Es imposible hacer un cambio institucional con los mismos miembros que han forjado una forma de ser Iglesia clerical, jerarquizada, dogmática y a la defensiva
(Bernardo Pérez Andreo).- En los tiempos de Juan XXIII, del que el próximo 25 de noviembre se cumple el aniversario de su nacimiento en 1881, la minoría ultraconservadora que había intentado impedir el Concilio, primero, sabotearlo después y por fin anularlo, no se escondía para afirmar su deseo de la desaparición del papa.
Sólo vivió 5 años, pero fue un lustro de pura revolución del evangelio en la Iglesia. Su elección como papa, nos cuentan algunos expertos, se debió a la división en el colegio cardenalicio. Unos querían una apertura de la Iglesia, otros mantener la línea de los papas Píos.
Al no llegar a un acuerdo se llegó a un compromiso: elegir un papa de consenso que fuera mayor para dar tiempo a buscar otro. Pero Roncalli supo recoger los signos de los tiempos e inició un ambicioso programa de reformas en la Iglesia: convocó un Concilio y un Sínodo de Roma con el fin de transformar las viejas y caducas estructuras.
El Concilio se llevó todas las fuerzas del papa y el Sínodo hubo de esperar. Ahí fue donde se hizo fuerte la curia para oponerse a los cambios que trajo el Concilio. Esa curia y la vieja estructura eclesial romana se encargaron de frenar el Concilio y dar marcha atrás, hasta que pasados dos papas, uno de ellos efímero, pudo volver a «poner las cosas en su sitio».
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