El gasto que ocasiona la atención a los viejos se considera improductivo e insoportable para las arcas públicas
(Ramón Baltar).- El papa Francisco aprovechó una de sus habituales catequesis del día atravesado para pronunciar una vibrante denuncia de la cultura del descarte que se ensaña con los viejos, tema de quemante actualidad. Sólo una observación desmerece entre tantas atinadas: «Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestros pueblos».
Desde que la economía se ha desligado de la ética y declarado vara de medirlo todo, ser joven es el requisito principal para ocupar un lugar al sol en la sociedad de la competencia y ser anciano un volante para la marginación. El gasto que ocasiona la atención a los viejos se considera improductivo e insoportable para las arcas públicas, tanto que el ministro japonés del ramo tuvo la desfachatez de pregonar que era deber patriótico de los pensionistas no dilatar el tránsito. Los autoproclamados humanistas cristianos otorgaron callando.
Todo lo que se haga para proteger a los que encaran las incomodidades de la vejez y facilitarles un proyecto vital con alicientes, es debido y por definición poco. Junto con los niños, los pobres y los discapacitados, los viejos son los más necesitados de ayuda; y para dársela sin cicaterías no hace falta buscar ninguna razón teórica, basta tener humanidad. No la demuestran los poderes que los machacan con la disculpa del según ellos peligroso aumento de la expectativa de vida.
La afirmación de que los ancianos son el arca de la sabiduría popular es más tópica que acertada: la condición de sabio no puede predicarse de una colectividad, porque es virtud individual; y tampoco cabe decir que sean sabios los viejos por el hecho de haber vivido luengos años (salvo que se iguale sabiduría con experiencia). Por desgracia, la vejez casi nunca apareja la posesión de la sabiduría.
Ni en la infancia, ni de mayores ni cuando viejos son los seres humanos cosas de las que disponer a conveniencia. Los políticos gestores así lo creen, y si no les vamos a la mano, llegar a la cuarta edad será el castigo del delito de haber nacido.