¿No sabe el legado pontificio que, en Roma, ya no se admiten las acusaciones ni las delaciones anónimas? ¿Por qué llamarle la atención a Sor Lucía? ¿Porque dice las mismas cosas o cosas muy parecidas a las que proclama el Papa?
(José Manuel Vidal).- Por una vez que la Iglesia española cuenta con una monja que comunica y comunica bien y con verdad, algunos quieren lapidarla. Hace tiempo que, mediáticamente hablando, nuestra Iglesia sólo pesca en pecera. Y, cuando sale alguien, como Sor Lucía Caram, capaz de predicar el Evangelio puro y duro desde los más grandes y los mejores y más potentes púlpitos mediáticos, va el Nuncio y le llama la atención. No así, el Vaticano. Aquí, viejas inercias. En Roma, se hila más fino, al socaire de la primavera de Francisco.
Sor Lucía es monja, presume de monja, va de monja y conquista las corazones. Habla claro, directo y sencillo. Expresa verdad, porque vive lo que dice. Huele a Evangelio y lo transmite con frescura. Es, salavadas las distancias, la ‘Francisco’ de España.
Cuando aquí, los curas y sobre todos los obispos, presos de una prudencia enfermiza y mal entendida, tardan una eternidad en subirse al carro papal, Sor Lucía lo hizo desde el primer momento. Porque vivía y decía ya antes de la llegada de Francisco lo que ahora proclama el Papa Bergoglio. Y ya entonces, los ultras (que son cuatro, pero hacen mucho ruido y, hasta ahora tenían mucho poder en las alturas y se lo creían) la convirtieron en uno de sus blancos preferidos. Junto a otros muchos obispos, curas, frailes y monjas.
En Roma cambiaron las tornas, pero algunos de ésos no se enteran. O no se quieren enterar. Y siguen con sus viejas inercias y sus antiguas estrategias de tirar piedras a sus dianas preferidas en sus terminales digitales y mandar cartas a Roma. Cuantas más, mejor. Como si la virtud estuviese en el número. La misma técnica que siguen los ‘trolls’ en los comentarios de las noticias de Internet. Todo para hacer creer que son muchos y muy poderosos, cuando, en realidad, son cuatro gatos y están de retirada. Eso sí, a regañadientes, jurando y perjurando contra el Papa Francisco.
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