Elías es perseguido al tomar postura ante los conflictos. Está al lado de los sin nada, de los pequeños que si conservan la alianza
(Euquerio Ferreras svd).- El hijo de una esclava hebrea, Moisés, salvado de la muerte, con una infancia en el palacio del Faraón. Laico, casado con Séfora, tiene 2 hijos Guerson y Eliezer, es pastor, al cual Dios elige para liberar a su pueblo en parte contra su voluntad. Es asesino y tiene que huir de Egipto y volverá de nuevo.
Dios habla a Moisés e inicia el diálogo. Es la irrupción de Dios, repentina, inesperada. Moisés no buscaba a Dios y reacciona con temor y temblor, se siente indigno, por eso anonadado, abrumado, midiendo su debilidad, le presenta hasta cinco excusas u objeciones: no van a creerme; no me escucharán; no sé hablar; no sé quién soy yo, no sé quién eres tú; puedes mandar a otro (Ex 4, 1-12).
Desde la invitación o llamada,
desde la confusión, desconcierto, miedo,
desde la aceptación, si con condiciones,
desde la misión de liberar al pueblo,
desde las dudas, murmuraciones,
desde la ejecución en comunidad, en equipo,
Moisés hace un recorrido, un camino de fe, con momentos de noche oscura, de abandono, en su propio desierto, viendo que la injusticia no se soluciona con otra injusticia, sintiéndose emigrante, exiliado fuera de Egipto.
Este niño es salvado de las aguas por una muchacha judía, será el salvador de su pueblo.
A la invitación divina, «Yo soy…, he visto…, he oído…, y conozco el clamor de mi pueblo. Voy a bajar para librarlo. Lo sacaré. Ve, pues yo te envío para que saques… (Ex 3, 6-10). Ante esto no valen casi nada las palabras humanas.
Es el salto de la fe. No hay seguridades. Tiene que hablar con Dios, sin ver su rostro, ser intercesor, ser instrumento.
Al no ser sordo y ciego, ve las dificultades en el desierto, las murmuraciones, la falta de agua, comida, el pueblo que no siempre le sigue y se fabrica su becerro (un dios tangible), el no saber por dónde caminar. Le pesa su servicio y misión.
Con todo es paciente, no es celoso, no reacciona con rencor, llevará a su pueblo a la libertad, en contra de la dureza de corazón de faraón.
Siente la infidelidad de los suyos, la suya propia (Ex 3, 11 porque duda), y viviendo diversas etapas será el libertador, el constructor de la nación y el conductor a la Tierra Prometida.
El líder, después de su vida entregada, con diversos éxitos, no verá su obra coronada y morirá en el Monte Nebo a las puertas… (Dt 34,1).
El pueblo sí entrará, el líder no.
Tal vez sea tu historia, la mía; tu éxodo, nuestro éxodo eclesial. Porque todavía hay pueblos y situaciones que liberar. Hay tierra que conquistar. Hay plagas que… Hay libertad que soñar… Hacen falta muchos Moisés.
ELÍAS: El defensor de la causa de Dios
Profeta, ermitaño-contemplativo, activo, orante en intimidad con Dios, itinerante, defensor de la causa de Dios,
defensor de la causa de los pobres,
defensor de la alianza,
defensor del judaísmo.
No conocemos su nacimiento, ni su muerte, pero el resto de su álbum vital está bastante completo. Sabe lo que tiene que decir, el ideal que realizar, aceptando las consecuencias.
Ha hecho la denuncia y una terrible sequía viene como castigo por la idolatría del pueblo.
«Márchate de aquí en dirección al oriente
y ve a esconderte» ( 1 Reyes 17, 3).
Hay consecuencias, tiene que huir para salvar su vida. La reina Jezabel lo busca para matarlo.
Vive cercano a los pobres. En Sarepta hay alimento para una viuda y su hijo que lo comparten con él. La providencia cuida de él. Al morir el hijo de la viuda de Sarepta, reza, confía, le devuelve a la vida.
El Dios de Elías no es neutro y Elías tampoco.
Elías es perseguido al tomar postura ante los conflictos. Está al lado de los sin nada, de los pequeños que si conservan la alianza. Está en contra del rey y la reina por sus robos y muertes. Está contra su pueblo porque le dice la verdad, para eso es profeta, al adorar otros dioses y romper la alianza. Está en contra de la apostasía. Y eso no gusta.
Quiere conservar los auténticos valores de la fe en Dios. Por eso echa el pulso, reta a los profetas de Baal deidad fenicia, se burla y después que gana usa la violencia. Dios le corregirá pero no le abandona. Reacciona fuertemente contra los abusos del rey y la reina. Hay admiración por una parte, por otra órdenes de captura y prisión.
«Cuando Ajab vio a Elías, le dijo: Ahí vienes, ¡peste de Israel! Contestó Elías: No soy yo la peste de Israel, sino tú y tu familia, que han abandonado los mandamientos de Yavé para servir a Baal» (1 Reyes 18, 17-18).
Siente la persecución, el miedo y llega a Bersebá. Basta ya, Señor, quítame la vida. No soy mejor que los otros. (1 Reyes, 19, 3-4)
Tiene su encuentro con Dios en el Horeb y descubre que Dios no está en la violencia, ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en la brisa suave (1 Reyes 19,12).
Tiene su experiencia de los 40 días por el desierto.
Tiene su vida y la entrega como defensa de Dios. Aunque dice «sólo quedo yo» (1 Reyes 19, 10,) quedaban siete mil (1 Reyes 19, 18), dejó que Dios actuara como Dios.
Tiene la capacidad de escuchar su Palabra, seguirla y predicarla. Obedece.
Tiene la capacidad de hacer milagros, pero se siente bien humano, con miedo, con la tentación del desánimo.
¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti? (Eclesiástico 48, 4).
JEREMÍAS: La lucha del Dios incómodo
La fe tendría que ser una gran alegría para los creyentes, algo maravilloso, como con cara de Pascua…
Sabemos que no siempre es así. Y si los profetas tienen que decir cosas que no gustan y hacer signos, gestos que tampoco gustan porque molestan, no es de extrañar que Jeremías sea uno de ellos. Tiene que escuchar al «Otro» y hablar y actuar en nombre del «Otro». Hay otros que son falsos profetas, por ej. Jananías.
El joven profeta-sacerdote de Anatot, tímido, soltero por opción, con su sincera respuesta a la llamada de Dios, las va a pasar canutas bajo los tres reyes, Josías, Joaquín (que le hará la vida imposible) y Sedecías. Terminará en el destierro en Egipto.
LLAMADO, CONSAGRADO PARA UNA MISIÓN
O dicho de otra manera, pasar por la escuela de Yavé y aprender a conjugar cuatro verbos negativos: arrancar, derribar, destruir, demoler, y dos verbos positivos: edificar y plantar (Jr 1, 10). Es su misión.
Vivirá fielmente entregado, bajo el signo de
la contradicción que será muy dolorosa para él en su interior y exterior.
«El Señor me habló así: Antes de formarte…te consagré, te constituí profeta de las naciones…¡Ah, Señor, mira que no sé hablar. pues soy un niño! Irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No les tengas miedo pues yo estoy contigo…Mira, pongo mis palabras en tu boca… (Jr 1, 4-9).
Y punto, diría el castizo, a mandar que para eso estamos, si lo tomamos con humor.
«Cuando encontraba tus PALABRAS yo las devoraba; eran mi delicia y la alegría de mi corazón»…(Jr 15, 16) ¡que buen lema para los Misioneros del Verbo Divino, los misioneros de la Palabra, y para todo cristiano también.
Es el enamoramiento, la luna de miel.
En Jeremías hay etapas de miel y de hiel.
«La palabra del Señor se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión. Yo me decía: «No pensaré más en él, no hablaré más en tu nombre». Pero dentro de mi… pero no podía » (Jr 20-8-9). Vive la tragedia de la Palabra de Dios. Y le duele.
Jeremías escribe y en sus » Cinco Confesiones» se nos abre de par en sus sentimientos, desgarradores a veces. Habla en primera persona.
En la primera, le hace esta pregunta, eterna y actual pregunta: ¿Por qué prosperan los impíos y viven tranquilos los traidores? Tú me conoces, Señor, me ves y sabes cual es mi actitud contigo. ¿Hasta cuándo…? (Jr 12, 1-3).
En la segunda, «¡Ay, de mi, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas…! Acuérdate de mi…, cuida de mí… No me senté a disfrutar con los que se divertían; agarrado de tu mano me senté solo, pues tú me llenaste de indignación. ¿Por qué es continuo mi dolor, y mi herida incurable y sin remedio? Te has vuelto un arroyo engañoso de aguas caprichosas».
(Jr 15, 15-20).
En la tercera, «Cúrame, Señor, y quedaré curado, sálvame, y quedaré a salvo. Que tiemblen ellos y no yo;… machácalos, una y otra vez» (Jr 17, 14. 18).
En la cuarta, después del atentado, «Hazme caso tu, Señor… Pues ellos han cavado una fosa para mi». Y les lanza una serie de maldiciones de agárrate que hay curva…
(Jr 18, 18-24).
En la quinta, miel y hiel otra vez, «Tú me sedujiste, Señor y yo me dejé seducir…Maldito el día que nací…» (Jr 20, 7-18).
Ha terminado la denuncia. Ha habido anuncio. Es hora de acompañar y dar esperanza. El joven profeta Jeremías ha experimentado la exigencia de Dios, y más que levantar muros hay que tender puentes, abrir nuevos caminos y lo hace en el cap. 31 con la nueva alianza que sigue siendo válida para nosotros hoy.
«Ya sé que el hombre
no es dueño de su camino,
y que el peregrino
no puede fijarse la meta» (Jr 11, 23) reza el bueno de Jeremías, y yo con él rezo y canto.