabert, op).- Todos los que tienen cargos en la Iglesia deberían decir: aquí estamos para servir. Servir no es exactamente hacer lo que el peticionario gusta mandar (porque, a veces, lo que «manda» no es bueno para él, o no hay modo de hacerlo), pero sí que es estar disponible, atento a sus necesidades, buscar el modo de ayudar.
Es tan obvio que la Iglesia está para servir, que casi da vergüenza recordarlo. Evidentemente, la Iglesia es, ante todo, servidora de su Señor y de su Palabra. Pero precisamente en obediencia a su Señor, es servidora de todos los seres humanos.
Dentro de la Iglesia estamos para «servirnos los unos a los otros», aunque cuando la reciprocidad no se da, porque no es posible o porque hay mala voluntad por una de las partes, la otra sigue estando obligada al servicio, que es una forma concreta de amar. En relación a «los de fuera» los cristianos también estamos llamados a servirles desinteresadamente y, en este servicio, manifestamos la gratuidad del amor cristiano.
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