Evangelizar en “tiempos líquidos” y en época de ideología de género
(Umberto M. Marsich, Vida Pastoral).- El reciente Sínodo extraordinario de los Obispos sobre los desafíos pastorales de la familia en el mundo contemporáneo constituye, sin duda, un signo de los tiempos y una gracia del Espíritu. En su primera sesión ha descrito las nuevas situaciones del Matrimonio y de la familia actual. Posteriormente, en la sesión ordinaria de este 2015, elaborará las tan esperadas «orientaciones pastorales». Mientras esto acontece, me he permitido reflexionar sobre cuatro de los compromisos evangelizadores más urgentes que han sido debatidos en el contexto del Sínodo.
1. Evangelizar sin «descalificar»
Somos evangelizadores insertados en la «ciudad de los hombres», con todas sus riquezas y pobrezas morales, con aciertos y debilidades, con vivencias y tradiciones diferentes acerca de la sexualidad, el amor y la familia. Nuestra primera implicación, por tanto, a la luz del Sínodo, será la de una observación atenta, un estudio diligente y serio de las realidades sexuales, matrimoniales y familiares de nuestros pueblos, evitando actitudes a priori de descalificación. Ninguna cultura, por cierto, es superior a las otras.
En México, en efecto, hay culturas diferentes: urbana, rural e indígena. Pero creemos que, en los aspectos esenciales del Matrimonio y de la familia, sí hay puntos de convergencia entre los tres grupos culturales, mientras algo diferente es la conceptualización de la sexualidad y la ritualidad celebrativa del Matrimonio. El compromiso, por tanto, consistirá en que nos clarifiquemos los valores matrimoniales y familiares comunes, detectemos los elementos cuestionables y valoricemos la simbología ritual, sobre todo cuando es enriquecedora.
2. Anunciar la «preciosidad» del sacramento del Matrimonio
La reflexión sinodal acerca de la familia ha sido rica y respetuosa, y el debate se ha desarrollado con apertura y franqueza (parresia). En efecto, no se han dado descalificaciones, ni siquiera de los matrimonios no sacramentales. En sí, el Matrimonio es una realidad antropológica universal y natural, en cuya esencia encontramos el amor y la apertura a la vida.
Por esta razón, todo matrimonio merece respeto y consideración, y la sospecha de pecaminosidad hay que excluirla. Se trata de una actitud tolerante que los evangelizadores debemos asumir necesariamente hacia todos los matrimonios. Los esquemas diferentes del matrimonio y de la familia no necesariamente son perversos. Sin embargo, no podemos renunciar a presentar a las parejas, en proceso de Matrimonio, la preciosidad del sacramento en cuanto «don del amor de Dios» para los bautizados, llamados a dar testimonio de la «alianza de amor» entre Jesús y la Iglesia.
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