Los recuerdos no son las ataduras que trae consigo el envejecimiento. Al contrario. Son la feliz rememoración de las posibilidades que aún deben ser buscadas
(Nicolás de la Carrera).- Un día de primavera de 1935, 10 de mayo bajo el signo de tauro, nací en Madrid del vientre de mi madre y la ternura de mi padre, progenitores ambos con la ilusión primera de sostener y acunar entre sus jóvenes brazos el fruto vivo de su sagrado amor. Poco sospechaban que se desencadenaría en España pocos meses después una de las guerras fratricidas más feroces de aquel desgraciado siglo.
Hace tiempo, en las páginas del blog referí algunos sucesos familiares durante la guerra civil, como las angustias que pasó mi padre, policía en Madrid el 18 de julio de 1936 y siguientes. «No recuerdo en mi vida un día más angustioso», escribió en su diario.
Tenía el funcionario que cumplir y hacer cumplir la Ley y el Orden. «Al borde de la locura me hallaba», repite varias veces… Para conocer un suceso en el que actuó como ángel de la guarda, pulsar aquí.
Con la consigna de «hijos, los que Dios quiera», se fue ampliando la familia hasta alcanzar el definitivo círculo de siete hermanos vivos. Muy teológicamente escribiría mi padre, algo poeta, su personal definición del templo familiar: «Uno en Tres y Tres en Uno: / Santísima Trinidad. / Siete en uno y uno en siete: / hijos, mi paternidad.»
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