La cuestión de fondo es saber si la verdad de la indisolubilidad del matrimonio es compatible con la verdad, igualmente importante, de una praxis misericordiosa con los divorciados vueltos a casar
(Jesús Martinez Gordo).- Una mirada global al «Instrumentum laboris» recientemente publicado, al sínodo extraordinario del año pasado y a las intervenciones de los cardenales G. L. Müller, W. Brandmüller, V. de Paolis, C. Caffarra y R. L. Burke antes y después de su celebración, pone de manifiesto la importancia de debatir a fondo la supuesta imposibilidad escriturística, patrística, jurídica y dogmática de la propuesta que, formulada por W. Kasper, alienta y ampara el papa Francisco sobre la necesidad de un tratamiento misericordioso a los divorciados casados civilmente.
La cuestión de fondo es saber si la verdad de la indisolubilidad del matrimonio es compatible con la verdad, igualmente importante, de una praxis misericordiosa con los divorciados vueltos a casar. Y si lo es sin faltar al fundamento del matrimonio cristiano, a la vez que sin arrinconar, como así se ha hecho hasta el presente, la misericordia en nombre de su indisolubilidad.
Se trata de una posible decisión que es preciso mostrar (y poner en valor) ante sus interlocutores más críticos y ante el pueblo de Dios en el nuevo tiempo abierto hasta el Sínodo Ordinario de 2015 (octubre), Y, por supuesto, también después.
Es muy probable que en el próximo Sínodo Ordinario se debatan y voten nuevas respuestas pastorales con la intención de presentarlas a la aprobación o ratificación del papa. Y si es evidente que todas ellas han de estar teológicamente fundadas, es incuestionable que dicho fundamento necesita ser particularmente mostrado (y socializado) en el caso de la propuesta que abandera W. Kasper.
No se puede descuidar, tal y como lo hizo en su día la comisión creada «ad hoc» para aconsejar a Pablo VI, la necesidad de desmontar el argumento de la minoría sobre la imposibilidad de cambiar la doctrina sobre la contraconcepción propuesta por sus antecesores en la cátedra de Pedro.
La difusión de una mentalidad infalibilista y el silencio de la comisión sobre la supuesta irreformabilidad de la doctrina promulgada hasta entonces que enarboló la minoría alimentaron las dudas del papa Montini de manera insuperable.
En aquel entonces la Comisión cometió el error de no responder con la precisión y diligencia requeridas al argumento central de la minoría cuando se enrocó en la tesis -no desmontada dogmáticamente- de que la doctrina mantenida hasta entonces por la Iglesia formaba parte del magisterio «irreformable». La Comisión subestimó su planteamiento y argumentación y, no teniendo debidamente presente dichos reparos, apostó por otra línea más propositiva y argumentativa en favor de la verdad teológica que asistía a la contracepción.
La consecuencia de todo ello fue la negativa de Pablo VI a avalar ningún control artificial de la natalidad por temor a interrumpir o alterar una continuidad magisterial con sus predecesores en la cátedra de Pedro.
Es cierto que, a diferencia de entonces, hoy parece existir, tanto en la sede primada como entre la mayoría de los católicos, una innegable voluntad de cambio sobre éste y otros asuntos. Y, particularmente, sobre la aceptación plena de los divorciados casados en la eucaristía con determinadas condiciones. Pero es, igualmente, cierto que una minoría muy influyente (representada por los cincos cardenales reseñados) busca frenar semejante voluntad escudándose en una interpretación absolutista de la indisolubilidad matrimonial y no teniendo problema alguno en sacrificar (y condenar) su posible articulación con una praxis misericordiosa.
Ignorar la crítica de esta minoría sinodal y no afrontarla argumentadamente, tanto desde el punto de vista escriturístico y patrístico, como jurídico y dogmático, puede llevar a repetir en nuestros días algunos de los errores cometidos en el pasado.
Evidentemente, en esta ocasión, quien quedaría sumido en una insuperable confusión no sería el sucesor de Pedro, sino una parte del pueblo de Dios que, aunque minoritaria, no es, para nada, desdeñable y que, más allá de su mayor o menor número, es conveniente acompañar argumentativamente en sus dificultades para aceptar el fundamento escriturístico, patrístico, jurídico y dogmático de la propuesta sugerida por el papa Francisco y formulada por W. Kasper.
Es una necesidad y urgencia que conviene socializar. También en el seno del pueblo de Dios y no sólo entre los padres sinodales. Lo que está en juego es -en ésta, como en otras ocasiones anteriores- la comunión eclesial de una minoría (y no solo cardenalicia) en nombre de una verdad supuestamente «irreformable».