Decimos sin duda esa palabra (e inclinamos la cabeza cuando se canta en la misa solemne ¡Et incarnatus est!). Pero luego no creemos de verdad en ella
(Xabier Pikaza, teólogo).- Ésta es la palabra más significativa de la historia de occidente, y para nosotros, cristianos, la más importante de la humanidad: Dios se ha «encarnado», se ha hecho vida en la «carne/historia» de los hombres, y así le acogemos con fe, y celebramos su misterio en Jesús de Nazaret, que estos días de Navidad nace en la Liturgia. Así lo muestran las dos imágenes de esta postal:
— La primera presenta a unos obispos que celebran, arrodillados, ante los fieles alejados, el nacimiento de Dios, representado en la estrella de mármol frío (estrella de David, de los Magos de Oriente) que está en el suelo.
— La segunda presenta una mano con el niño caliente de vida, la mano del partero/a (o del padre), que recibe al niño del vientre de su madre, ya limpio y sonriente, dispuesto a comenzar la gran carrera de la vida, si le acogemos y amamos como carne de Dios.
Una fe «difícil»
— Muchos hombres y mujeres no lo entienden, no pueden aceptar esta palabra, pues no creen que haya un Dios que pueda y quiera encarnarse (hacerse humano); no creen quizá en Dios, ni tampoco en el hombre como «capaz de ser Dios». Por eso, un genio de la filosofía como el judío L. Wittgenstein (tan amigo de los cristianos, pero no cristiano) decía que lo más grande que existe es un tipo de filosofía como la de Platón, o un tipo de religión como la de Buda o Mahoma, donde Dios está siempre separado, o no existe, o no se encarna.
— Tampoco muchos «creyentes» de la Iglesia entienden ni aceptan de verdad esta palabra de la «encarnación» (pues son en el fondo más platónicos que cristianos). Dicen que Dios se ha encarnado, pero después entienden esa encarnación de una forma «espiritualista» (¡como rayo de luz por un cristal!), sin aceptar de verdad la «carne» de María (la madre de Jesús), ni la carne de Jesús. K. Rahner decía que en el fondo somos «monofisitas» (no creemos en el hombre); yo añadiría que somos «gnósticos» (no creemos en la carne de Dios, ni por consiguiente en la carne humana)
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