La gente empieza a reaccionar, pero hay momentos en los que te planteas, ¿estamos en un callejón sin salida realmente? ¿Esto no tiene remedio?
(Jesús Bastante).- Sergio Godoy es sacerdote guatemalteco. Desde hace años conduce el proyecto «Ciudad Esperanza» en el norte de Guatemala, en la zona de la Alta Verapaz. El proyecto, financiado por Manos Unidas, pretende dotar de educación a los niños del basural. Alguno de ellos, incluso, está a punto de alcanzar la Universidad. Sergio nos cuenta su experiencia.
Guatemala es un país pequeñito pero precioso, doy fe, en el que se han vivido muchos problemas las últimas décadas. Ahora parece que el país remonta, aunque hay determinadas cuestiones que en Centroamérica no sé si se solucionarán alguna vez.
Es difícil hablar de una remontada, porque probablemente estamos saliendo aún de la época ésta de los años de la guerra. Pero estamos viviendo la época de la postguerra aun cuando han transcurrido casi veinte años desde la firma de los acuerdos de paz. Lo que pasa es que nunca se cumplieron, pero estamos viviendo otras situaciones que están marcando y determinando el rumbo de los acontecimientos del país en temas de carácter político y o social.
Y judicial, incluso, con la condena fallida al ex presidente
Bueno, esa es una de tantas, pero yo diría que mucho de lo que está determinando en este momento la vida del país es la corrupción de las instituciones del Estado, especialmente de los partidos políticos que se disputan la cuota de poder, como en cualquier parte del mundo, del gobierno central y la infiltración de las mafias y del narco precisamente en las estructuras del Estado. Eso determina muchas cosas, si bien hay gente honesta en sitios claves que está dando un paso hacia delante para denunciar. Estamos, yo siento, que compartiendo el mismo sentimiento que mucha gente acá en España, y hasta las narices, como dicen ustedes, de las cosas que están pasando. Y la gente empieza a reaccionar, pero hay momentos en los que te planteas, ¿estamos en un callejón sin salida realmente? ¿Esto no tiene remedio? La Verapaz es un territorio que sirve a manera de corredor de la droga hacia el norte y ha marcado mucho la vida, el ritmo y el estilo de la vida de mucha gente en los últimos años. Se ha vuelto a veces de una presencia dominante que atemoriza, pero también al final te vas enterando, porque te lo dice una persona acá, otra allá… Ciertas historias que te ponen los pelos de punta. Y luego lo que ves, y luego lo que sufres, y luego aquello con lo que tienes que trabajar, el tipo de personas y que de alguna manera tienen su vida condicionada en muchos casos por este tipo de historias más grandes o más pequeñas, del entorno del narcotráfico.
En estas semanas Manos Unidas ha celebrado una campaña para iluminar todas esas oscuridades que hay en el mundo: nos pide que encendamos una vela, una luz por el mundo para iluminar esas zonas de oscuridad que reflejan la pobreza, la desigualdad, la iniquidad que sufren muchos seres humanos en todo el mundo. Tú estás aquí entre otras cosas porque eres una de las luces. En Guatemala hay alguna que otra luz y una de ellas es uno de los proyectos en los que trabajas y en los que colabora Manos Unidas. Háblanos de tu basurero.
En este caso tendríamos que hablar tal vez en términos más positivos, te voy hablar de la Ciudad de la Esperanza, que no es una ciudad inmensa pero sí es un espacio enormemente significativo que nació del encuentro con los niños y niñas del basurero para comenzar hace ya once años.
¿Cómo llegas allí? ¿Cómo te encuentras con esa realidad?
Yo no sé si te va a dar risa o te va a dar lástima pero es que yo fui destinado a una parroquia en la Azoría de Cobán, después de trabajar durante siete años en el seminario mayor y de trabajar varios años para las emisoras diocesanas, donde terminé de aprender lo que la universidad no me enseñó. Sin embargo, te juro que no era al lugar donde hubiese querido llegar; mis intenciones eran otras (aparte de que necesitaba un momento para discernir ciertas situaciones, ciertas llamadas, no era un lugar que me llamara la atención).
¿Qué piensa uno cuando le llevan a aquel sitio y se encuentra con eso?
Es que no fui directo al basurero, fui a la parroquia Cristo de Esquipulas en la Colonia del Esfuerzo 1. Son colonias o barriadas formadas en el contexto de los años difíciles de la guerra. Tenían fama de ser zona roja. Encima de eso, no se parecían en nada a la parroquia de San Martín o la de Catedral o algunas otras en donde ya hay una comunidad sólida, formada, con la que poder trabajar y proyectarte, sino que ahí estaba todo como que al margen: un mundo desconocido y efectivamente una comunidad heterogénea en muchos aspectos, culturales, religiosos incluso, y tremendamente indiferente. La indiferencia yo creo que es la peor enfermedad: por un lado católicos que lo son porque les bautizaron porque creen que pertenecen a pero que tampoco te dejan hacer nada porque están anclados a sus tradiciones, a sus costumbres o a lo que les enseñaron hace varios años; por otro lado, católicos tremendamente indiferentes a los que no les importa la realidad que tienen que transformar, porque viven encerrados en actitudes o en un estilo religioso pietista que nada tiene que ver con la sociedad. Y yo no sé si por la naturaleza soy así, como que tal vez un poco revolucionario, o siempre voy en contra de lo establecido o me gusta cambiar las cosas… La verdad es que, al cabo de las semanas y los meses, mi depresión se había acentuado y ya tenía ganas de salir corriendo para cualquier sitio porque no era feliz. Pero es ahí donde a lo mejor, yo también suelo ser algo escéptico, la providencia me llevó de la mano de un ex compañero de estudios al vertedero municipal y ahí ocurrió el comienzo de un proceso de conversión que, naturalmente, no va a terminar todavía y no va a terminar nunca, pero que le dio vuelta a mi tortilla, como decimos en Guatemala: encontrarte de golpe con una realidad que no te habrías imaginado que existiera a la vuelta de la esquina.
Haznos la foto que viste, Sergio
Una montaña de basura en una mañana de octubre lluvioso, montañas de desperdicios y cantidad de gente sobre la basura: adultos, hombres y mujeres, jóvenes y niños, escarbando entre la basura. Disputándose algo, aunque suelen ser muy solidarios entre ellos, pero viendo a ver lo que encontraban entre el lodo y la porquería, a la par que los zopilotes (que son los primos hermanos de los buitres: son unos pajarracos negros que dicen que curan la locura) y los perros hambrientos. Una escena yo no diría dantesca pero sí muy cruel.
¿Hay barracones allá también?
Están los barracones en donde, si no viven, suelen guardar sus cosas. Pero la enorme contradicción de esta gente, que está condenada a estar como los últimos entre los últimos, trabajando con los desperdicios de la ciudad, es que sonríen, que ríen y se ríen de sí mismos, se ríen de las situaciones de la vida niños que juegan con lo que encuentran, niños volando una cometa de plástico, una niña con su muñeca rescatada de entre los desperdicios de basura con la carita sucia pero capaces de reír y de ser felices con tan poco cuando yo estaba siendo tremendamente infeliz y quejándome de que no tenía suficiente en el frigo para desayunar.
Tu depresión dijo: «me tengo que redimensionar»
Te da una vergüenza tremenda
Este tipo de cosas nos colocan en la situación de, por un lado, hacernos pensar la suerte que tenemos de vivir donde vivimos y, por el otro, la mala suerte que tienen otros y la responsabilidad que tenemos para darle la vuelta a esa tortilla.
Y es lo que me ocurrió: no es que decidí que iba a darle la vuelta como si fuera un superhéroe, sino que me la dieron. Entendí que mi vida (bueno, no lo entendí intelectualmente, fue como una intuición) no podía ser la misma a partir de entonces y no podía quedarme cruzado de brazos. Es esa certeza que te viene, de que algo tienes que hacer, y a pesar de que no fue tan fácil colarme en esa realidad poco a poco fui entrando, armándome de valor, ganando confianza y buscando la manera de vencer el rechazo que les provocaba la presencia de un sacerdote entre una población poco habituada a los extraños y también poco habituada a la presencia de un cura. Jamás habían visto a un cura metido entre la gente, a lo mejor alguien me contradice, pero en el basurero de Cobán no: la mayoría de la gente pertenece a sectas o a pequeñas comunidades de corte pentecostalista, y entonces también había miedos alimentados por sus pastores, etc… Y un cura no puede ser una persona buena, ya que la Iglesia Católica es la bestia: al día siguiente te va a aparecer sobre la frente este triple número, y no te acerques a los niños… Estamos y vivimos una época, hay que decirlo, no solo comentarlo, en la que existía el temor por el comercio de órganos, el secuestro de niños o la venta de niños para adopciones ilegales… Seguramente pensaban que yo quería a más de uno para convertirlo en jabón.
También ha pasado lo contrario en este país: yo recuerdo algún ejemplo de amigos evangélicos de los que se decía en algunos pueblos perdidos de Andalucía que cuando iban, hace 20, 30 años, decían que se iban a llevar a sus hijos… En fin que la religión puede estar mal entendida en muchos contextos.
Por unos y por otros.
¿Qué hay hoy? ¿En qué se ha convertido ese basurero?
Al cabo de once años esa iniciativa de hay que hacer algo permitió ir generando espacios para la educación. Yo creo, y mis compañeros también, que la educación es la llave para transformar la realidad del país. La educación integral: me estoy refiriendo a esa tarea educativa que te hace crecer al lado de gente que acompañas, pero que toca todas las dimensiones de tu personalidad, que te amplía los horizontes, que te humaniza… es la llave para cambiar Guatemala y para cambiar muchas otras realidades en el mundo. Probablemente, y también lo entendí con los años, estamos solamente sembrando el cambio, estamos poniendo la semilla y otros van a ver los resultados. Pero alguien tiene que hacerlo y por la providencia, por el apoyo de Manos Unidas, por el apoyo de otras organizaciones españolas, y no es que esté tirando flores por montón, pero gracias a la solidaridad de mucha gente, especialmente acá en España, aunque también en Guatemala y hasta en Italia, pues se fue construyendo poco a poco un centro dedicado al acompañamiento y a la formación integral de estos niños. Es precioso, no solamente porque hay momentos en que te llenas de la alegría de los patojitos que van, que vienen, que te abrazan, que te dan tanto afecto y que necesitan tanto afecto, sino porque tiene mucho color y porque desde un principio gracias a que el padre de la Ciudad de la Esperanza, un arquitecto madrileño, también creía en eso fue un lugar concebido para que fuera un lugar bello de encuentro entre la gente. Y esto tiene mucho que ver con la calidad de la educación que se da: la educación no solo te entra a través del oído al cerebro o de la vista al cerebro, sino que tiene que bajar a tu corazón a través de la belleza. Hace parte de la educación implícita eso que estás viendo todos los días a cambio de estar viendo la oscuridad deprimente de tu chabola: estás viendo algo que te puede estimular y hacer creer que el mundo es otra cosa
¿Siguen trabajando algunos niños en la basura?
Claro que sí, hay muchos niños que tienen que compartir, no se cambia de la noche a la mañana: a veces tienes que luchar contra la misma situación, contra el contexto familiar, contra los mismos padres o contra los adultos o contra gente que mal interpreta lo que estás haciendo, y a veces hasta contra los mismos niños que se ponen tozudos y no quieren seguir estudiando…
A veces me ha ocurrido en algún otro proyecto, del centro de África, donde hay niños esclavos en Benín, de ver cómo se están construyendo escuelas desde hace años, pero hay niños que todavía siguen picando la piedra. Había personas que iban a llevar allí financiaciones y se escandalizan porque dicen «todavía hay niños trabajando la piedra», y se le dice «¿usted sabe lo que nos ha costado que la familia acceda a que varias horas al día estos chicos estén en la escuela y no estén picando piedra?, eso es tarea de una generación».
Póngase usted por favor en las sandalias o en los pies descalzos de esta gente para entender lo que significa el aporte de estos chicos como mano de obra para la subsistencia de toda la familia, para el grupo familiar. Con el paso de los años, los padres han ido comprendiendo el valor de la escolarización y cuando el niño ya tiene suficiente autonomía también decide escolarizarse o para terminar la primaria o para terminar a través de una escuela informal la educación de adultos, pero para saber algo más, para tener algo más. A veces pienso probablemente que estos chicos no pasarán de acá, pero seguro que sus hijos van a poder ir más allá. Sin embargo, hay que empezar por algo, y los niños los fines de semana o por las tardes tienen que seguir trabajando. Pero no estamos hablando ya únicamente de los niños del basurero, sino de niños y niñas de las barriadas más marginadas de Cobán, que también están expuestos a otras muchas clases de riesgos.
¿De cuántos niños estamos hablando?
Este año estuvimos trabajando con un promedio de 425 niños y niñas entre los 3 años hasta los 19, 20 años. Te estoy hablando de los chicos que entran a la Escuelita Feliz que es la guardería del basurero hasta aquellos que regresan del bachillerato orientado al turismo y la administración hotelera en la Ciudad de la Esperanza.
Y dentro de nada, si no lo tenéis, ya tendréis algún universitario incluso
Yo quiero soñar. Hace unas semanas volvió una niña de la primera promoción a darnos las gracias y a animar a sus compañeros de bachillerato, diciéndoles que valía la pena estar ahí y que valía la pena el esfuerzo y valía la pena soñar. Que haber pasado por Comunidad Esperanza a ella le abrió las puertas a un trabajo, y que a lo largo de los años, mientras estudiaba en la universidad, también fue ascendiendo en su trabajo y que se sentía no solo agradecida sino también realizada como mujer.
¿Cómo colabora Manos Unidas con Comunidad Esperanza? ¿Y cómo podemos colaborar nosotros?
Manos Unidas ha colaborado con nosotros a través del financiamiento de la construcción de los espacios para la educación y para la alimentación de los niños. Yo creo que hay muchas maneras de colaborar: hay chicos que quieren seguir estudiando pero nos faltan los recursos para facilitarles estas posibilidades. Uno de los grandes dramas a nivel nacional, y especialmente en alta Verapaz, que ocupa uno de los primero lugares en pobreza extrema en Guatemala, es precisamente el problema del hambre y de la desnutrición crónica. Si bien tenemos en Guatemala la historia del corredor seco y esa zona donde los niños literalmente se mueren de hambre, hay un fantasma, que como todos los fantasmas lo puedes ver pero no lo puedes tocar, pero que acecha a la vida de muchos de nuestros niños, que es el hambre. Necesitamos asegurarnos la comida para ellos, tanto como asegurar la subsistencia de la casa-hogar que acoge a muchos niños y niñas víctimas de la violencia intrafamiliar, víctimas de abusos de todo tipo o víctimas del abandono y de la pobreza extrema. Entonces son formas puntuales de colaborar, pero yo diría que todo aquello que se pueda aportar, desde un céntimo hasta una buena porción de tu tiempo, para cambiar, ya sean las cosas aquí en España o desde España, a pesar de la situación que se vive, seguir pensando que tiene tanto mérito dar, desde tu pobreza y desde tu limitación, permite que tu vida sea mejor. Te hace mejor persona, te hace más feliz y hace que este mundo que es tu casa también sea un mundo mejor.
Un mundo muy grande pero que cada vez está más conectado: tú y yo lo sabemos que no nos conocíamos de nada y hemos descubierto que teníamos muchas cuestiones en común y alguna que otra persona. Me ha comentado Adela, que es la persona de Manos Unidas que te está llevando y trayendo, tu ángel de la guarda aquí en España que me hables del Bernabéu. Del Bernabéu de Guatemala.
A veces, a mí me gusta llevar las cosas con mucho humor, hasta a veces con un humor negro, dicen que es una característica de mi personalidad, pero ante una realidad como ésta te tienes que reír bastante como para no llorar. Y aparte de que tenemos nuestros momentos difíciles, de llantos y de drama, reímos mucho: hemos aprendido a reír. Y cuando digo lo del Bernabéu no es que lo diga por burlarme. Todo empezó en ese espacio tan reducido que era un pequeño campo de fútbol de puro polvo, de pura tierra -que te decía en la previa a la entrevista- que en tiempo de calor, en la temporada seca, estás tragando polvo por todos los lados y en tiempo de lluvias te estás revolcando entre el fango, pero te estás divirtiendo a morir. Jugábamos ahí unos partidos que duraban horas hasta que no podíamos más, hasta dejarnos la vida. Hay unos chicos fantásticos, que si los vieran, los fichaban, porque están tan familiarizados con el balón que te hacen maravillas… Son esos espacios en donde, aparte de ir a sacar toda la energía, vas cultivando la amistad, la relación, el sentimiento de equipo, y después nos íbamos al fogón a preparar lo que allí llamamos la refa, la merienda: una tol, una bebida a base de cereales, un pedazo de pan… Nos reuníamos en torno a la olla, que era ya una olla sagrada. Fue una pena no haberla conservado, tendría que habérmela robado de la parroquia cuando me marché. Y nos empezábamos a contar historias, era el momento donde empezar a escuchar a la gente con sus historias, a conocer nombres, a tender puentes, a crear esos vínculos que no son vínculos visibles pero que son los vínculos del corazón que hacen que cierta gente o tu suerte se una a la de otra gente y que sea posible luego abrir caminos.
Esa cadena es más difícil de romper porque está formada con eslabones que tienen uniones muy fuertes entre ellos.
Yo le decía a mi obispo cuando le visité, «le agradezco que no se haya cansado de escucharme» porque para mí esos eran unos momentos efectivamente sagrados en los que me sentía unido a la gente como no me sentía en la parroquia. Con gente extraña, con gente no católica a pesar de la animadversión que eso generó en muchos buenos católicos de la parroquia, porque acabamos, te cuento, invadiéndole la parroquia para hacer salones de clases de tutorías y demás. Pero fue solo una etapa que, si bien duró unos ocho años, fue significativa para muchos. Era esta apuesta por que la iglesia pisara nuevas fronteras, saliera de sí misma...Los mismos sacerdotes estamos llamados a replantearnos no solo nuestro rol como sacerdotes sino como cristianos, como personas.
Es algo que probablemente en Europa estemos viendo ahora de una forma distinta gracias al Papa Francisco pero que en América, no sé si más cerca, pero lo teníais como más dentro: ese hacerse barro con la gente, ese mancharse las manos.
Yo admiro mucho a mis hermanos sacerdotes, a los que están en las parroquias, pero a lo mejor yo no estoy hecho para eso, porque sé la cantidad de caminos que se recorren, lo matado que es estar de una comunidad rural a otra con celebraciones acompañando a tanta gente. Pero lo valoro, porque son tremendamente generosos en su quehacer y viven estas cosas con una alegría enorme. Sin embargo, probablemente mi espacio era ése que descubrí, o es el espacio donde he vuelto a soñar nuevas experiencias, en donde he tratado de vivir y de redescubrir mi identidad de cristiano y reencontrarme con Dios. Con el Dios de los pobres.
Sergio, ha sido un auténtico placer: felicidades y enhorabuena por la Ciudad Esperanza. Enhorabuena por ese trabajo que realizáis, que consiste en que el mundo sea un poquito más habitable a fin de cuentas, que es en lo que deberíamos estar todos aquí, en Guatemala y donde fuera. Gracias a vosotros y a Manos Unidas por el soporte que os da y por la oportunidad que nos ha dado de tener este encuentro. Muchísimas gracias.
Gracias a ti por recibirme, realmente no me gusta tirar flores, como te decía, pero te he seguido a través de Religión Digital algunas veces y me encanta la página. Me pongo al día con cosas de la Iglesia y no me habría imaginado jamás que yo iba a estar un día sentado acá platicando con vos.