Estamos seguros de que el papa Francisco es el símbolo impuesto por el Señor para denunciar y encabezar esta cruzada en defensa de nuestra hermana madre tierra
(Roberto Alifano, escritor).- Laudato si, mi signore, ‘Alabado seas, mi Señor’, exclama San Francisco de Asís en su espléndido ‘Cántico de las Criaturas’ para recordarnos que la tierra, nuestra casa común, con la cual compartimos la existencia, es como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba...»
Aquel precioso canto, menos solemne que entrañable y emotivo, expresado en el idioma osco-umbro original: Laudato si, mi signore, sirve ahora de inspiración al papa Francisco para titular su encendida encíclica en defensa de esta tierra que nos cobija y a la que causamos tanto daño por el abuso y el uso irresponsable que hacemos de los bienes que Dios ha puesto en ella. «Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla -enfatiza el Pontífice-. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’. Olvidamos que nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.»
La encíclica de Francisco, con claras raíces presocráticas, ya que hace hincapié en los elementos fundamentales (agua, tierra, fuego y aire) que dan origen a la vida, es contundente y no deja espacio abierto a los polémicos grupos conservadores de la Iglesia. Para ellos, el Papa no debe intervenir en temas científicos; para nosotros -los que aprobamos esta encíclica-, la cuestión del cambio climático va más allá de la ciencia y a estas alturas es un problema moral que involucra a toda la humanidad. El Papa tiene el derecho y la obligación de hablar del cambio climático que afecta a los pueblos más vulnerables; cuyo ejemplo son las inundaciones y los huracanes que provocan la pérdida de cosechas y, por tanto, el hambre y la emigración masiva.
Así, la «encíclica verde» de Francisco, tal como es calificada por algunos, es un llamado a salvar el planeta para lo cual se propone una «conversión ecológica», según lo ha explicado él mismo en varias ocasiones. «Ama al planeta como a ti mismo», sería entonces el principio básico de este texto papal.
Ya en el pasado mes de enero, Francisco adelantó que su mensaje pretende, de alguna manera, influenciar la cumbre sobre cambio climático que tendrá lugar en París en diciembre próximo y en la que grupos ambientalistas y las Naciones Unidas esperan que se llegue a un acuerdo no querido por los grandes poderes industriales que junto a algunos Estados son los responsables de una contaminación que ya viene de lejos. «La historia es una pesadilla de la que no me puedo despertar», razonó James Joyce.
«No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada -afirma el papa Francisco-. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo.
«El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: ‘Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado’ (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la bondad sin envidia», y Dante Alighieri hablaba del «amor que mueve el sol y las estrellas». Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa».
Una misión evangélica
Jorge Bergoglio, que tomó el nombre del santo de Asís cuando fue elegido obispo de la Iglesia de Roma, es un hombre que practicó siempre una auténtica vida evangélica, con su estilo sobrio y humilde, aliado a la pobreza; lo sigue haciendo y demostrando. También San Francisco se opuso a la creciente opulencia de la jerarquía eclesiástica de su época y propuso vivir de acuerdo con los postulados de una existencia austera y evangélica. Ese movimiento fue conocido en su época con el nombre genérico de «monjes mendicantes» y logró que la mayoría de la Iglesia se alejase de la opulencia, algo que tornaría en el siglo XIV.
«No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos -dice el Papa en otro tramo del documento refiriéndose al santo de Asís-. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.»
Definitivamente convencido, el papa Francisco denuncia la relación directa entre destrucción del medio ambiente, pobreza y explotación económica; y advierte que hay que atacar los tres factores en forma simultánea. También cuestiona la tecnificación obsesiva y un falso humanismo que relega a la persona en beneficio de la máquina: muchos católicos apostólicos romanos que, además, son conservadores estadounidenses, se escandalizarán, preguntándose si el Papa no está cuestionando el llamado ‘modelo occidental’.
El desafío urgente de proteger nuestro entorno incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la busca de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. «El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado -afirma Francisco y concluye de manera positiva-. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.»
Thomas Carlyle escribió que la historia es un texto que continuamente leemos, que continuamente escribimos y en el cual también nos escriben. Cada individuo consciente, responsable de sus actos, graba cifras en su paso por este mundo y cada uno de nosotros somos una cifra desconocida de esa secreta criptografía sagrada. Tengamos en cuenta que el ser humano es una criatura de esta tierra, que tiene derecho a vivir y a ser feliz y que además es dueño de una dignidad que se debe respetar; por consiguiente, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte de las personas. Estamos seguros de que el papa Francisco es el símbolo impuesto por el Señor para denunciar y encabezar esta cruzada en defensa de nuestra hermana madre tierra. No nos resignemos al deterioro de nuestra calidad de vida y a la degradación social. Acompañemos a Francisco adhiriéndonos a esta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, y que ella nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta.