Obligado a comunicar cuando ya le arrastran unos hechos que son muy difíciles de enderezar
(José Lorenzo).- El arzobispo de Granada sigue en el ojo del huracán. Aunque ahora el desgraciado ‘caso Romanones’, desde el punto de vista eclesiástico, depende de Roma, su pésima gestión en estos meses -incluido el bochorno de que tuviese que ser el propio Francisco quien le escribiese para que iniciase la investigación canónica- le acompañará siempre. Arrastra la penitencia de la negligencia. Lo vimos la pasada semana, incluso con ultimátum judicial (tic-tac, notificación, tic-tac, notificación, hasta que lo encontraron en el Arzobispado) y con un despliegue alrededor tal que daba la impresión de que en cualquier momento aparecería la Alcaicería empapelada con carteles de «se busca».
Su actitud tampoco ayuda mucho. Cada vez más aislado y susceptible, sin tener en cuenta, se dice, a la Conferencia Episcopal, aunque otros jueguen a las intrigas de obispos para buscar la razón de esta sinrazón. Y obligado a comunicar cuando ya le arrastran unos hechos que son muy difíciles de enderezar. Y cuando no comunica es peor, porque entonces la montaña de medias verdades, la confusión total en que se ha ido cociendo este doloroso asunto (ahí está la carta del padre de la víctima, que tampoco le deja en muy buen lugar) contribuye a enmarañar aún más una madeja llena de despropósitos.
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