Las cicatrices permanecen, pero el perdón soluciona lo que sucede a partir del momento en que se perdona
(Jesús Bastante).- Tener a Carmen Guaita en Religión Digital siempre es un placer y casi siempre es por una buena noticia. Hoy viene a presentarnos su primera novela, Jilgueros en la cabeza, editada por Khaf. Maestra que este año ha retornado al aula, Carman va a hablarnos de cómo la inteligencia y la imaginación, las virtudes de Eulalia Requena, la protagonista de la novela, se aplican en la escuela para resolver problemas en este momento dramático de familias derrotistas y colegios con escasos recursos. Pero, como sus personajes, Guaita tiene esperanza. Por eso también va a hablarnos de paisajes y de música, de creatividad y de perdón. De sus extraordinarios Jilgueros en la cabeza.
La educación es tu gran especialidad, pero esta vez no has publicado un libro de ensayos sino algo muy distinto: una novela. ¿Se ha hecho difícil el papel en blanco ante este reto, cuando las palabras tienen que salir más de la imaginación que de la experiencia?
Es un gran reto que se transforma en una gran aventura y, luego, estás expectante ante el juicio de los demás. Realmente, cuando alguien escribe un ensayo, lo ha pensado mucho, se ha documentado, y vuelca razonamientos e ideas.
También los destinatarios están más definidos.
Exactamente. La educación es mi vida, mi pasión, en definitiva algo para lo que más o menos tengo un criterio formado. Pero una novela de ficción era un reto muy grande. Para mí fue un punto de inflexión escribir la biografía de Víctor Ullate: cuando un artista tan grande me convirtió en su biógrafa, de repente me hizo comprender que una novela podía no ser más que la biografía de un personaje de ficción.
Yo también te lo dije, que ahí había una novela.
Es cierto. Y me atreví, a ver qué pasaba. Está teniendo buen eco y estoy sorprendida.
Escribir un libro es siempre un proceso muy complicado pero, ¿la emoción es la misma, cuando forma parte de tu trabajo, que cuando no se encuentra en el ámbito en el que te has desarrollado profesionalmente? ¿Has vivido de forma muy diferente todo eso del qué dirán?
Claro, estás más expuesto. Se vive… ¡no sé si se vive! Parece como que se sueña. Te la pasas diciendo: «No me lo puedo creer, esta portada es preciosa, es una novela y la he escrito yo». Al final, todo forma parte de un tiempo de mi vida que he dedicado a acompañar a la protagonista, Eulalia. ¡Es que ya el mismo proceso de escribir es increíble! Yo había oído decir a los autores -todavía me cuesta referirme a mí misma como autora- que los personajes surgían; que hacer la novela era empezar un camino como el de una vida. La compañía de cada tramo de la vida va surgiendo sin que el ser humano lo planifique… Y esto es igual: yo sabía cómo quería empezar, tenía una idea sobre la protagonista y también sabía dónde quería llegar. Pero todo lo demás sucedió, fue un camino. Como una especie de ruta jacobea: en Roncesvalles uno sabe que quiere llegar a Santiago, pero no todo lo que va a encontrarse en el camino. Fue un proceso de peregrinación. Más tarde, no pensé que se fuera a publicar, y de repente Khaf me llamó y me dijeron que les había gustado mucho, que la habían saboreado y que la íbamos a editar.
Pertenece a un grupo grande, Edelvives, pero Khaf publica pocos libros al año: los cuida y los mima con entusiasmo.
Es cierto. Ha sido todo un proceso increíble y todavía de vez en cuando tengo que decirme que es verdad, que soy autora de una novela.
¿Quién es Eulalia Requena y qué tiene que ver con Carmen Guaita?
En dos horas de rebelión y de memoria Eulalia rememora su vida entera, desde el primer capítulo al último. Ella está sola en casa, pensando, y hay paisajes y referencias de su infancia que sí son mías, por ejemplo su pueblo, San Fernando, en Cádiz, que es el de mis padres. Yo nací en Cádiz capital por pura casualidad, pero todos los veranos los pasé allí. Ella vive en una casa grande, la de sus abuelos, que se parece mucho a la de los míos. Esa referencia de paisajes que me resultaba familiar contribuyó a acercarme a una mujer que tuvo una infancia más difícil que la mía, marcada por la soledad. Afortunadamente, yo he tenido una vida -y la tengo a día de hoy- de mucha, mucha compañía. Y dichosa.
Luego, la protagonista sale de allí, y desarrolla una vida que sí que tengo que garantizar que no es la mía.
¿Cómo es Eulalia? ¿Una mujer atormentada o que ha sabido vivir la vida con alegría, pese al dolor?
Es una mujer que tiene que superar dificultades grandes. Y las va superando porque es muy inteligente, es sensible y es buena. Tiene fuertes apoyos desde su infancia: su abuela, que la enseña a rezar con una frase de un salmo: «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti». Tendrá una vida de sufrimiento, soledad y desamor, pero va remontando las dificultades con referencias familiares y encuentros que la determinan.
Eulalia es muy imaginativa y se deja llevar mucho por la imaginación. Primero, como un refugio contra el dolor, porque creo que para cualquier niño -y no tan niño- lo es. Las personas que en su vida adulta siguen refugiándose en la imaginación, escriben novelas… Ella nunca roza lo patológico, pero su imaginación es poderosa y la lleva a confundir, en algunos momentos, la realidad y la ficción. Sobre todo confundir sus sueños de niña con los encuentros que tiene. Pero también son esos recursos -imaginación e inteligencia tan poderosas-, además de problemas, herramientas para ser feliz.
La sensibilidad y la imaginación, como la música, son instrumentos para caminar por la vida. A veces no los utilizamos más que para un ratito -de siete a ocho escucho música…-, pero no conseguimos que formen parte de nuestra vida de manera sustancial.
La música tiene un papel muy importante en la novela.
El título tiene una referencia sonora explícita, al menos…
Eulalia es melómana y locutora de radio. Periodista prestigiosa, con un importante programa de radio nocturno que se llama Jilgueros en la cabeza. En él establece diálogos profundos con personas que aparecen en el libro. A ella le encanta aprender, con lo cual cada encuentro en la radio es un enriquecimiento para ella y espero que también para el lector.
¿Hay encuentros con esas personas fuera del programa radiofónico?
Algunos se convirtieron en personajes importantes para toda la novela, y eso me sorprendió. Es como si Eulalia me hubiera dicho «éste me ha gustado, quiero que pase de la entrevista de radio a mi vida». Igual que la música, que no la escucha un momento, sino que parte de su vida.
¿Y define esa música quién es cada persona?
Sí. Khaf ha tenido el gusto de permitirme poner un anexo musical al final del libro, con lo que el lector puede acompañar a Eulalia con la música que ella escucha.
Sería interesante poder ir leyendo el libro con las melodías que tú propones.
Se puede, porque el anexo explica cuál es la voz real -Montserrat Caballé, por ejemplo- de la ópera que Eulalia escucha. A mí me encantaría pensar que los lectores pueden acompañar a Eulalia en su ruta musical, también.
No es Rayuela, pero es un modo diferente y verdaderamente atractivo de leer la novela. ¿Has tenido alguna dificultad insalvable? ¿Algún momento de atasco en que Eulalia no caminara y te planteases incluso cambiar de personaje?
Es curioso porque, como profesora y autora de muchos ensayos de educación, he reflexionado muchas veces sobre la creatividad. Y sin embargo, al enfrentarme por primera vez a una novela, he descubierto lo que es en realidad: no es la imaginación, sino la inteligencia y la imaginación aplicadas a resolver un problema. La creatividad sería, en fin, la aplicación práctica de lo que se imagina. Entonces, al enfrentarme con problemas en la novela, he puesto en práctica, como en el aula, la resolución creativa. Lo he podido aplicar sobre un objeto tangible, en un documento, y he aprendido muchísimo. La creatividad es una herramienta para resolver problemas. Problemas a los que nunca te has enfrentado y soluciones que tú mismo tienes que sacar de ti.
¿Qué te llevas de tu personaje?
He aprendido, o tal vez lo sabía y con Eulalia he tenido oportunidad de sacarlo, algo muy importante: el camino de Eulalia, que es un camino, en muchos momentos, de dolor, la conduce hacia la esperanza y hacia el perdón. Entonces, he aprendido también algo relacionado con el perdón. Muchas veces nos parece que el perdón es hacer borrón y cuenta nueva del pasado, y no es así. Cuando uno tiene traumas, cuando ha tenido encuentros que le han hecho daño, esos dolores permanecen, pero lo que el perdón soluciona es lo que sucede a partir de ese momento. Es decir, el perdón profundo permite seguir caminando.
Incluso con el remordimiento de las cicatrices, seguir viviendo.
Seguir es un aprendizaje especial que le agradezco a Eulalia, a quien he tomado mucho cariño. La quiero mucho, la verdad.
No queremos destripar el futuro pero, ¿volverá a aparecer Eulalia en tu vida literaria?
No lo sé. Eulalia manda.
Esta novela sale en un momento en que la otra Carmen Guaita está volviendo a sus orígenes, retomando la vocación de ser maestra en un colegio, después de muchos años en cargos directivos, siempre en el ámbito de la educación. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
Ha sido maravillosa. He vuelto al aula porque quería. Es una decisión que obedece, tal vez, a un diseño de vida. He sido muy feliz como vicepresidenta nacional de AMPE en los últimos años -anteriormente responsable portavoz-, teniendo ocasión de conocer a personas extraordinarias como a ti, e incluso aprender cosas de mí misma que no sabía. Sentirme capaz de hacer muchos libros… Pero quería jubilarme de maestra y, si Dios quiere, lo voy a hacer. He tenido un reencuentro delicioso con los alumnos: ser de nuevo la maestra, entrar en clase, estar con ellos… Han visto la novela: les he dejado leer las primeras líneas del primer capítulo y ya, porque no es una novela infantil. Un pequeño capítulo en que Eulalia rememora a su abuela también lo han podido leer… Me hacía gracia que me decían «entonces tú eres casi escritora, seño». Ese «casi escritora» es la visión de un niño: mi maestra es mi maestra y todo lo que haga fuera de ella es un casi. Ha sido delicioso: he tenido un curso muy feliz en el colegio público San Miguel. Siempre he trabajado por la escuela pública y ahora estoy de nuevo dentro de ella y muy feliz. Ha sido un año para mí realmente muy biográfico y especial. Los chiquillos se han volcado en la maestra nueva -novata y a la vez mayor- con ilusión. Parece paradoja, aunque novata tampoco soy, porque antes de entrar en AMPE di clase durante 23 años.
Un día tendríamos que quedar para hablar de los desafíos de la educación, que es un tema que está, desgraciadamente, en el tapete. Después de trece años apartada de la función docente, ¿vuelves y los chicos han cambiado mucho?
Lo que me he encontrado que más me ha sorprendido, y tengo que ser sincera, ha sido la familia. Generalizar es siempre cometer una injusticia y yo ahora voy a generalizar: he notado que los padres de hoy se cansan y tiran la toalla en lo que se refiere a la educación de los hijos, que es un trabajo de resistencia. Un niño te está mirando constantemente, y tú tienes que conservar siempre la certeza de que le estás dando ejemplo, de que lo que haces y dices está entrando en él.
Los niños son esponjas en todos los ámbitos, no sólo en el colegio.
Tenemos que ser conscientes de que lo son. También he notado cierta reticencia a apoyar incondicionalmente al maestro, algo que antes no sucedía.
Hay padres que se ponen por principio de parte de su hijo…
Y es lógico, porque forma parte de ser padre. Pero dejando un espacio a la opinión del profesor, que es un profesional y sabe lo que hace. Ante una nota, por ejemplo, un profesor trabaja seriamente: no se suspende por suspender ni se aprueba por aprobar. Cuando a un niño se le pone un sobresaliente se sabe por qué y cuando se le pone un suspenso se sabe también. Eso lo he percibido de cerca… Y luego, por último, también he percibido el terrible daño que ha hecho a la escuela esta especie de hiperpolitización de los últimos años.
¿Por qué no se pacta con visión de futuro? ¿Por qué, sencillamente, no se sientan y se plantean cómo quieren que sean los españoles dentro de unos años, los que equivalen a una generación educativa? Que sean europeos, que hablen idiomas, que tengan un conocimiento profundo de lo que es nuestra Historia, que compitan en el mercado… ¿Cómo queremos que sean? Todo eso no nos sirve a nosotros si en vez de cuestionarnos, discutimos. En estos momentos se está aplicando una ley: en algunas comunidades sí, en otras no. Perdóname la palabra porque va a parecer la de una novelera, pero estamos en un momento dramático. La escuela está afectada por una mezcla de recortes, crisis, desorientación política y disgregación.
Es duro que hoy un profesor no sepa qué materia va a dar ni con qué libros… Y a eso se junta lo de la falta de autoridad…
…La pérdida del sentido de la educación, que nunca debería de ser una herramienta de progreso social. Me sorprendió en el colegio donde trabajo, que está en un barrio un poco deprimido, al principio de curso la falta de expectativas de los niños respecto a sí mismos y a su futuro. Eso es un tema también de la familia: la expectativa de que mi hijo llegará más lejos que yo porque me voy a esforzar en sus estudios, la estamos perdiendo.
Nos hemos convencido de que las próximas generaciones tendrán más herramientas, pero menos posibilidades.
Exacto. ¿Y por qué? Ese es un derrotismo al que nunca tenemos que llegar. Desde luego, está intrínsecamente tatuado en la identidad de un profesor que tiene que intentar que un chiquillo llegue hasta donde desee, lo más lejos que pueda.
Alma de maestra, y ahora novelista… Fantástico.
Mis alumnos han escrito mucho. Hemos tenido un club de la escritura y han hecho muchos cuentos.
¿Qué edades?
Cuarto, quinto y sexto de Primaria. Desde los nueve hasta los doce…
Conviene que escriban mucho, porque ya a esas edades cada vez les cuesta más.
Qué va, no les cuesta. Necesitamos escribir. Si en vez de directamente darles la pantallita les diésemos un cuaderno, los niños mantendrían siempre su imaginación desbordante. Eulalia se queda muda al lado de mis alumnos.
Has vuelto después de trece años y te has encontrado un escenario de derrotismo en los padres y también en la entereza de algunos profesores, que sienten que lo que hacen no sirve para nada. ¿No merece la pena el esfuerzo?
La verdad es que sí lo merece. Cuando estás en clase, lo que ocurre es tan apelador, tan absorbente; tienes que estar tan al cien por cien, que no hay otra manera de estar.
No sé si de depresión, pero sí que se habla mucho de las dificultades de los profesores; de las bajas…
Sí. Pero son asuntos más bien de sala de profesores: cuando estamos juntos y no sabemos si al año siguiente vamos a tener apoyo, que si necesitamos un profesor de educación compensatoria porque las clases son muy heterogéneas… Esa conversación es de la sala de profesores, porque cuando entras al aula y ves las caritas, ves hasta qué punto tú eres una referencia -para algunos niños, incluso, una referencia de estabilidad personal- y comprendes que también has de ser un referente moral, te das cuenta de que formas parte de su vida y se hace delicioso. Recuerdo que los niños me preguntaban cuánto he tardado en escribir la novela, y cuando les decía que un año se echaban las manos a la cabeza. Claro, para un niño de ocho un año es una cantidad de tiempo inabarcable. Y no, lo niego como la que más: los profesores, dentro del aula, no estamos desmoralizados.
Probablemente el sistema ya esté al límite, tras tanto cambio, tanto gobierno, tanta ley, y haya que tomar decisiones más tranquilas. Y a los lectores les dejamos con la miel en los labios y la música dentro de un libro. Jilgueros en la cabeza, de Carmen Guaita, publicado por Ediciones Khaf, que está teniendo muchísimo éxito. Carmen en la Feria del Libro no paraba de firmar, francamente desolador por mi parte, que estaba al lado, pero fue ilusionante ver tu rostro y el de la gente que se acercaba.
La novela está escrita con mucho gusto y está gustando mucho. La gente que me conoce me dice que devora las páginas y sorprendente no es la palabra, diría que es más: maravilloso. Inesperado.
Pues esperamos que continúes escribiendo maravillas y sigas viniendo a contarnos tus novelas.
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