El Padre Monge mantuvo secciones llenas de verve (sí, en francés) que se leían con gusto y dejaban un poso espiritual en las almas que Dios tiene que haberle premiado
(José L. González Balado).- El fundador de la Sociedad de San Pablo, P. Santiago Alberione, uno de los muchos proclamados beatos por Juan Pablo II que algún día probablemente serán declarados santos, entendía y deseaba que los miembros de su Congregación se convirtiesen en «Apóstoles de la Prensa».
Lo cual asumiría -asume, de hecho- otras equivalencias, más o menos sinónimas. Por ejemplo, la de especialistas de la comunicación social. De prevalencia, se entiende, comunicación espiritual-apostólica. Los «paulinos» son, por eso, sobre todo apóstoles de la prensa. Lo cual implica, como se ve y casi también se constata, una abundante variedad de equivalencias.
Hay paulinos que escriben, traducen y editan libros. Otros, o los mismos, los difunden por medio de librerías, que llevan la denominación coincidente de «San Pablo». Por ejemplo, en Madrid (donde tienen tres librerías «San Pablo» (una en la Plaza de Jacinto Benavente, otra en la Calle Alcalá, y una más en la calle San Bernardo). Y en Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Valladolid, Pamplona, Oviedo… Y unas cuantas más, la mayoría grandes y otras menores, en capitales y ciudades de Europa, de América, de Asia y de África.
Todas ellas están dirigidas por religiosos de la Sociedad de San Pablo, que es la rama masculina de la Congregación fundada por el Beato Padre Alberione. Y otras, aún más numerosas -coincidentes en la denominación también de librerías «San Pablo», en español o en otras lenguas-, están dirigidas por la rama femenina, fundada también por el Beato Alberione, que son las denominadas Hijas de San Pablo.
Casi sobra decirlo, porque suena implícito: que ambas congregaciones, tanto la masculina como la femenina, las dos fundadas por el aludido Padre Santiago Alberione, nacieron a principios del siglo pasado en Italia. A una y a otra, el Padre Alberione las puso bajo la protección especial y magisterio del Apóstol San Pablo. Por eso los religiosos varones, sacerdotes y laicos, igual que las religiosas, se conocen como «paulinos», ellos, y, ellas, «paulinas».
La congregación de los «paulinos» se denomina específicamente «Sociedad de San Pablo». La de las «paulinas» se denomina «Hijas de San Pablo».
Trátase, pues, de una doble congregación religiosa que nació -o mejor, fue fundada- en Italia. Y, de manera más clara y específica, en el Norte, en la región del Piamonte, en Alba, al lado mismo de su especie de capital que es Turín, una provincia y ciudad que casi compite (dicho sea de manera implícita) con Milán, capital de la Lombardía. Compiten entre sí, digamos, en industria y en… fútbol. Turín-Torino tiene dos equipos de fútbol de primera división que se denominan Torino y Juventus. Y Milán-Milano tiene otros dos equipos que se denominan Inter y Milan (pronunciado sin acento en la a). Lo cual, en sí y en este caso, carece de trascendencia. Los «paulinos», lógicamente más que las «paulinas», bajo el aspecto de aficiones futboleras se reparten más o menos por igual entre aficionados de los equipos de Milán y de los de Turín.
Pero el tema no quería ser éste sino otro más serio. Hace un par de días o tres falleció un destacado sacerdote paulino que se llamaba P. Attilio Monge. Era piamontés como el Fundador Alberione, y, sin ser apasionado en tema de fútbol, sí lo era bajo otros aspectos: a veces dejaba asomar algo que no llegaba a pasión y ni siquiera pronunciaba completo el nombre del otro equipo turinés, que le gustaba desde muy joven y se quedaba en Juve (pronunciado Yuve).
Mucho más que el fútbol, el padre Attilio Monge cultivó, de manera muy destacada, otras cualidades y aficiones. Quienes lo conocieron (y/o conocimos) podemos asegurar que era muy culto, que predicaba y escribía muy bien, que resultaba muy convencido, y que desde siempre había ejercido un ministerio sacerdotal destacado desde los primeros años de su juventud. Un ministerio que se recuerda como efectiva y afectivamente preferente desde los años de su juventud, en pro de un asilo de jóvenes disminuidos de la periferia romana.
Con relación al «apostolado paulino» de la comunicación y de la prensa, el Padre Attilio Monge destacó sobre todo en el manejo de la pluma y luego del ordenador como redactor y director de publicaciones que si no lo echarán muy de menos ahora que él acaba de emigrar a la casa del Padre, lo seguirán recordando los muchos miles de lectores de sus escritos siempre brillantes y llenos de jugo espiritual y humano. Y aún más lo seguirán recordando todos los que, sin que siempre él se diese cuenta, fueron lectores y alumnos suyos.
Lectores unos -¡muchos miles de sus libros y de las publicaciones periódicas que él dirigió!- y colaboradores y discípulos, «paulinos» muchos y otros no, de los semanarios que él dirigió, para lectores jóvenes y de toda edad, en los que el Padre Monge mantuvo secciones llenas de verve (sí, en francés) que se leían con gusto y dejaban un poso espiritual en las almas que Dios tiene que haberle premiado por haber sido el P. Attilio Monge un verdadero e incansable apóstol de la comunicación.
Quien aquí lo recuerda con cariño y gratitud agradece al cielo -al que lo encomienda con conmoción-, tuvo la inmensa suerte que mejor se llama gracia de tenerlo como jefe amable y maestro durante años inolvidables y fecundos de entrañable aprendizaje periodístico. Años en los que un relativamente joven pero ya maduro Padre Attilio Monge dirigía, en Roma, un semanario político-religioso denominado Orizzonti.
Por circunstancias de la vida, uno tuvo la suerte de ejercer un exigente aprendizaje periodístico a la feliz sombra del director a la vez paciente y eficaz que era el Padre Monge. Nunca olvidaré, de años ya casi lejanos en que éramos aún jóvenes los dos, él más maduro y tolerante que quien era aún aprendiz, una colaboración que me autorizó a filtrar sobre un hecho que traducía al italiano un acontecimiento que en España guardaba relación con el casi trascendente Valle de los Caídos.
En una Italia entonces con remembranzas de Mussolini se captaban con muy otra sensibilidad acontecimientos y hechos relacionados con el régimen que mandaba aquí tras una guerra casi nada oportunamente llamada civil. Aquel reportaje pareció herir la sensibilidad de la representación diplomática española con sede en Roma, que trasladó su queja al director del semanario Orizzonti. El cual, que era tan agudo periodista como buen sacerdote, supo calmar el aparente a la vez que excesivo desacuerdo por parte de un régimen que se mostraba susceptible en exceso.