La Iglesia debe ayudar a sufragar al pobre, curar o sanar al enfermo y salvar o redimir al pecador
(Andrés Ortíz-Osés).- Con gusto acepto participar en la concelebración del segundo aniversario del Papa Francisco, promovida por José Manuel Vidal en Religión Digital. En esta revista hispana de cultura religiosa encontrábamos refugio simbólico en tiempos inclementes, y ahora en tiempos clementes nos reunimos para apoyar la apertura de Francisco, el Papa móvil y simpatético.
Calculaba el cardenal Martini, jesuita y papable, que nuestra Iglesia llevaba 200 años de retraso respecto a la modernidad ilustrada. Pero el cardenal Bergoglio, jesuita y posterior Papa, debió entender que eran 2000 años o bien añadió por su cuenta un cero a la cifra intencionadamente. Este cálculo papal le ha permitido palpablemente recuperar y relanzar el originario Evangelio cristiano de salvación y redención, frente a toda perdición e irredención.
En efecto, este Papa jesuita y franciscano intenta por una parte recuperar la Ilustración moderna, pero recuperarla a la luz del iluminismo religioso, es decir, de la iluminación evangélica. El resultado está siendo una regeneración humana y cristiana del cuerpo y el tejido eclesial, una reanimación fogosa del alma del mundo y una corriente de aire fresco proveniente del Espíritu amoroso y misericordioso. Su inspiración es netamente jesusiana y proviene de la compasión popular: misereor super turbas (Mateo, 15,32).
Así que han aparecido flores en nuestra tierra, son las florecillas del Papa Francisco, las cuales señalan, como dice el Cántico de los cantos, el tiempo del cómputo situacional y de la poda de viejas adherencias putrefactas: flores apparuerunt in terra nostra, tempus putationis advenit. En este sentido, Francisco personifica una nueva gestualidad simpática y una empatía universal, basada en una rotunda reafirmación cristiana de la Encarnación como humanización.
El lema/tema de este papado es la apertura de la Iglesia, madre y hermana, a los depauperados de este mundo, tal y como lo enuncia el salmo 112: dispersit dedit pauperibus. La apertura a los pobres se realiza ahora en nombre de la justicia social y de la caridad cristiana. Por eso se aboga por una Iglesia pobre, aunque a veces se piense que quizás sería mejor una Iglesia rica en beneficio de la gente pobre.
Sería mejor teóricamente, pero quizás no tan bueno prácticamente. Pues el peligro de la riqueza suntuosa es la pobreza propia o interior y ajena o exterior. No hay que olvidar que este Papa es el valedor del Sur, allí donde el pobre más sufre la riqueza tanto interna como exterior, nacional e internacional, propiciada por un capitalismo desbocado, impersonal y abstracto. En un tal contexto depauperado la Iglesia debe ayudar a sufragar al pobre, curar o sanar al enfermo y salvar o redimir al pecador.
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