Episcopaleces

(Ramón Baltar).- Al señor obispo de Osma-Soria le ha decepcionado que el Gobierno de un partido con vitola de confesional encubierto haya tenido la avilantez de olvidar su promesa electoral de abolir las leyes del aborto socialistas, sus amados enemigos. Y quiso hacer unas declaraciones, tales que piden un despacho de conjunto y un par de precisiones.

Su queja contra el presidente Rajoy suena a ridícula, pues sólo un ingenuo en modo boquiabierto puede creerse la patraña de que el ideario del PP se inspira en el humanismo cristiano y representa los valores católicos en la sociedad política. Los que se lo tragan desconocen los precedentes históricos: el cristianismo primitivo fue contrapoder y el catolicismo aún vive en mancebía con el poder, traición a Jesús que al parecer pocos obispos tienen pensado no repetir.

Comentando la proposición de ley que obligaría a las chicas menores de 18 a solicitar el consentimiento paterno para abortar, se le escapó esta perla: «La única ley posible es que no exista ninguna ley». Cuesta trabajo aceptar que alguien en su acuerdo sostenga en serio que, si se desregulara, el aborto desaparecería de sobre la faz de la tierra. De atender los legisladores este alucinante consejo, el resultado sería muy otro: las mujeres abortarían clandestinamente y eso ya sabemos qué males acarrea.

Otra perla para enmarcar: «El aborto no es sólo una cuestión religiosa sino antropológica, por lo que no se puede admitir ni como Obispo, ni como cristiano ni como persona». Aparecen más de una razón para respetar a quien se opone a la despenalización del aborto; pero ninguna para que el que está a favor de ella tenga que soportar que se le niegue la condición de persona, quiere decirse de persona moral. Una faltada.

Ya cansa tanta defensa ideológica del concebido y no parido, asunto cuya regulación es competencia del Estado que si aconfesional no legisla para creyentes sino para ciudadanos. También porque el gremio de encubridores de pederastas no debería de dar lecciones.