El Papa les exigió que sean “la flor de almendro” de la “primavera” que está floreciendo en la Iglesia
(José M. Vidal).- Había expectación este fin de semana por saber cómo iba a actuar y qué les iba a decir el Papa Francisco a dos de los movimientos neoconservadores más potentes: Camino Necocatecumenal y Comunión y Liberación. Con los Kikos, se reunió el viernes en el aula Pablo VI. Con los cielinos, el sábado en la Plaza de San Pedro.
Los Kikos reunieron a unos 7.000 miembros del Camino. Y no porque no tengan más. Las características del encuentro exigían ese número cerrado. Los cielinos llenaron con más de 80.000 de los suyos la Plaza de San Pedro y hasta la vía de la Conciliazione.
Independientemente del número, demostración de fuerza y músculo de ambos movimientos. Y un intento de acercamiento al Papa Francisco. Todo el mundo sabe que estos dos movimientos (y algunos otros, que se mueven en la misma órbita) son más de Juan Pablo II o de Benedicto XVI que de Francisco. Y conectan mucho mejor con la Iglesia-fortaleza asediada, orgullosa de su poder de otras épocas, que con la del «hospital de campaña» de Bergoglio.
Acostumbrados a mandar y a restar a los que no iban en su carro a misa, se encuentran ahora con que Francisco quiere sumar. Y si la Iglesia ha dejado de ser aduana, para convertirse en casa abierta lo tiene que ser para todos. Incluso para los que no piensan como el Papa o tuercen el mohín cuando lo escuchan o cuando lo ven actuar como un Papa normal, que predica sin cesar la misericordia.
En esa dinámica de suma, Francisco dio un espaldarazo («porque quiero», dijo) al carisma del Camino. Y los Kikos, desde sus dirigentes a sus miembros, se rindieron ante el cariño demostrado del Papa. Y prometieron remar en su misma dirección.
Comunión y Liberación pensó tener un Papa en la persona del cielino cardenal de Milán, Angelo Scola. Y, al salir elegido Francisco, se quedó descolocada. Fue, sin duda, el movimiento neoconservador más reacio a aceptar el nuevo rumbo que Francisco está imprimiendo a la Iglesia. Unos lo decían abiertamente en artículos y libros. Otros, de forma solapada, incluso desde la cadena de los obispos españoles.
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