Hemos de hacer posible que este mundo y los hombres se reconcilien. La Iglesia está llamada a anunciar y promover en el mundo la reconciliación
(Carlos Osoro).- El mundo, la historia que hacemos los hombres, necesita de Dios. Nosotros necesitamos a Dios. ¿Qué Dios necesitamos? El que sana el corazón del hombre. Y este Dios se ha revelado en Jesucristo.
El mundo en el que vivimos sigue presentando las contradicciones que pusieron de relieve los padres del Concilio Vaticano II, muy especialmente en la constitución Gaudium et Spes, 4-10. En la misma, vemos una humanidad que quiere ser autosuficiente, donde no pocos hombres creen que pueden prescindir de Dios para vivir bien. Pero ¡cuántas situaciones dramáticas estamos viendo en estos momentos de vacío existencial! ¡Cuánta violencia hay sobre la tierra! ¡Cuántas soledades que soporta el corazón del ser humano precisamente en la era de las comunicaciones! ¿Quién es el que puede librar al hombre de esta oscuridad y de este yugo? Solamente Jesucristo, el que derrotó para siempre el poder del mal con el amor divino. Nos viene bien escuchar aquellas palabras del apóstol San Pablo a los cristianos de Éfeso: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo» (Ef 2, 4).
Es cierto que muchos hombres admiran las realizaciones técnicas del mundo occidental y todos los descubrimientos que en estos últimos tiempos ha hecho la ciencia, pero también hay otros muchos que se asustan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre. Y, sin embargo, me atrevo a deciros que la realidad del mundo es imposible sostenerla sin Dios.
Quizá lo primero que tengo que deciros es responder a esta pregunta: ¿Qué es esta realidad? ¿Qué es lo real? ¿Solamente son realidad los bienes materiales, los problemas sociales, los problemas económicos, las situaciones políticas?
Aquí, en estas preguntas, se encuentra el gran error de este siglo pasado, que falsificó la realidad fundante y decisiva, que es Dios. Cuando se excluye a Dios del horizonte, se falsifica el concepto de realidad. Y esto lleva al hombre, en muchas ocasiones, a dar recetas para resolver problemas, que no aportan soluciones y, que, además, destruyen la realidad misma.
Otro mundo es posible. Dios lo quiere transformar con nuestra conversión. Está muy claro en el Evangelio: «convertíos y creed en el Evangelio». «Convertíos», en griego metanoia, significa cambiar de forma de pensar, de forma de vivir, de forma de mirar las cosas. Se trata de lograr una visión nueva, en hebreo, cambiar de dirección. Otro mundo es posible. Convertirnos es dejarnos transformar en profundidad, es ir contracorriente cuando la corriente es un estilo de vida superficial, incoherente, que nos domina y nos hace prisioneros de la mediocridad.
La llamada que nos hace nuestro señor Jesucristo nos invita a centrar nuestra vida en Dios, reconociendo que Él es quien puede darnos la orientación y los caminos para construir nuestra vida y la historia, de tal modo que esa historia que hagamos los hombres sea de salvación. Precisamente, por ello, necesitamos abrir nuestro corazón a Cristo, que es quien en verdad conoce lo que llevamos dentro. Solamente Él tiene palabras que nos hacen vivir y nos dan fuerza para hacer vivir a los demás. La realidad se conoce cuando Dios está en el centro. Él es quien da consistencia a todo lo que existe y al quehacer del ser humano.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: