Las personas a las que importa que llegue el Evangelio no son solo las noventa y nueve ovejas seguras que están ya en el redil, sino también y sobre todo, la oveja que está (al menos aparentemente, según nuestra primera mirada superficial) fuera
(Martín Gelabert, op).- El predicador debe escuchar para que su predicación no se convierta en una serie de respuestas a preguntas que nadie hace. Porque estas respuestas probablemente no interesen demasiado.
Y, si lo que dice el predicador no interesa, entonces la gente se aburre y deja de atender. No quiero decir con eso que la predicación tenga que halagar el oído o divertir a los oyentes. La predicación debe explicar la Palabra de Dios y aplicarla a la situación de la comunidad que celebra, respondiendo a sus necesidades, problemas e inquietudes. También la predicación debe invitar a los fieles a que se conviertan, a que cambien aquellos aspectos de su vida que no están en consonancia con el Evangelio.
Pero para responder a las necesidades y preguntas de la gente, o poder invitar a la conversión, es necesario conocer la situación en la que viven los destinatarios de la predicación. Muchas veces, para conocer esta situación, será necesario, antes de hablar, escuchar, comprender, preguntar.
En este sentido, la metodología que ha vuelto a emplear el Papa Francisco para preparar la continuación del Sínodo el próximo año (consultar a base de preguntas a los distintos sectores de la Iglesia), puede ser adecuada para este acercamiento a las personas y responder de verdad a sus necesidades. Si no escuchamos, no podemos responder. El preguntar hace, al menos, que nos enteremos de cuáles son los problemas y necesidades de las personas a las que debemos cuidar y acompañar.
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