Gregorio Delgado

Abrir sitio a la verdad (I)

"Hemos asistido a un tapujo inmenso e impresentable, protagonizado por el Arzobispo de Granada"

Abrir sitio a la verdad (I)
Gregorio Delgado

Aunque parezca increíble, parece que todavía quedan restos de tan tenebrosas conductas, que tanto han desacreditado a la Iglesia

(Gregorio Delgado, catedrático y abogado).- Una vez más -incluso cuando está en juego la fiabilidad y credibilidad misma de la Iglesia-, nos encontramos, no obstante las severas admoniciones de Benedicto XVI y Francisco, con que ha vuelto a primar la ocultación y la mentira. ¡Qué pena! Y lo han hecho en tal grado que ya apenas queda espacio alguno para la verdad. Eso sí -¡no faltaría más!- se han apresurado a crear la apariencia de transparencia, han realizado gestos espectaculares, se han dado golpes de pecho, se han postrado en el suelo y han proclamado la verdad que no han respetado. ¡Fariseos e hipócritas, falsos profetas, lobos rapaces!

Ya sé que, como la mentira ha llegado primero, no es fácil que la verdad encuentre ya fácil acomodo. Pero, hay que intentarlo. No es grato, precisamente. Pero, es necesario e indispensable. El pequeño resquicio que queda debemos utilizarlo ahora para introducirnos por él, reflexionar sobre lo sucedido y poner sobre el terrado ciertas verdades, que nunca deben esconderse y menos aún en la Iglesia.

Aun cuando hemos asistido a un tapujo inmenso e impresentable, protagonizado por el Arzobispo de Granada, hemos de celebrar que haya dado pie a que al Papa Francisco, personalmente, no le haya importado coger el teléfono en dos ocasiones y dirigirse a la presunta víctima. Tampoco le ha importado descubrir la tostada, tomar la iniciativa y mostrar sus intenciones. Se ha comportado con plena transparencia y ha disipado cualquier duda sobre su actitud ante tan execrables crímenes.

Si a algo estamos obligados -todos y, de modo muy especial, la Jerarquía católica- es a interiorizar un criterio de actuación ineludible en estos casos. El mismo Francisco, en el vuelo de vuelta de Estrasburgo, lo formuló así: «la verdad es la verdad, y no debemos esconderla». Nunca más. Ya no vale -¡ya era hora!- el criterio según el cual los trapos sucios se lavan en casa. Repito, nunca más. Tomen nota, señores Obispos.

Cómo estaría el patio, qué no habría ocurrido en el Pontificado de Juan Pablo II -quiero pensar que con su desconocimiento-, qué fuerzas internas no empujarían al desastre para que Benedicto XVI proclamase el criterio de la tolerancia cero, subrayase que ciertos Obispos habían fallado ‘gravemente’ al aplicar las normas canónicas en vigor y habían cometido ‘graves errores’ en la respuesta eclesial a los abusos sexuales. La situación existente era, sin duda, de una verdadera relajación de la disciplina eclesiástica y de un escandaloso contra testimonio evangélico. Así son las cosas. La verdad es la verdad y que cada palo aguante su vela. Más de uno debió, en su momento, ser removido de su cargo. Aunque parezca increíble, parece que todavía quedan restos de tan tenebrosas conductas, que tanto han desacreditado a la Iglesia.

La reflexión anterior nos da pie para subrayar un aspecto básico en el modo de entender el gobierno en la Iglesia. Nadie, que conozca un poco el paño, ignora que, tradicionalmente, los Papas -unos más que otros- han sido cortacircuitados por personajes de su confianza. No todo lo que ocurría en la Iglesia llegaba a su conocimiento ni todo el que deseaba acceder a su presencia lo conseguía. Para nadie es un secreto que, en muchos momentos de la vida de la Iglesia, otros orientaban, en su nombre, la acción de gobierno. Pues bien, semejante estado de cosas parece ser -para bien de la propia Iglesia- que, con Francisco, no tiene lugar.

Finalmente, por si algún Obispo todavía no se ha enterado, debemos subrayar que es claro que también los Obispos y los sacerdotes son ciudadanos del Estado respectivo. Las leyes del mismo -aunque ello parezca, a veces, de difícil comprensión en la Iglesia- obligan a todos por igual. El abuso sexual es también un delito que contemplan las leyes estatales, que, repito, obligan y han de ser aplicadas a todos, sin excepción y con el mismo criterio.

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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