Dicen que la democracia es cosa de mayorías; pero una democracia política, sin democracia económica se convierte fatalmente en la opresión de una minoría indefensa, por una mayoría que se aprovecha de ella
(J. Ignacio González Faus, sj).- No sé si escribo por pesimismo, por realismo, o por consolar a los que luego se van a sentir decepcionados. Pero mi sospecha es que en las próximas elecciones va a ganar el PP. Otra cosa será que luego pueda formar gobierno. Pero veo los siguientes factores que hacen probable su victoria.
1.- El miedo. Estamos claramente mal; en esas situaciones una reacción muy común suele ser la del refrán: «más vale malo conocido que bueno por conocer». Las gentes tienden más a temer el paso de mal a peor que a esperar la salida de mal a mejor. Sólo cuando el mal se ha convertido en desesperante la multitud reacciona: pero entonces ya no lo hace votando sino quemando, destruyendo o produciendo violencias.
Un par de factores coyunturales puede atizar ese miedo al bueno por conocer. El primero ha sido la ligereza de Susana Díaz: creyó que por su cara bonita (que la tiene) y su coquetería política podría convertirse en señora de Andalucía; rompió un pacto alegando unas razones de inestabilidad nunca aclaradas, y ahora se encuentra con una inestabilidad mucho mayor de la que, encima, pretende culpar al resto de los partidos. Que una promesa política pueda cometer semejante error de cálculo, nubla el horizonte de todas las demás promesas. Mientras que si Ada Colau tiene serias posibilidades de ganar en Barcelona es porque primero hizo (y muy bien) y después ha hablado: al revés de los que hablan antes de haber actuado.
El segundo factor es el discurso superagresivo de Pablo Iglesias el primer día de campaña. Personalmente sospecho que sólo dijo verdades; pero esas verdades deberían haber sido dichas antes, en la lucha cotidiana y no en la campaña electoral. Porque, como reconoció Felipe González, la gente mira las campañas como unos días de mentiras. Al decir todo lo que dijo Iglesias en plena campaña, pudo enardecer a los suyos pero convenció a todos los demás de que aquello no era más que la ristra de insultos exagerados, típicos de las campañas. Hubiera podido decir que Podemos no financia su campaña con créditos bancarios; prometer incluso acabar con la forma actual de las campañas electorales que suponen gran cantidad de gastos inútiles: que en cada lugar, defiendan a cada partido sus candidatos en aquella circunscripción, sin que los líderes hagan una inútil «vuelta electoral a España», pronunciando discursos que sólo convencen a los suyos; y que las campañas se hagan proponiendo programas y no atacando al otro: que para eso ya está la oposición cotidiana. Podía haber dicho algo de eso, pero cayó en un tic muy propio de la casta que tanto ha denostado. ¡Lástima!
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