La Teología del Papa, sin dejar de ser honda, se expresa en lenguaje sencillo y accesible a todos, a cada uno según su capacidad, como la de Jesús mismo en los Evangelios
(Juan Carlos Scannone, Criterio).- En varias ocasiones se ha afirmado que la teología argentina del pueblo constituye una de las raíces teológicas de la pastoral del papa Francisco.[1] En este artículo profundizaré algo más en la misma cuestión, planteándome el interrogante que le sirve de título. Pues el Papa ̶ antiguo profesor de teología pastoral ̶ aunque es ante todo pastor, no sólo se basa en muchos planteos en la teología del pueblo, sino que la ahonda por su cuenta, avanzando sistemáticamente en algunos puntos clave.
El pueblo y la figura del poliedro
«Pueblo» es una categoría clave tanto para Francisco ̶ quien desde hace mucho se refiere frecuentemente al «santo pueblo fiel» de Dios ̶, como para Lucio Gera, Rafael Tello y sus seguidores. Un papel importante le cupo a Justino O’Farrell, quien sirvió de nexo en los años 60 entre la Comisión Episcopal de Pastoral (COEPAL), que dichos teólogos lideraban, y las Cátedras Nacionales de Sociología de la Universidad de Buenos Aires.[2] Pues éstas privilegiaban dicha categoría ̶ tomada de la historia latinoamericana y argentina, con respecto a las de las sociología liberal y la marxista ̶ .
Una objeción que se le hace es la de uniformizar las diferencias, por ejemplo, de clase, en una especie de conglomerado homogéneo, fácilmente manipulable por un líder carismático. Precisamente en este punto se da un claro avance del Papa en la precisión del concepto de «pueblo», tanto aplicado a los pueblos-nación como al Pueblo de Dios. Pues explícitamente rechaza el modelo de la esfera, «donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros» (Evangelii Gaudium 236).[3] Y le contrapone el «del poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad» (ib.).
Al final del mismo párrafo lo aplica al orden civil global y nacional, afirmando: «Es la conjunción de pueblos, que en el orden universal conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos» (ib.). En cuanto a la Iglesia, se refiere ̶ citando a Juan Pablo II ̶ a «la belleza de su rostro pluriforme» (EG 116) y, luego, a su «multiforme armonía que atrae» (EG 117). La armonía supone unidad de y en la diversidad, aludiendo ̶ en ese contexto ̶ a la interculturalidad. Por consiguiente, «pueblo» se predica análogamente del pueblo civil y del de Dios.
Además de esa explicitación que clarifica el concepto mismo de «pueblo», previniendo malentendidos populistas, se puede señalar otra aportación, de carácter epistemológico, también propia de Bergoglio. Pues éste, como arzobispo, en una conferencia de 2010, hizo notar que ese concepto no es meramente racional sino «también «histórico-mítico».[4]
Según mi interpretación, es histórico porque cambia e interactúa con otros pueblos en la historia y porque la pertenencia al mismo depende de la actitud ético-histórica de cada persona y grupo para vivir juntos y no sólo de su posicionamiento territorial, racial o estructural de clase; y es «mítico» porque es un concepto-símbolo, analógico, y no una idea unívoca, clara y distinta, ni tampoco un concepto dialéctico (a lo Hegel). En cuanto al epíteto «mítico», constato un paralelismo con el «núcleo ético-mítico» que, según Ricoeur, caracteriza a las culturas nacionales[5]: es ético porque implica valores, y es mítico, porque se expresa en símbolos.
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