Si el abandono de la fe en el presente es un signo de los tiempos, su causa más masiva es el abandono que los pobres han hecho de la Iglesia
(Marco A. Velásquez, en RyL).- Ya no se habla del pecado social en la Iglesia. Es como si en medio del arrollador cambio cultural, éste hubiera quedado extinto. Sin embargo, cabe recordar que el mejor signo de eficacia del mal se manifiesta en el olvido de su existencia, de manera que al quedar fuera del ámbito de la conciencia, ésta queda inhibida para operar como eje rector de la conducta humana.
En la cultura del individualismo van quedando obsoletas virtudes como la solidaridad, la capacidad de diálogo y la comunión (entendida en su comprensión más genuina del co y del munus, que expresa la «tarea común»). Ello afecta el núcleo de la vida cristiana, porque el cristianismo es esencialmente de naturaleza social. Consecuente con ello, en la Iglesia se ha perdido progresivametente la noción de ser Pueblo de Dios.
Se trata de una pérdida que tiene causas culturales, como la influencia del individualismo, y causas eclesiales. Entre esta última destaca la involución del Concilio Vaticano II. En efecto, el Sínodo de los Obispos de 1985, convocado por el papa Juan Pablo II, intentó corregir supuestas desviaciones atribuidas injustamente al Concilio. En ello primó el miedo de la Iglesia a los procesos sociales que hacían de la maduración de la vocación cristiana, una toma de conciencia progresiva hasta la necesidad de asumir el compromiso social y político. Era la consecuencia natural de buscar la coherencia cristiana en la vida, a través del Ver – Juzgar – Actuar.
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