(Jesús Bastante).- Lo primero que viene a la mente al visitar el Monte Nebo en un día soleado -aunque con bruma-, es encontrar los mismos enclaves que debió observar Moisés antes de morir. Belén, Jericó, Jerusalén, el Mar Muerto, Ramallah, Nablus, Tiberíades… La Tierra Prometida a la que, al fin, tras cuarenta años de éxodo, llegaba el pueblo de Israel. El segundo pensamiento es de compasión hacia el profeta, y de incomprensión ante la decisión de Yahvé (¿era necesario tanto castigo para el hombre que guió al pueblo elegido? ¿Por qué no pude pisar tierra santa Moisés?).
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