Me repugna todo esto: hurgar en mi vida, en mi conciencia, hacerme un “para- juicio”, condena, pecador público, vivir para siempre “reducido”, no dejarme ni enseñar
(Sergio Afonso Miranda).- A/A Vicario Judicial. En febrero de 2012 unos días después de haber dejado de ejercer el ministerio mi corazón estaba “embotado” de lo vivido en los últimos meses ante la urgente necesidad de tomar una decisión. En aquellos meses escribí muchas cosas que analizaban lo que viví, los sentimientos, la “nueva vida”, mi futuro: “laboral”, “social”, “familiar” y eclesial…
Hasta ese día todo lo había vivido en la Iglesia como cura. Fueron meses duros, llenos de juicios, de enfados, silencios y soledad, un tiempo claro de conversión que dio sus pequeños frutos. Al ir resolviendo el tema laboral con la cobertura ofrecida por la Diócesis, tal como le indiqué al Vicario General no fruto de una iniciativa piadosa de nadie sino una cuestión simplemente de justicia de esa que tanto nos gusta hablar los domingos a la gente, empecé a vivir la “ausencia” de la Iglesia.
Después de la última conversación con el Sr. Obispo el martes 24 de enero de 2012 donde me comunicó que definitivamente abandonara el ministerio estuvimos hasta el 14 de febrero de 2013 para encontrarnos, un año. Ya no digo mis hermanos presbíteros “ausentes”; los más cercanos, con los que trabajé por 12 años, todos, excepto el que me sustituyó y por razones obvias, todos, no han hecho ni una llamada. Nada de nada… Que bonitas homilías el día de San Juan de Ávila.
Cuando valoré en el fondo de mi corazón lo que me ataba al ministerio, las razones más profundas no eran evangélicas. Me dije: Sergio la seguridad te la da el Amor de Dios y Él me cuidará.
Tomé la decisión sabiendo todo esto; no me sorprende ver como “he desaparecido” en las comunidades que acompañé, todo una enorme hipocresía porque aunque “hubiera matado a alguien” me ubicarían en cualquier sitio. Pero cometí el gran error, ya no de faltar a los pobres, ni desobedecer por desobedecer sino de ir contra lo que no me ayudaba a ser cura, la ley cambiable del celibato; un celibato que libremente asumí para ser cura, un poco ingenuo y soñador: ser cura era “alumbrar la Palabra y la Vida en las personas”.
No me desdigo de nada con esta carta, no hay otro responsable que yo, ni la mala formación, ni la mala elección como candidato al ministerio, solo yo soy el responsable de mi fracaso como sacerdote tal como lo espera la Iglesia Católica, pero siento que Dios tocó mi corazón y mi vida y Él ha tejido esta historia torcida que soy, quizás para que las vidas de tantos, miles sacerdotes, pueda ser leída como un signo de los tiempos, eso que ya nos indicaba el Maestro que nos costaba leer…
En estos años doy gracias a D. Francisco, él ha sido el “fino hilo” que me ha permitido mantener mi Esperanza encendida y la elección de nuestro Papa Francisco con su ministerio tan cercano aviva la certeza de que Dios con la fuerza de su Espíritu Santo maneja la Historia y la llevará a la simpleza de Nazaret.
Y es aquí de donde nace esta carta: escribí pidiendo la secularización (más por obediencia al obispo que por creer en este proceso “judicial” tratado por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe) y confío que con eso tengan.
Me repugna todo esto: hurgar en mi vida, en mi conciencia, hacerme un “para- juicio”, condena, pecador público, vivir para siempre “reducido”, no dejarme ni enseñar, ni hablar,(gracias por dejarme vivir) que en definitiva no sirve para nada.
Amo a la Iglesia pero hasta que me aclare si es esto lo que Dios quiere, hagan el trabajo que ustedes crean. No soy nada distinto (miserias, pecados, inestabilidades psicológicas o emocionales…) de usted y de los que aun hoy pueden ejercer como diáconos, sacerdotes, obispos y Papa, hombre débil que busca con corazón sincero a Dios.
Las Palmas de GC a 29 de abril de 2015
“Querido Dios con la fuerza de tu Amor mueve el corazón de aquellos que tienen que tomar las decisiones para que tu querida y vieja Madre la Iglesia vuelva a ser la casa de los hermanos, sin exclusiones”