Cierto día, estando de recreo delante de la escuela llegó un pobre itinerante, muy tartamudo, a pedirle limosna al maestro
(Faustino Vilabrille Linares).-Gracias, Señor Maestro. El próximo viernes, día 5, celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente, lo que me trae a la memoria el testimonio de un gran Maestro de los años 40 y 50 del siglo pasado, porque no fue solo un profesor de lengua, matemáticas o historia, sino también un gran maestro de vida para sus más de 60 discípulos, que año tras año acudíamos a su escuela.
En aquella escuela de un lejano rincón de Galicia para un grupo de siete pueblos que formaban aquella parroquia, inmensamente pobre, aislada, sin médico, sin farmacia, sin carretera ni de tierra, sin luz eléctrica, sin teléfono, sin veterinario, sin agua corriente, a más de 25 kilómetros de la capital del concejo, fue un verdadero educador, un verdadero maestro de vida. Conocía no solo a cada alumno, sino a sus familias, una por una, a los padres y madres de cada niño y niña.
Su respeto y atención a cada niño/a eran exquisitos: Bastantes venían de lejos, a más de una hora, por caminos de herradura en días de invierno crudos, lluviosos, fríos e incluso con nieve, que con frecuencia llegaban mojados, tapados cuando mucho, con un saco ralo como una criba, que traían poco más que un poco de pan para comer al medio día, pues teníamos clase por la mañana y por la tarde. A estos niños/as de más lejos, los días más fríos, los llevaba a su casa al medio día, les encendía un buen fuego para que por lo menos comieran un poco calientes. Cierto día, estando de recreo delante de la escuela llegó un pobre itinerante, muy tartamudo, a pedirle limosna al maestro. Como hablaba tan torpemente todos nos echamos a reír. El maestro nos llamó para dentro y escribió en el encerado estas palabras:
Compadécete del pobre,
Que de puerta en puerta llama,
Quien sabe, quizá, tal vez tu mismo,
Tendrás que pedir mañana.
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