¿Por qué, en un asunto que es capital para personas creyentes, los rituales religiosos se superponen a la experiencia humana y son más determinantes que lo humano, incluso más decisivos que la vida misma?
(José María Castillo).- Es un hecho que Jesús instituyó la eucaristía en una cena. Y es también un hecho que los cristianos celebramos la eucaristía en una misa. Una cena es una experiencia humana. Una misa es un ritual religioso. Lo que nos está diciendo, en un asunto tan central como éste, que – en el cristianismo, al menos, y sin duda alguna -, cuando está en juego nuestra relación con Dios, los rituales religiosos han tenido (y siguen teniendo) más fuerza que la experiencia humana, incluso cuando se trata de una experiencia tan importante como es la experiencia de comer y beber. Comer y beber compartiendo mesa y mantel con quienes decimos que son nuestros «hermanos». Esto no es una teoría. Es un hecho.
¿Por qué, en un asunto que es capital para personas creyentes, los rituales religiosos se superponen a la experiencia humana y son más determinantes que lo humano, incluso más decisivos que la vida misma, en tantos casos y en tantos asuntos que son fundamentales para la felicidad o la desgracia de muchas personas?
Y conste que, al hacer esta pregunta, no estamos imaginando situaciones extravagantes ni sucesos poco frecuentes. Nada de eso. Esta cuestión se refiere a cosas tan normales y tan presentes en la vida de cualquiera, que, si empezamos por los evangelios, los constantes conflictos, que tuvo Jesús con los dirigentes religiosos de su tiempo, se referían casi todo ellos, de una forma o de otra, precisamente a este problema.
Si curaba a los enfermos en sábado, si comía con gente de mala fama, si dejaba de observar los ayunos que imponía la religión, si no practicaba los rituales purificatorios antes de las comidas, si no mantenía la debida compostura y respeto en el templo, en definitiva, en todos estos casos nos encontramos siempre con el mismo asunto. Un asunto que Jesús formuló en la tremenda pregunta que hizo cuando, un sábado, curó a un manco en la sinagoga: «¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar?» (Mc 3, 4). O sea, ¿qué es lo primero: someterse al ritual del sábado o hacer feliz la vida de un enfermo? En definitiva, ¿lo más importante es el ritual religioso o la experiencia humana?
Y no pensemos que este tipo de historias se presentaron en la vida de Jesús y, con Jesús, se acabaron tales historias. Todo lo contrario. Con el paso del tiempo, el problema se fue agigantando. Entre otras cosas, porque sabemos que este asunto está presente en todos los rincones del mundo. Donde hay religión y, con ella, hay dirigentes religiosos, allí está el problema.
En la historia del cristianismo, el desastre ha sido brutal. Desde las guerras de religión, las cruzadas y la inquisición, pasando por el colonialismo y acabando con el integrismo de los fundamentalistas, católicos o herejes, cristianos o musulmanes, a fin de cuentas lo mismo da. Además, el mismo problema está presente todos los días y por todas partes: en los matrimonios divorciados que no pueden acercarse a comulgar, en los homosexuales que se ven despreciados hasta en su propia casa, en los matrimonios rotos, en los amores imposibles, en la vida sexual de tantas gentes, ¿qué sé yo?
Para leer el artículo completo, pincha aquí: