Cuando te ves fuera te das cuenta de que has perdido el contacto con las cosas más normales de la vida
(Jesús Bastante).- Antonio Esquivias ha venido de nuevo en Religión Digital para darnos una buena noticia con respecto a un libro del que ya habíamos hablado, El Opus Dei: el cielo en una jaula. Lo conocimos como proyecto, luego como libro ya hecho que necesitaba apoyo para que Libros.com se decidiera a editarlo y hoy nos lo encontramos ya publicado en papel.
No saber usar un aparato electrónico, no conocer a un personaje televisivo ni tan siquiera a los miembros de su familia o perderse en un mercado, fueron algunas de las consecuencias, para Antonio, de dejar su «cadena perpetua», al salirse del Opus. Vamos a hablar de cómo se mete la pata cuando vuelves a la realidad, porque no te han enseñado a escuchar, y de su reivindicación actual: que le reconozcan, con derechos laborales, todos los trabajos que realizó dentro de la Obra.
¿Cómo te sientes, Antonio, habiendo cumplido el objetivo de ver tu proyecto en las librerías?
Muy contento, por la gran cantidad de apoyo recibido. Mucha gente ha participado para que el libro se sacara, y ahora que ya ha salida ya sabemos, por ello, que va a tener lectores. También estoy muy contento porque las primeras personas que lo han leído han pertenecido al Opus y se han salido, y ahora me dicen que se lo devoran en una tarde o un par de días, lo cual quiere decir que el libro está conseguido.
Ya sabéis que es una historia personal: yo no he pretendido contar qué es el Opus Dei ni nada tan complejo, sino mi historia dentro de él.
Al ser una historia personal, si coge tu libro una persona que haya pasado por un proceso similar, de salida de una institución en la que han estado metidos hasta el punto de estar insertados sin libertad, se sentirá identificada.
Me imagino que sí. Algunos me han escrito comentándome puntos concretos. Cada uno lo hemos vivido de forma diferente, pero el proceso que has mencionado, de «institucionalización», lo pasamos todos. En el libro hablo de «cadena perpetua».
…Como cuando uno sale de prisión y se suicida, porque ha estado tan institucionalizado que no sabe vivir fuera de la prisión.
Tengo un amigo con el que he seguido en contacto siempre que me ha contado que había vuelto a la vida normal pero que hay cosas que todavía le cuestan mucho. Me puso el ejemplo de que fue al funeral de una persona cercana a él, que vio allí a toda la gente llorando y que se dio cuenta de que él no podía; que no sabía llorar. Por eso me dijo que el punto que más le ha impactado del libro es en el que yo toco esto de aprender a llorar. ¡Qué cosa tan sencilla como llorar en un funeral de alguien que no conoces!
¿Por qué no se podía llorar? ¿Era obligatorio ser fuertes?
En el libro lo cuento: es una educación fortísimamente controladora de las emociones. Se pide que des la respuesta adecuada en cada momento. Adecuada no en el sentido de que te hayas adecuado emocionalmente a la situación, sino adecuada a lo que te dicen que tienes que hacer en ese momento.
En el libro cuentas, también, que cuando sales no sabes utilizar un teléfono móvil, una tarjeta de crédito, te pierdes en un supermercado… No eres autónomo.
La gente, al leerme, ha recordado cosas y me ha escrito que no sabían no lo que era un tetrabrik. Elegir un paquete de leche, fíjate que cosa tan sencilla, y no la sabía hacer un hombre que es filósofo. Has perdido el contacto con las cosas más normales de la vida.
La gente, durante un tiempo, se va a meter contigo: yo trabajé en una empresa y se reían de que no sabía quién era Espinete. En España todo el que ha tenido infancia sabe quién es Espinete, pero como en el Opus todo eso de la televisión está tan controlado, yo no sabía quién era y en la empresa terminaron por llamarme Espinete.
Lo que es extraño es que en la Obra se vanaglorian de ser «apóstoles en medio del mundo», de estar dentro de él como políticos, abogados, empresarios… ¿Están en la tierra o están desconectados de la realidad?
Sorprende mucho, porque sólo por trabajar ya tienes contacto directo con la gente, pero esa conexión la vives desconectado. Ves las cosas, pero como desde tu burbuja.
Escuchándote, suena a Matrix: estás viviendo una realidad que te hacen sentir que es la realidad pero no es la realidad…
Ésa sí la he visto. Yo me di cuenta hace tiempo: que vives una contradicción entre lo que hay en la calle, esa libertad, y tus modos, esas normas. En el Opus Dei hay montones de normas: lo llaman criterios. Yo lo sé muy bien porque en la oficina de numerarios donde trabajaba yo preparaba todos los años los criterios que les íbamos a dar. Había que repasarlos, aunque la mayoría eran los mismos todos los años. Había que ser exacto con las normas. Sobre las mujeres, sobre las relaciones sociales, sobre los libros, normas sobre todo.
Te tiene que dar miedo hasta pensar con qué pie te has levantado. Por defecto imagino que, cuando sales, tenderás a seguir cumpliéndolas para sentirte seguro…
Es curioso, sí. Tiendes a repetir esquemas y además, como mientras estuviste con ellos te hicieron creer que estabas en medio de la calle, tardas mucho tiempo en darte cuenta de que estás metiendo la pata horrorosamente. Para ti lo que haces es normal… Lo de la tarjeta de crédito al final te lo explican y ya está, pero las actitudes como lo de no llorar…
O pensar que tú eres el que sabe y que el resto tiene que darte la razón sin rechistar…
Y cómo planteas las relaciones. La gente te pregunta quién te crees que eres… Yo es lo que más lamento de todo: haber metido la pata con la gente por no haber sabido expresarme correctamente. El gran tema en esa vuelta sería volver a escuchar.
Algunos me han preguntado si voy a volver a escribir. Creo que si lo hiciera, el segundo libro intentaría seguir ayudando a toda esa gente que, como yo, está volviendo, de Marte, a la Tierra. Porque hay gente que sale muy mal, que termina muy medicada… Hace poco, un sacerdote se acercó a mí y me dijo que había estado intentando seguir, pero que no era capaz, y que lo que hicieron fue mandarle dos años a una clínica. Me ha dado hasta la lista de pastillas. Si entró con poco espíritu crítico, salió empastillado.
En el momento en el que ya sales y te pierdes en el supermercado, ¿te arrepientes de haberte salido? ¿Puede más la sensación de estar perdido o la de no mirar más hacia atrás?
Sinceramente, yo nunca he vuelto a pensar si hice bien o si debería volver, aunque me haya costado manejarme. Sí que he tenido en algún momento la sensación de andar por un bosque muy oscuro hasta preguntarme si en algún momento seré capaz de dominar yo esto o si siempre va a cubrirme… ¿tendrá funcionamiento este bosque? Tienes la sensación de estar haciéndolo mal porque no te manejas, pero es natural que no lo hagas.
Yo entré, como la mayoría de numerarios, con 16 años. Cómo iba a conocer ni la cosa más sencilla del mundo exterior. En algunas cosas eres, todavía, un adolescente. Incluido el tema sexual, claro.
¿Tú fuiste sacerdote?
Y viví mis compromisos muy fuertemente. Entonces, al salir yo no tenía ninguna experiencia y, cuando empiezas a acercarte a la otra persona, te acercas como si tuvieras 16 años, pero la otra persona no los tiene ya…
Claro, si no has naturalizado esos asuntos al ir creciendo, estarás muy perdido.
Y sin embargo tu apariencia es de persona sensata, muy lista, que va a hacer las cosas con normalidad. Pues no: en muchos terrenos eres exactamente lo contrario. De todas formas, en mi caso personal lo que más me agobió desde el primer momento no fue ése sino el tema del dinero. De repente me encontré con un mundo que se maneja con dinero y yo no tenía nada: ni manejo ni dinero. Tampoco la mínima posición, contactos para encontrar trabajo. Llegó un momento en que, de haberme salido un puesto de barrendero, lo habría aceptado sin dudas. Tampoco sabía cómo, después de ganarte el dinero, te consigues una casa…
En todo ese aprendizaje a vivir, todavía tienes un conflicto con la Obra, que no ha puesto en valor tu bagaje, sin reconocer todavía lo que hiciste con ellos.
Sí. Normalmente, cuando uno cambia de empresa, aunque afronte un cambio tiene su hipoteca, su casa, sus cosas. Yo salí sin nada en absoluto y me lo tuve que trabajar sin ahorros. Pero lo que no me puedo inventar es que estuve treinta años sin cotizar, que ahora no hay quien los cubra.
Pero sí trabajados.
Trabajados como un loco, en horarios a veces de catorce o dieciséis horas. En esta situación de haber trabajado montones de horas sin haber cotizado por ellas estamos los que nos salimos del Opus, aunque hay casos menos extremos: quien trabaja unos años en un colegio externo, por ejemplo, aunque sin dejar de pertenecer a la Obra, esos sí que los cotiza…
¿Es un modo de atraparos?
Creo que hay que tratar bien a gente que ha servido tantos años en la Iglesia. Es un punto que ya no compete sólo al Opus… No pedimos nada del otro jueves: una pensión con la que vivir.
No deja de ser una inversión de tiempo que no tiene por qué perder la gente que deja el sacerdocio, la vida religiosa, para incorporarse de nuevo a la civil. Que la propia Iglesia no aproveche esa inversión de años y dinero en la formación de la persona que también ha hecho ella, es incongruente.
La Obra es especialmente dura en hacerte sentir desprotegido. Todas mis relaciones las he tenido dentro de la Obra, porque he estado treinta años… Salvo mi familia, no conocía a nadie fuera de allí.
¿Cómo fue la reacción de tu familia?
Variada. Algunos de mis hermanos estaban muy enfadados con mi comportamiento cuando estaba dentro, porque no acudes a las bodas, no acudes a los bautizos… pero pretendes ser un hermano más. Es parte de eso de ser un extraterrestre. Tú llegas creyendo que lo has hecho todo bien y entonces ellos te recuerdan lo que no has hecho. No has participado de la vida común ni en las ocasiones señaladas. Me recriminaban que no sabía cómo eran mis sobrinos. Estaban francamente dolidos y eso no se recupera en dos días. Son temas importantes y delicados. Yo había dado la Primera Comunión a un sobrino que, efectivamente, no conocía. No había vivido ni las fechas señaladas ni la vida cotidiana con él.
El Opus Dei: el cielo en una jaula. ¿Ha hecho que te sientas en una prisión?
Los tres últimos años de antes de dejarlo, sí. Estaba sin trabajo -hacía una misa por la mañana y nada más- pero estaba encerrado. Encerrado de relaciones, de posibilidades. Cuando te hacen mobbing en un trabajo, a fin de cuentas tienes tu sueldo y llega un momento que te vas a tu casa. Para mí esa situación no eran ocho horas, sino las veinticuatro. No salía ni podía tener otras relaciones y la gente que me rodeaba dentro estaba tratada psicológicamente. Estaba en una prisión y me di cuenta de que no era sensato dejarme hacer eso. Mi futuro no podía ser servir al Opus Dei si ya había ido perdiendo un trabajo que sabía que no me iban a dejar recuperar. Fue encontrarme sin futuro ninguno. Muy duro, aunque según lo trato de explicar entiendo que es difícil de entender cómo una persona puede estar ahí metida. Si aceptas estar dentro de una burbuja pero encima no hay nada que hacer dentro de la burbuja…
¿Hoy cómo estás?
Hoy tengo una familia imponente. Una hija de cinco años que es vida. Llevarla al colegio, ahora antes de venirme, por la mañana de la mano, es una cosa que yo no sé, no tiene precio. Me gané muy bien el dinero pero ahora con la crisis estoy con más dificultades laborales, porque hay muy poco. Pero estoy contento y bien.
Realmente, yo no digo que no pueda estar ahí el cielo; sólo sé que no puede haber tanta norma, tanta jaula. Tendrían que respetar los derechos laborales y así, quien pensara en dejarlo, lo haría tan libremente como el que quisiera permanecer dentro.
No es un libro contra el Opus Dei y contra la Iglesia: es la narración de tu historia, significativa porque se repite en otra gente.
Efectivamente, la Iglesia como institución tiene que luchar por los derechos humanos y opino que, para hacer esa defensa, tiene que cambiar algunas cosas. Si lo importante para la Iglesia es la dignidad de la persona, empieza por tu casa.
¿Confías en que eso pueda suceder?
Tengo más confianza en que lo vaya a hacer la Iglesia que el Opus. Espero que alguno de los dos se dé cuenta de que esto es un tema de derechos humanos: tu casa, tu trabajo, tu jubilación. Hay que arreglarlo no sólo en mi caso, sino en todos los demás. En la misma presentación del libro, que fue el otro día, un hombre que fue numerario y se salió pero sigue siendo sacerdote me estuvo contando que tiene un montón de años sin cotizar, y quería añadirse a la petición múltiple.
Tuviste una reunión y parecía que tu caso se iba a solucionar.
Eso lo cuento en el libro. Yo quise hablar antes de nada con el Opus y llamé al director de la oficina jurídica, con el que me llevo uno o dos años y nos llevamos conociendo desde el colegio. Director ahora de la Casa de la Comisión -central, de toda España- cuando estuvimos juntos le dije cuál era mi situación y en respuesta me ofreció una ayuda para la crisis. Yo me quejé, porque no le estaba pidiendo algo que podía buscarme yo, sino hacer justicia a mis treinta años de cotización. Tengo una hipoteca que me la han dado por mi mujer, porque por mi edad ya ni me la daban…
El gran problema del Opus es usar la dirección espiritual para temas de gobierno. Dirigiendo espíritus, me pidió que le entregara los escritos que tenía; que los retirara a cambio de una garantía de que me darían la pensión cuando yo llegara a los 65, y luego finalmente me dijo que no me iba a dar la garantía. Habría sido como reconocer que has hecho un fraude. Yo no me fié de él más, porque estaban haciendo algo ilícito. Empecé a mover el tema contándolo y ése fue el origen del libro.
El Opus Dei: el cielo en una jaula. Antonio Esquivias publicado, en papel, por Libros.com. Enhorabuena por escribirlo y por darnos la oportunidad de leer tu experiencia.
El libro no es una agresión a ninguna persona. Incluso la gente me comenta que es muy delicado con los temas. Hablo de que una persona no fue amiga mía, pero no me meto con su prisma público. Martín Pujalte, Luis de Guindos, a quien, por ejemplo, abordo con ternura.
¿Sigue siendo Supernumerario?
Desde que yo me hice director, sí.