En privado les revienta lo que dice de los gays, de los divorciados vueltos a casar, de la jerarquía de verdades, de la iglesia en salida, de la misericordia, de los eclesiásticos trepas o del olfato del rebaño
(César Luis Caro).- Hay muchas personas a quienes no les gusta el papa. Se hace cada día más evidente y menos disimulado, casi dos años después de aquella reverencia en el balcón pidiendo «que recen por mí» que nos dejó a todos boquiabiertos. Lo curioso es que, en general, los detractores suelen ser gente de dentro, laicos, curas, etc., porque en ambientes extraeclesiales Francisco genera casi siempre simpatía y consenso. Y se da entonces una situación entre divertida y paradójica.
No se les ocurre contradecir al papa, porque claro, ¡es el papa!; incluso citan sus palabras, pero llevan como a regañadientes las cosas de «este papa», como le llaman. Comentan Evangelii Gaudium y resaltan, con una media sonrisa, el estilo llano y accesible de Francisco, pero en privado les revienta lo que dice de los gays, de los divorciados vueltos a casar, de la jerarquía de verdades, de la iglesia en salida, de la misericordia, de los eclesiásticos trepas o del olfato del rebaño.
Cuando en la misa de Santa Marta, o en la audiencia, o en una entrevista, el papa se desmarca con algo que descoloca a las mentes ultraortodoxas, se apresuran a remitir a sus escritos, donde hay «más precisión». O se dedican, incómodos, a interpretarlo correctamente con algo así como «El papa dijo equis, pero en realidad quiso decir y», no vaya a ser que alguien se confunda. Madre mía, cualquiera sugería eso acerca de alguna declaración o escrito de, por ejemplo, Juan Pablo II o Benedicto. Prontito.
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