Los mercados, los poderes financieros y las finanzas mundiales, en definitiva los amos de un mundo injusto desafiados por un hombre vestido de blanco con una única receta en la mano: la globalización de la esperanza
(José Manuel Vidal).- En época de Tour, la gira del Papa por tres países latinoamericanos fue como subir tres puertos de montaña. Con uno de primera en Ecuador, otro de segunda en Paraguay y su Tourmalet en Bolivia. Y los tres los coronó en solitario y con mucha ventaja sobre sus acompañantes y adversarios políticos y eclesiásticos.
No lo tenía fácil en Ecuador, con su coequipier Correa dispuesto a agradar y a llevarle en volandas hasta la meta, pero abucheado por el equipo de la oposición de derechas y por una jerarquía eclesiástica, aliada tradicional de los sectores más conservadores.
Pero el Papa va sobrado. Con ayuda o sin ella siempre gana. El pueblo le impulsa y lo lleva en volandas. Humilde, Francisco reconoció la excepcional piedad y espiritualidad del pueblo ecuatoriano, bendijo a Correa y sus políticas de inclusión, pero le impuso los deberes del diálogo con la oposición.
Y, sobre todo, le mando varios recados claros y contundentes a la oxidada jerarquía ecuatoriana en manos del sector más conservador. Le dijo que deje de ser capataces, para convertirse en servidores del rebaño. Que dejen de ser príncipes y de acumular dinero y edificios espectaculares y que no cobren por administrar los sacramentos. «Por favor, por favor, lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis».
Homenaje, pues, del Papa al pueblo ecuatoriano y tirón de orejas a esos obispos que renegaron de predecesores como Leonidas Proaño, Luis Alberto Luna, o el español López Marañón. Volver a aquel estilo de obispos de los indios, con poncho incluido, y de los pobres, blancos o indígenas.
Superado el primer puerto de montaña en la bella Quito, con la virgen del Panecillo al fondo, Francisco sabia que el de categoría especial era Bolivia. Allí le esperaba un Evo Morales indigenista, una jerarquía más centrada pero enfrentada con el presidente del país y los líderes de los movimientos populares de todo el mundo.
Con todos estos handicaps, Bergoglio realizó una faena de aliño. Con temple y mando, cuando Evo, en un gesto sorprendente, le regaló un Cristo comunista, con el martillo y la hoz. La unión de los contrarios era tan potente que, en un primer momento amenazó con convertirse en el icono del viaje papal. Pero Francisco cambio el limón en limonada: reivindicó el Cristo del mártir jesuita padre Espinal en nombre del evangelio y si acaso del comunismo del amor.
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