El constantinismo será una tentación constante a lo largo de los siglos. La Iglesia se siente cómoda con las dictaduras que dicen que la protegen
(Hilari Raguer).- San Hilario, obispo de Poitiers (Francia, s. IV) es interesante por muchos conceptos. Defendió la doctrina de Nicea sobre la divinidad del Verbo, y por tanto de Jesucristo, y por eso sufrió exilio. Pero, como obispo, era sobre todo pastor. Comentaba, al alcance del pueblo simple, los evangelios y los salmos, compuso himnos, al estilo oriental, para mejor inculcar la recta fe a los fieles, y por medio de san Martín de Tours fomentó la vida monástica. Pero quisiera recordar aquí un aspecto suyo muy actual: su defensa de la independencia de la Iglesia ante las intromisiones de los emperadores.
En el mundo antiguo, la religión era política, cosa de la polis, la ciudad-estado soberana. Jesús la despolitiza: no ha de ser de ningún estado sino católica, universal. Pero la Iglesia ha caído una y otra vez en la tentación de instrumentalizar la dimensión política de la religión, como sucedía con el paganismo y en el Antiguo Tetamento.
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