Hoy vamos a tener enfrente dos adversarios: el relativismo y el extremismo. El relativismo no se agota en sí mismo, y hay otro fenómeno que intenta reemplazarlo: el extremismo
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(Luis Santamaría).- Las facultades de Teología, Derecho Canónico y Filosofía de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), en colaboración con la Fundación Academia Europea de Yuste, han organizado hoy la segunda edición de los Diálogos de Yuste bajo el título «Cristianismo y Europa«. Se trata de una jornada académica, en el marco de las actividades de la Universidad de Verano, que se celebrará en el Real Monasterio de Yuste (Cáceres).
El saludo inicial del encuentro corrió a cargo de José Manuel Alfonso Sánchez, vicerrector de la UPSA, que agradeció su asistencia a los ponentes. Dirigió especialmente su saludo a los dos prelados presentes, el de Plasencia, mons. Amadeo Rodríguez Magro, y el de Albacete, mons. Ciriaco Benavente. «Les invito a dialogar, a discurrir, discutir y argumentar para enriquecernos mutuamente», dijo.
El obispo placentino dio la bienvenida al lugar, «que no puede olvidarse que es un monasterio», algo muy indicado para el contenido de los Diálogos. «Un lugar muy emblemático. Este monasterio sigue teniendo la misma vocación que tuvo en sus orígenes. Y la importancia de ser el lugar donde Carlos V vino a situar su existencia y recorrido ante el misterio de Dios», señaló mons. Rodríguez Magro, que también explicó la presencia en el monasterio, después de los monjes jerónimos, de los monjes de San Pablo Ermitaño desde hace cuatro años.
El director de la Fundación Academia Europea de Yuste, Enrique Barrasa Sánchez, dio las gracias a la UPSA por organizar por segundo año consecutivo estos Diálogos de Yuste. Además, expuso la identidad de la Fundación que dirige, con el objetivo de «trabajar y promover los valores y la identidad europea». Entre sus actividades destaca su premio bienal internacional Carlos V, además del denominado «Campus Yuste» durante el verano, un marco en el que se desarrollan actividades en torno a la ciencia, el pensamiento y la cultura.
«Uno de los desafíos a los que nos enfrentamos es el de la identidad europea», afirmó Barrasa. «Hay un debate de fondo de hacia dónde debe caminar la Unión Europea. En este debate las raíces de fondo son muy importantes, para poder llegar a acuerdos sobre lo que debemos ser en el futuro», dijo, refiriéndose a la crisis económica actual y a los problemas más recientes en torno a la cuestión griega.
El decano de la Facultad de Teología de la UPSA, Jacinto Núñez Regodón, afirmó que «no es extraño que las tres facultades eclesiásticas de nuestra universidad organicen juntas una actividad llamada ‘diálogo’, que quiere decir: estar convocados por el logos». Así, repasó el sentido del término «logos» en Filosofía (razón), Teología (Palabra, Verbo) y Derecho (orden).
El alma y la misión de una Europa en crisis
La primera mesa de diálogo llevó por título «Las confesiones cristianas en la construcción de Europa», y estuvo moderada por Francisco Javier Herrero, decano de la Facultad de Filosofía de la UPSA. El primero en intervenir fue el rector de la Universidad Pontificia de Comillas, el jesuita Julio Martínez Martínez, también catedrático de Teología Moral, buen conocedor del papel de la religión en la vida pública.
Julio Martínez habló sobre la fe cristiana en relación con la sociedad europea. Inició sus palabras refiriéndose a la tragedia de los inmigrantes y refugiados muertos a la entrada de Europa. «Es una vergüenza», señaló, citando al papa Francisco. La preocupación por esta cuestión, afirmó, es mucho menor en la sociedad europea que la que hay por la crisis griega. «Se ha hecho presente la tensión de la ambivalencia donde están la soberbia y la arrogancia, por un lado, y el escepticismo ante Europa, por otro».
Esto trae consigo «una crisis cultural de bastante intensidad, ya que las sociedades europeas estarían viviendo de valores que no sólo no producen y alimentan, sino que incluso destruyen«. Y por ello hay un individualismo y un acceso meramente científico a la realidad que determinan nuestra cultura. Como se puede ver señalado en la encíclica Laudato si’, «un antropocentrismo desviado y un modelo tecnocrático que esconde problemas más agudos». Francisco le dice a Europa algo así: «sal de ti mismo, Europa, para encontrarte. Es necesaria una valiente revolución cultural para recuperar los valores».
También dentro de las Iglesias hay efectos de esta cultura, la mundanización: «una pérdida de fe primigenia y una convivencia con la lógica del mundo. No es raro que las comunidades no tengan el amor que antes tenían, como dice Ecclesia in Europa. Se hallan envueltas en contradicciones y fatigas». Así surgen problemas como la quiebra de una moral tradicional, la crisis vocacional, la pérdida del sentido del pecado, el descenso de la práctica religiosa… «Los cristianos de Europa necesitamos de nuevo escuchar el Evangelio que nos invite a la conversión. Necesitamos volver al amor primero, y desde él, ser una Iglesia consciente de su debilidad pero valiente, que se crea que puede decir algo culturalmente, viviendo profundamente nuestros valores para ayudar desde ahí a una desmoralizada sociedad europea», dijo.
Esto hay que hacerlo desde la alegría del Evangelio. «La Iglesia en Europa hoy es una grey con escaso poder cultural y político, pero renovada por el Espíritu debe estar convencida de que es capaz de aportar a Europa lo esencial: alma, espíritu y esperanza». Hagamos lo que hagamos, debemos acabar siempre «con el énfasis en una espiritualidad viva y vivificante».
Estamos en una encrucijada, como cuando Ortega y Gasset apuntaba a una Europa sin moral. «Europa necesita un suplemento de alma, o un alma entera… ¿tiene algo que aportar el cristianismo a la recuperación del alma y de la misión de Europa?«. Y contestó que sin memoria y sin esperanza no hay posibilidad de regeneración. Por eso aludió a la identidad cristiana y católica de los padres fundadores de la Unión Europea.
Para Julio Martínez, «tenemos que dejarnos interpelar internamente, dejarnos nutrir de verdadera espiritualidad cristiana para ser coherentes y creíbles. Ser testigos, en esta encrucijada de la historia, del único testigo fiel, Cristo». El ponente citó a mons. Eugenio Romero Pose, que hablaba del valor de Europa como integradora de diversidad y libertad.
«La verdad sin libertad cae en toda suerte de fundamentalismos», afirmó. «De ahí proceden el sectarismo y la imposición sobre el diferente, algo que llega a matar». Y, por el contrario, «la libertad sin verdad llega al individualismo, lo que hace difícil la transmisión de valores comunitarios». Esto se ve en la reclamación de derechos sin querer asumir deberes. «La libertad sin verdad pone las condiciones óptimas para que los populismos, hoy muy reales, tengan todo el campo para desarrollarse. Populismos que manejan muy bien los medios de comunicación social».
«La sensibilidad por la verdad se da por derrotada cuando no se busca lo que es justo, sino lo que acepta la mayoría. Lo que importa aquí es la persuasión y no la verdad, lo que parece verdadero y no lo que lo es. La demagogia campa a sus anchas: no importaría engañar con tal de que eso resulte verosímil o persuasivo. Convencer sería la finalidad del discurso», explicó.
El «je suis Charlie» y los límites de la libertad
«Europa necesita -y esto los cristianos lo tenemos y lo podemos dar- la conciencia de la finitud. Porque la libertad es resultado de la identidad del hombre como criatura, de su dignidad personal». Como señaló el Concilio Vaticano II, «los derechos no son de la verdad, sino de la persona», lo que previene ante la imposición en materia religiosa. Los límites «no son sólo los que impone la ley positiva, sino que hay límites que impone la ética. Hay veces en las que, aunque haya libertad psicológica para hacer algo, la ética pone límites», dijo, refiriéndose en concreto al caso del «Je suis Charlie».
El rector de Comillas afirmó que «esa retórica frívola que pone en cuestión la celebración pública de la Semana Santa en Sevilla pervierte una justa laicidad de la vida pública, y ese laicismo pone en peligro la libertad religiosa, la libertad de expresión y el proceso narrativo de la identidad comunitaria».
Señaló dos riesgos en Europa, «dos grandes peligros ante los que las comunidades cristianas, si vivimos con integridad nuestra vocación y misión, podemos dar perfectamente una respuesta propositiva». El primero es «el universalismo abstracto, que llega a prohibir el uso de signos religiosos en públicos, ya sea el velo islámico o el crucifijo«. El segundo es «un relativismo contextualista«, en el que al final «se cae en una privatización del hecho religioso en el sentido de considerar irracionales lo que son las convicciones y creencias religiosas. La religión sería convicción pero no conocimiento, algo que aporta bienes a las personas pero que no tiene una significación para la vida pública».
«Buena parte del multiculturalismo en Europa lo que hace es defender la diversidad cultural pero al mismo tiempo pedir la reclusión de la religión a lo privado. Al final se quiere desalojar la religión… y resulta que la religión, cuando menos, forma parte sustancial de la cultura y de la identidad», señaló. Y añadió una llamada a «apostar por una cultura del diálogo y del encuentro» por parte de los cristianos.
La cruz y la acogida de los diferentes
«La religión nuestra tiene algo que aportar a Europa: no prescindir del sufrimiento humano. El signo de la cruz es el símbolo que plantea preguntas a todo ser humano, a toda cultura, a toda ética social. Nos pide que abramos nuestros ojos al sufrimiento del mundo actual. Es el más específico de todos los signos cristianos, y tiene que llevarnos a ofrecer a los no cristianos la posibilidad de elaborar una ética social desde la categoría de la compasión».
Por último, Julio Martínez se refirió a la acogida de los migrantes en Europa. «La mayoría de ellos son creyentes y llegan a sociedades muy secularizadas«, afirmó. Por eso se trata de una importante prueba para ellos y para las comunidades cristianas. «Según sea nuestra respuesta a esta prueba, los cristianos crearemos valor y daremos alma a nuestras sociedades». Terminó enunciando una serie de elementos que la Iglesia tiene, pero que debe vivir más en su conjunto para afrontar positivamente los desafíos actuales.
A continuación intervino José María Contreras Mazario, catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, que además es consultor de la OSCE. Anteriormente fue director general de Relaciones con las Confesiones del Ministerio de Justicia, entre otros cargos gubernamentales. Su ponencia abordó el papel de las confesiones religiosas en Europa.
«Lo religioso está de moda: todo parece poder analizarse e interpretarse desde el punto de vista de lo religioso», comenzó diciendo. «Lo religioso puede y debe ocupar su espacio, no debe ser desconocido como muchas veces sucede, pero tampoco sobrevalorado. La invocación a la religión como argumento defensivo u ofensivo aumenta la niebla intelectual en la que se mueve el mundo». Ahora no se plantean las cosas desde lo geográfico o nacional, sino desde lo religioso.
«¿Cuál es el papel de la religión en el espacio público, en una Europa cada vez más plural y diversa?«, se preguntó el ponente. Ahora se habla de una «territorialización de la religión en el espacio público europeo. Las religiones van a tener su lugar aquí, después de que no se haya producido el fin de la religión que preconizaron algunos». En algunos estudios se dice que la religión va en aumento. «Esto se produce por tres razones: por la caída del comunismo (los países que estaban bajo la órbita de la Unión Soviética han vuelto a la religiosidad), por el avance de la religión en China, a pesar de la política restrictiva, y por el factor demográfico (aquellos grupos religiosos más conservadores tienen más hijos)».
El mundo «cada vez se hace más cristiano y más musulmán», según los mismos estudios, que ofrecen cifras para ambas religiones. Para el año 2050 «cristianos y musulmanes estarán casi a la par». Pero en el cristianismo se produce un salto cualitativo: estará fundamentalmente en el hemisferio sur, frente a lo que ocurría antes. También «Europa se va ir secularizando progresivamente». El mayor ritmo de secularización se va a producir en España, según el profesor Contreras.
La cantidad de personas que no creen en Dios «va a aumentar, normalmente con mayor proporción en los países protestantes que en los católicos, con excepción de Francia». Los cristianos seguirán siendo mayoría en Europa, pero también crecerá el islam. «Todo esto nos lleva a esa diversidad y a esas sociedades plurirreligiosas sobre las que proyectaré la función de los poderes públicos y la función de las comunidades religiosas».
¿Qué supone la laicidad en las relaciones Iglesia-Estado? «Muchas veces se ha entendido como privatización de la religión. Pero esto no quiere decir que se relegue al plano personal, sino que escapa del ámbito del Estado», señaló el ponente. «La libertad religiosa tiene un ámbito social y externo que debe ser protegido. Estado laico significa que los poderes públicos deben estar separados de la religión, y las normas jurídicas no pueden articularse sobre valores religiosos, respondiendo a la protección y garantía de los derechos fundamentales».
Laicidad y libertad religiosa
La libertad religiosa «no abarca sólo a los que creen, sino también a los que no creen. Garantiza la libertad de todos ante la pregunta sobre la existencia de Dios. En su ámbito externo no sólo incluye la libertad de coacción, sino también una acción positiva o de promoción de esa propia libertad religiosa». Por ello «la laicidad debe ser entendida como la otra cara de la moneda de la libertad religiosa».
En España, «aunque la libertad religiosa está oficialmente reconocida, su ejercicio es difícil a veces». En algunos países se confunden las técnicas de normalización con la integración. «No es lo mismo la inmigración, que es una cuestión coyuntural, que la religión, que es estructural. Los hijos de los inmigrantes de hoy serán nacionales, y no se les pueden aplicar las mismas medidas, porque habrá un problema de pertenencia», afirmó.
José María Contreras señaló que una cosa son los derechos que incluye la libertad religiosa, y otra cosa la gestión de esos derechos. Abordó algunos casos concretos: la apertura de lugares de culto, los ritos funerarios y enterramientos, la presencia de símbolos religiosos en los centros públicos, etc. Llamó a aceptar las religiones en los ámbitos públicos, ya que la sociedad tiene una identidad integrada también por la religión.
En cuanto al papel de las religiones en el espacio público, el ponente habló de tres funciones: «la primera es estar atentas a la tutela de la libertad religiosa, no sólo la relativa a ellas mismas, sino cuando afecta a otros grupos. La defensa de la libertad religiosa de todos y para todos. A más libertad, más para todos».
Una segunda función sería «la tutela de los derechos de las minorías. Los derechos colectivos, no sólo los de las personas, se ven como una necesidad. Porque a veces se sufren discriminaciones por formar parte de un grupo. Las comunidades cristianas deben izar la bandera de la protección de las minorías en una Europa mayoritariamente cristiana, y no utilizar el elemento de la reciprocidad, que no hace más que disminuir los derechos fundamentales».
Por último, la tercera función es «el diálogo interreligioso, un elemento esencial que pueden aportar los cristianos a Europa, sin excluir a nadie. Cuando yo era director general, eché en falta el diálogo entre las confesiones. Sólo lo veía dentro de la Comisión Asesora de Libertad Religiosa, y no constaté que lo hubiera de manera institucional entre ellas».
Por la tarde ha tenido lugar la segunda de las mesas de diálogo, presidida por la vicedecana de la Facultad de Derecho Canónico, Myriam Cortés Diéguez. La mesa se dedicó a los «principios compartidos para una patria común europea».
La primera en intervenir fue María José Martínez Iglesias, letrada del Parlamento Europeo, donde actualmente es la directora de Asuntos Legislativos del Servicio Jurídico. En su ponencia partió del concepto de «patria», y destacó en él lo emotivo: «la patria es algo capaz de cobijarnos. Por eso no tengo ningún problema para afirmar que mi patria es Europa, porque representa un proyecto del que me siento parte, porque compartimos una serie de valores. Y creo que este proyecto es el único posible, el único que puede salvaguardar nuestra civilización, nuestra cultura y nuestros valores».
Habló también sobre el concepto de soberanía, que «padece una crisis frente al desafío de la globalización, se hable del tema que se hable. La crisis financiera reciente es la prueba visible de lo que nos está sucediendo: la incapacidad de los Estados para domar a los mercados financieros. Los mecanismos clásicos de las finanzas no eran suficientes frente a la volatilidad actual de lo financiero. Detrás de la crisis hay impotencia de los poderes públicos para actuar. Esto significa una crisis para la democracia».
De ahí que «disminuye la capacidad de acción de la política, por eso es un fracaso para la democracia. No se puede imponer la voluntad colectiva en muchísimos aspectos». De esta manera, «la política renuncia a todo punto de vista normativo, y se adapta a la realidad. Y cuando uno se adapta no cambia el mundo, no crea valores. Ante la imposibilidad de cambiar las cosas, la política se convierte en una gestión de la adaptación del Estado a una realidad internacional que le sobrepasa». Esto tiene un efecto de estandarización cultural: todos vemos las mismas películas y leemos los mismos libros, lo que conduce al individualismo y puede conducir a «una fragmentación cultural interna». Ante esto se reacciona negativamente con el proteccionismo o con un neoliberalismo sin límites y sin la contrapartida de la solidaridad.
Ante esto cabe hacerse esta pregunta: «¿es posible una democracia trasnacional, una democracia que traspase los límites del Estado?». En este contexto aparece el concepto de «patriotismo institucional», algo que supere los valores étnicos y locales para la adhesión a un conjunto de valores superiores, la adhesión al Estado de derecho, a la comunidad política. Algo que Habermas ha desarrollado aplicándolo a la realidad de la Unión Europea.
«No nos une una homogeneidad suficiente en lo histórico, político y cultural, sino la adhesión a unos valores», señaló la letrada. Es lo que permite «cambiar las cosas en lugar de adaptarnos simplemente a ellas». Por eso la ponente afirmó que «no es cierto que en el origen de la Unión Europea naciera sólo con motivaciones económicos, sino que nació para salvaguardar la paz y la unión en torno a unos valores después de las grandes catástrofes del siglo XX. Se trataba de crear una comunidad con unos lazos que evitaran repetirlas, precisamente en torno a compartir soberanía en algunos elementos importantes, como fueron al principio el carbón y el acero».
Algunos elementos como la protección del medio ambiente, la libre competencia… fueron entrando en las competencias europeas. «El verdadero problema de la Unión Europea para que sea eficaz en la identificación del ciudadano es el espacio político europeo, el diálogo entre partidos y tendencias a nivel europeo. Sigue existiendo un espacio político fragmentado: el Estado», señaló. Algo que se refleja en un déficit de información: «la Unión no comunica directamente, sino que comunican los Gobiernos».
Martínez Iglesias llamó finalmente al «ejercicio conjunto de soberanía, de una soberanía compartida. El proceso no es irreversible, sino que puede paralizarse y fracasar, algo que nos ha mostrado ahora la crisis. Y si el proyecto fracasa, corremos el riesgo de una deriva hacia la irrelevancia, hacia convertirnos, como Estados europeos, a convertirnos en irrelevantes en el mundo».
El segundo ponente de la tarde fue Jaime Mayor Oreja, presidente de la Fundación Valores y Sociedad, que habló desde su experiencia larga en la política activa, como ministro del Interior entre 1996 y 2001 en España, y después como parlamentario europeo durante una década, cuando constató que «no había estrategia política en mi grupo».
Comenzó analizando la situación actual de Europa, que «está presidida por la confusión y el desconcierto. La crisis que hoy vivimos y padecemos significa esencialmente que cuando no hay principios y valores suficientemente compartidos, cuando llega la crisis se hace omnipresente. Porque no está en las instituciones europeas, sino en la persona».
De esta forma, «cuando hay crisis personal no hay cohesión. Por eso no es ‘una’ crisis, sino ‘la’ crisis de nuestra generación, y va más allá de nuestros modelos políticos, porque está en la persona. Hemos ido creando una sociedad líquida», afirmó. «Arrastrados por el confort, olvidándonos de nuestras propias raíces, hemos llegado a una sociedad sin anclajes sólidos, una sociedad que imita al dinero y por eso fluye».
«Las sociedades líquidas no sólo se alejan de las sociedades sólidas, sino que también se aproximan a las gaseosas… corremos el riesgo de la evaporación, del suicidio», explicó. Es una crisis que «ha penetrado hasta el corazón de los europeos sin que nos hayamos dado cuenta. No somos espectadores de la crisis, sino protagonistas. Todos hemos contribuido a la crisis. Hemos vivido al día, olvidándonos de las raíces, del esfuerzo de las generaciones anteriores, de los errores y las lecciones de la historia». En este contexto, «no hemos sabido atajar el proceso de descristianización de nuestra sociedad».
«Parece que hemos hecho una inversión de la pirámide de valores», afirmó Mayor Oreja. Ha habido una moda dominante que ha cambiado la forma de ver las cosas, y como dijo Shakespeare, «la abundancia hace a las personas cobardes». Son tiempos nuevos porque «la crisis está aterrizando en cada una de las sociedades». Estas crisis, por tanto, no se están dando en la Unión Europea, sino en los puntos más débiles de cada uno de los países que la forman.
«Hoy vamos a tener enfrente dos adversarios: el relativismo y el extremismo. El relativismo no se agota en sí mismo, y hay otro fenómeno que intenta reemplazarlo: el extremismo. Y ambos son adversarios de nuestros valores». Por ello «hemos de combatirlos simultáneamente». Ante la crisis hay tres actitudes posibles: decir que no existe, ponerse de perfil o crear una línea de respuesta y de vanguardia.
Lo más necesario, antes de lo demás, es «el diálogo entre los cristianos. Se ha abierto una grieta muy grande entre conservadores y progresistas, y debemos saber dialogar entre nosotros. Después es cuando podremos dialogar con el islam», según explicó el ponente. Como presidente de la federación provida europea «One of us», observa que «el principal problema que veo es la falta de entendimiento entre nosotros».
La principal razón del terrorismo yihadista «está en nuestra propia sociedad. Porque cuando ven que no hay creencias ni convicciones comunes, nos atacan y nos atacarán más. Tenemos que entendernos mejor, y así los cristianos influiremos más en Europa». Por ello «los cristianos no podemos ser meros espectadores, sino que tenemos que profundizar en la realidad. Ésta es nuestra primera obligación: ir a la profundidad de lo que nos está sucediendo, recuperar el valor de la verdad frente a la fuerza de la mentira, que es lo que debilita a nuestra democracia».
«Debemos impulsar un cambio de actitud personal, y cada uno tiene que preguntarse en qué tiene que cambiar», dijo. Es un gran reto, y el papel de los cristianos es que «no sigamos en una incomparecencia cultural en la economía, en la persona, en la defensa de la vida. Tenemos que evitar esta actitud. La incomparecencia cultural ha sido terrible para la Unión Europea y para nuestras sociedades«.
Algo que hay que hacer «sin ingenuidad». Algunos hablan de una sociedad postcristiana, y «hay un movimiento en las organizaciones supranacionales con tendencia a ser germen de relativismo». En la próxima década «no habrá un debate entre siglas, sino un debate cultural y antropológico, y es necesario para ello un cambio de actitud personal». Partiendo del dato de que «la Unión Europea es irreemplazable, no tiene sustituto ni alternativa. Por eso debemos impulsar procesos de regeneración».
Para terminar, Mayor Oreja, llamó a «hacer un examen de conciencia. Cada uno debe responderse a esa cuestión de cómo cambiar«. Esto «nos va a exigir mucho a todos, y nos va a exigir mucho a los cristianos. Me escandaliza hoy en el mundo no es que maten a cristianos en otros lugares, a mí lo que me preocupa es nuestra indiferencia: los matan y no reaccionamos ni sabemos cómo reaccionar. Es un ejemplo de lo que, en mi opinión, debemos cambiar. Encontrando el alma de Europa o llenándonos de espiritualidad, reencontrando el amor primero».