"Que no pase un día sin que escuchen un cómo estás abuelo", dijo el Padre Ángel en su discurso de inauguración
(Lucía López Alonso).- Ayer la iglesia de San Antón estaba llena de niños. Del que se abraza al Papa Francisco en una imagen que representa ese ‘plus ultra’ de la misericordia que es la ternura, al propio Niño Jesús, cercano al cartel que anuncia el cambiador de pañales y al que transmite esa afirmación del Padre Ángel de que sólo hay que arrodillarse ante Dios y ante los niños. Y también los había de carne y hueso, paseando de la mano de sus padres por la exposición fotográfica que se acababa de inaugurar.
Dentro de muchas de las obras, todas del fotógrafo Antonio Molina, podía verse alguna imagen más de niños, mirándose con algún anciano. Es decir, de dos niños. «Tenerse frente a frente: de dónde vienes y adónde vas», decía uno de los textos que suponen la otra mitad de la muestra La otra mirada de la dependencia, instalada en San Antón.
Desde Mensajeros de la Paz Murcia y con el apoyo del Instituto Cervantes de Lyon, se ha traído este proyecto al corazón de Madrid -pues ya hay mucha gente que lo considera situado en San Antón, como explicó el Padre Ángel, fundador de Mensajeros y creador del nuevo concepto de iglesia abierta a todas horas y a todas las personas-, con el objeto de sensibilizar acerca de la categoría de los mayores en nuestra sociedad.
Imagen y palabra, el blanco y negro de las fotografías y el negro sobre blanco de los textos distribuidos en cartelas, han tomado el templo y lo han tornado centro de exposiciones gracias a la elegancia de un montaje que no se impone protagonista, sino que rodea los bancos de la iglesia abarcando con ternura el espacio. De nuevo como ese abrazo de Francisco a un niño.
Varios de los textos que se exhiben en San Antón mencionan un acordeón. Por ejemplo, el escrito por el periodista, director de Religión Digital, José Manuel Vidal. En una de las fotografías, las manos de una anciana -esas manos que son como un libro que no hiciera falta desplegar para leer- aparecen tocando precisamente ese instrumento, y al espectador se le antoja, también, el conjunto del montaje expositivo como un acordeón con el fuelle abierto entre las maderas. Imagen, palabra y, cómo no, música. Porque todos los sentidos son necesarios para aportar La otra mirada de la dependencia.
«La mirada a través del microscopio de lo personal», como dice el texto de D. Juan Antonio Salmerón. La que proclama, en medio de una residencia de ancianos, la cultura de la vida frente a la de la muerte o el descarte. La que enseña, a través de la convivencia cariñosa, «lo que no se aprende en colegios de relumbrón», como opina José Bono en su texto. La que pone de relieve las facultades positivas de la vejez; «la condescendencia que te permiten las canas», en palabras de Carmelo Gómez.
«Que no pase un día sin que escuchen un cómo estás abuelo», dijo el Padre Ángel en su discurso de inauguración. Habló de los años que Mensajeros lleva dedicándose a los más mayores y los más dependientes, desde sus residencias. Pero también de todos los ejemplos que la sociedad de hoy todavía nos da de ancianos autónomos, en puestos de autoridad, envejeciendo activamente y ejerciendo su poder de consejo. El primero de ellos podría ser el propio Papa Francisco.
Antes de dar paso al discurso de la defensora del pueblo, Soledad Becerril (autora, también, del mejor de los textos de la exposición), el Padre Ángel contó cómo, en los pocos meses que la iglesia de San Antón lleva funcionando de su mano, han sido ya numerosos los casos de abuelos que se han acercado a protestar porque a sus nietos, hijos de padres sin casar por la Iglesia o divorciados, no les han querido bautizar en las iglesias de otros sacerdotes. De nuevo el niño y el abuelo. Las joyas de Mensajeros. El abuelo todavía enérgico para la justicia, no sólo «soportando el espectáculo» (Luis del Olmo) de hacerse viejo. El niño y el abuelo. El ciclo de la vida. No tanto la palabra, sino el gesto. «La mirada mantenida, el tiempo detenido, en definitiva lo relacional».
Eso es, para Juan Dionisio Avilés, lo que existe en las residencias de ancianos. Porque no son una institución «antesala» (Graziele Zarebski) sino un rincón donde, cuando familiares, enfermeros y cuidadores han aprendido a hacerlo, se «puede calentar la soledad hasta el final», como ha escrito Louis González.
Ver sus párpados mordidos por la experiencia y no por la tristeza, depende de nosotros. De que sepamos ver La otra mirada de la dependencia. Del homenaje de nuestros gestos cotidianos. De la entrega de nuestro amor ininterrumpido. Del ejemplo que queramos darles, acariciando a nuestros padres, también a nuestros niños.