No te eches atrás, Señor. Gracias a tu ejemplo y testimonio, el sufrimiento, la contrariedad, el despojo, la desgracia, la prueba, hasta la muerte tienen un sentido distinto
(Ángel Moreno, de Buenafuente).- Me duele, Señor, la Palabra que este día se proclama en la liturgia, el recuerdo de la traición amiga, de la deslealtad terrible de aquel que ha gozado de tu confianza y ha recibido hasta el último momento señales de tu amor.
Me duele por mí, porque me veo tantas veces envuelto en mi egoísmo mezquino. Pero hoy quisiera ponerme a tu disposición y preguntarte como discípulo: -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» (Mt 26, 17).
Querría tomar al profeta sus palabras: «Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento» (Is 50, 4), y decirte, superando mis miedos, que deseo celebrar contigo la Pascua.
Sé que no valen los cumplimientos, que ya no es hora de palabras huecas. Al menos recuerda las que dice el salmista: «El Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos» (Sal 68).
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