¿Hasta dónde estremece la muerte de Cristo, quiénes son beneficiados, cómo comprender esta oblación en un sentido nuevo de entrega y redención?
(Guillermo Gazanini).- Giovanni Papini (1881-1956) narra en su Historia de Cristo (1921) los relatos heroicos de la antigüedad donde los dioses bajaron a las entrañas de la tierra, a los infiernos para consumar los hechos épicos: Istar descendiendo a Nergal, dueño del inframundo, para devolver la vida a Tammuz; Hércules para tener de trofeo al Cerbero; Teseo para devolver entre los vivos a Perséfone; Dionisio al rescatar a Sémele, su madre; de Orfeo para arrebatar de las manos de Plutón a Eurídice.
Historias épicas, maravillosas, de bravos héroes míticos consumando prodigios, mensajeros de una vida más alta que despiertan la envidia de los que no gozan este aspecto divino. No faltan quienes, haciendo una lectura de estos relatos, identifican el descenso de Cristo al lugar de los muertos, a los infiernos, como de influencia helénica en esta mitología de héroes y dioses. Descender a los infiernos causa gran inquietud. ¿Hasta dónde estremece la muerte de Cristo, quiénes son beneficiados, cómo comprender esta oblación en un sentido nuevo de entrega y redención?
En su cruz se consuma lo que no fue posible hacer con los animales y bestias ofrecidos en el templo; la sepultura recibe al cuerpo sin vida de un hombre justo, paradójicamente, más fuerte que todas las culpas, de manera que el pecado del mundo es anulado para transformar la realidad mediante el amor infinito y descender a los infiernos, las entrañas de la tierra, marcando un antes y después en la historia de la Salvación.
Como tal, la fragilidad de Cristo, su precariedad y limitada humanidad, sufre padecimientos indescriptibles, el cuerpo destrozado es receptor de dolor inimaginable, del paroxismo del pecado y la maldad de la cual es capaz el ser humano. Cristo está en lo profundo de los infiernos, la víctima perfecta antagonista del mal. Contrario a los héroes mitológicos, el dolor del suplicio, la tortura de la cruz, no sirve para satisfacer a dioses olímpicos y elevar al dilecto al grado heroico. En la sepultura es Dios mismo quien reposa tomando el sufrimiento sobre sí mismo, en Su Hijo.
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