Los que cada día intentan, desde la nobleza de su oficio, ser como el Papa Francisco y dar voz a las periferias
(Lucía L. Alonso, enviada especial a Yangón).-Del 27 al 29 de Marzo se ha celebrado en Yangón el IPI World Congress 2015, congreso internacional sobre la libertad de expresión en los medios de comunicación. Religión Digital ha estado allí, como medio invitado por los grupos IPI y KAICIID.
No sólo periodistas, sino activistas de la defensa de los derechos humanos, investigadores y políticos acudieron al encuentro desde Jordania, Canadá, Austria, Japón, Turquía, Reino Unido, Zambia, Kenia, Sri Lanka, Sierra Leona, Palestina, Bosnia, Estados Unidos o la vecina Tailandia. El premio de honor fue para Daniela Pastrana, de Periodistas de A Pie, por su denuncia de las torturas, desapariciones y asesinatos de periodistas críticos con el gobierno en México.
Contra el color de la inercia, como el día anterior había reflexionado el grupo de trabajo congregado en Myanmar por KAICIID, del que Religión Digital formó parte, la profesión del periodista es el dilema de Cordelia: poner la convicción y la ética antes que nada, aunque vaya a contrariar, aunque acarree represalias. Aunque cualquier rey Lear pueda condenarla al exilio.
Así, la sesiones pretendieron abarcar todos los ángulos del vínculo entre los medios de comunicación y la libertad -religiosa, de expresión o de prensa propiamente-, comenzando por la intervención de Ye Htut, el Ministro de Información de la República de la Unión de Myanmar sobre las nuevas leyes de prensa en el país, y su puesta en práctica.
La importancia del rol del periodista en los conflictos fue abordada por un representante de Al Jazeera y, tras las sesiones que trataron sobre las comunidades religiosas (que sean abiertas y no monolitos estereotipados) y sus líderes, Mohammad Yunus, el Premio Nobel de la Paz, tiró un muro más contra los discursos de odio: si el apartheid y la esclavitud llegaron a desaparecer, ¿por qué no puede hacerse real el mundo libre de pobreza que todos esperamos? «Let’s take de next impossible».
A pesar de la crisis de la imprenta y que en estos tiempos la independencia de los medios suele ser una quimera, si algo demostraron los profesionales que acudieron al congreso fue lo valioso de un oficio como el del periodista, «un vigía», como dijo Daniela Pastrana, que les roba el trueno a quienes manejan el planeta desde la codicia infecciosa y la euforia financiera generando desigualdad y violencia.
Hay que proteger a los vigías, que son los que les quitan las armas a aquellos que crean las víctimas. Los que cada día intentan, desde la nobleza de su oficio, ser como Cordelia, íntegra aun sin complacer. Ser como el Papa Francisco y darles voz a las periferias. Ser como Albert Camus, que en su Carta a un amigo alemán sentenció que la libertad no se puede escoger sin elegir también la justicia («¿Qué es un hombre? Es esa fuerza que siempre termina derrocando a los tiranos y a los dioses»), lo que nos obliga a descartar de nuestra actitud el pesimismo abandonista.
Y es que la conclusión del congreso fue que no sólo el diálogo entre las diversa espiritualidades es preciso en pos de la construcción de un mundo más justo, sino una reacción pacífica pero activa contra los opresores. Porque en el mundo actual hay muchas plagas, tal vez lo heroico, lo deontológico, sea el rechazo de mentir sobre lo que se sabe, que es lo mismo que el simple empeño de no estar con la plaga.
Visita al obispado de Myanmar
Aunque el cardenal de Birmania, Charles Maung Bo, que fue nombrado por el Papa Francisco el 14 de febrero, estaba enfermo y guardando cama para recuperarse para los oficios de Semana Santa, Religión Digital fue invitada a conocer el palacio arzobispal donde vive el purpurado.
Cerrando el paraguas que protege a los visitantes no de la lluvia, sino del sol que besa a los birmanos en las mejillas, un grupo de periodistas nos adentramos en el jardín tropical de la residencia de Monseñor Bo, donde nos recibió uno de los jóvenes que vive en la comunidad, focolar educado con los salesianos.
Con ellos se crió también el nuevo cardenal, y el orgullo de ese carisma nos dio la bienvenida en una salita en la que la imagen de Don Bosco estaba tan presente como la de los papas Juan Pablo II y Francisco, Teresa de Calcuta o la de un tigre de peluche, detalle kitsch para nosotros pero tan común en las decoraciones de Birmania, el país de la experiencia sensorial de los dragones flotando en medio de la gran laguna, los elefantes de madera, las hojas de palmera y la crema de papaya.
Y es que en el obispado de Myanmar, antes de sentarnos a tomar el zumo que nos ofrecieron, debimos descalzarnos, como hacen los budistas antes de entrar en sus casas o en sus templos, las circulares y puntiagudas pagodas. Es un ejemplo de sabiduría y de respeto que los cristianos de Asia, sin duda el continente que está haciendo crecer el futuro del catolicismo, condimenten los valores humanistas de su credo con las virtudes de la religión tradicional de su país. Pues, como Buda y Jesús, como el propio Bergolio, Charles Maung Bo se ha acercado a los ancianos y a los enfermos para investigar el sufrimiento; a «los últimos». En el caso de Birmania, las minorías étnicas, a las que el gobierno no había dado paz hasta la paulatina reconstrucción (porque lo rápido al final es más lento…) que está llevando a cabo.
Se han liberado los presos políticos, pero todavía queda mucho por hacer. Precisamente el religioso que nos guía por las dependencias del palacio nos habla de que el reto de Bo es el de la educación: el recorrido del conocimiento, el cultivo de la mente, es el que les dará las herramientas para actuar con ética, para reformar en la práctica un país que tiene que terminar de despertar a la democracia y a la tolerancia interreligiosa.
Charlamos descalzos, como entran los budistas en la pagoda o los musulmanes en la mezquita: sin pertenencias ni mentiras. Como se dispusieron los apóstoles a que Jesús les lavara los pies un día como hoy y les convirtiera en vagabundos religiosos: les enseñara a renunciar a las posesiones del mundo percibido pero sin renunciar a pisarlo desnudos, de la forma que más se puede sentir lo que les hace daño a los otros.
Porque la vida es exactamente lo contrario de la muerte, la gente de Myanmar hace ruido, habla, ríe e incluso se lleva la comida a la pagoda, mientras sus vecinos oran arrodillados frente a la reliquia de Buda -la reproducción de su dentadura- o vierten agua sobre la imagen de otro de sus altares. De la misma manera, el templo católico, de patrones occidentales por fuera, por dentro nos sorprende por el colorido de sus bóvedas, en las que el blanco espliego es atravesado por franjas verdes, azules, amarillas y ciruelas, puentes de alegría hacia lo invisible. Las flores de almendro que decoran la entrada a la nave atienden a la felicidad de tener la plena conciencia de que todo en este mundo es sagrado, igual que los pajaritos que intentan vendernos en la entrada de la pagoda.
Porque el cardenal Bo ha prestado atención al lenguaje de las cosas en las calles destartaladas de Myanmar y también ha convivido con la cultura de Buda, que fusiona el conocimiento directo y la calma meditativa, quizá sea una de las personas idóneas para emprender en este polícromo continente la más revolucionaria y valiente primavera de Francisco.